Así empieza "Catedrales": "No creo en Dios desde hace treinta años", en palabras de Lía, la protagonista. Claudia Piñeiro (60) pone en esta última novela, editada por Alfaguara, algunos de los temas que la han atravesado en los últimos años. Y los manifiesta desde los primeros párrafos.
En su último policial, la historia podría empezar a resumirse así: "Hace treinta años, en un terreno baldío de un barrio tranquilo, apareció descuartizado y quemado el cadáver de una adolescente. La investigación se cerró sin culpables y su familia -de clase media educada, formal y católica- silenciosamente se fue resquebrajando Pero, pasado ese largo tiempo, la verdad oculta saldrá a la luz gracias al persistente amor del padre de la víctima".
A través de WhatsApp, y haciéndose un hueco en la agenda (pues tiene un rol muy activo durante la cuarentena en las redes), respondió estas preguntas de Los Andes.
-Ya en las primeras páginas de "Catedrales" nos encontramos con el femicidio y el aborto, ¿qué tan conciente o deliberado fue ese contacto entre ficción y lo que se discute hoy en las calles?
-Yo escribo obras de ficción, pero mis obras siempre están muy pegadas al "aquí y ahora", en el sentido de que los personajes salen a las mismas calles que salgo yo, en el mismo tiempo histórico que salgo yo, y entonces en general siempre mi obra estuvo pegada al aquí y ahora. No por una cuestión deliberada de decir "quiero dar cuenta de esto", sino simplemente por eso: me aparece una imagen, esa imagen la dejo en la cabeza, cuando empiezo a entender esos personajes, quiénes son, cuál es su conflicto, salen a la calle y se encuentran con lo mismo que con lo que me encuentro yo. La única novela que no es exactamente contemporánea es "Un comunista en calzoncillos" (2013), que transcurre en la dictadura militar, pero todas las demás transcurren en el tiempo histórico en el que escribí esas novelas. Entonces, los personajes se encuentran con los problemas que están en la calle y particularmente con los problemas que a mí más me atraen, que más me convocan o que más me hicieron participar, por eso me parece que no hay una decisión deliberada, sino que son las mismas obsesiones que tengo en el campo personal, político y literario.
-Además, desde la primera oración, aparece la religión. ¿Cómo ha sido tu experiencia personal con las religiones?
-Bueno, yo hoy soy atea, pero fui criada en una familia católica. Mi bisabuela iba a misa todos los días, mi abuela y madre iban a misa todos los fines de semana, en mi casa se rezaba, yo fui a un colegio de monjas en el secundario... Mi padre no era religioso, pero dejaba que mi madre nos educara en la de ella (la de mi padre también es católica, pero sin ningún involucramiento importante con las normas). Así que yo tuve una formación católica bastante importante. A los 26 años me di cuenta que yo no creía, que lo que tenía era un temor reverencial a Dios, al igual que el personaje de Lía. Esto coincidió con la muerte de mi padre y a partir de ahí me pude reconocer atea, que es lo que debo haber sido siempre.
-Aunque la temática feminista recorre el relato, el título remite a una idea sagrada y monumental del catolicismo. ¿Cómo fue la elección del título y qué quisiste comunicar a través de él?
-En el libro las catedrales funcionan como lo que son: un monumento histórico hecho para consagrarlo a la divinidad, pero también como esas catedrales que nos construimos todos. La catedral, como dice Borges en una de sus frases que yo uso como un epígrafe, puede ser la que cada uno se construye. También hay un homenaje al cuento de Raymond Carver, que para mí es uno de los más bonitos que escribió, donde un hombre le tiene que explicar a un no vidente cómo es una catedral, y para hacerlo dibuja sobre la mano de él. Y es el método que le propone Alfredo, uno de los personajes de la novela, a Mateo, su nieto, para dibujar catedrales juntos.
-En el libro, a través de los personajes hacés también un mapeo de la relación del hombre con los dogmas, porque conocemos desde fanáticos católicos a ateos. Crees que, como sugiere la campaña de separación de la Iglesia y el Estado, esa es una discusión que todavía nos debemos como sociedad?
-Creo que la sociedad argentina debe dar la discusión de la separación de la Iglesia y el Estado. A veces miramos a Uruguay como un país modelo por haber tenido una conquista de derechos mucho antes que nosotros, mucho mejor y más sólida que la nuestra, y eso tiene que ver con que separó ambas cosas hace mucho tiempo atrás. Eso no quiere decir que los uruguayos no sean católicos o de la religión que quieran ser, pero tienen muy claro que el Estado es una cosa y la religión otra.
En la Argentina es urgente ese debate. Obviamente, con la situación actual, no solo de la pandemia, sino con una economía complicada, siempre es difícil plantear esto, porque parece que si la Iglesia se retira de asistir a determinados grupos sociales que hoy asiste (en parte también con el dinero que le da el Estado), se va a generar un problema social importante. Entonces hay que pensar cómo hacer esa salida, porque no podemos siempre quedar atrapados en el que tenemos que seguir sosteniendo cultos religiosos que no todos compartimos, porque sino "va a haber un problema social". Hay que ir viendo cómo los recursos que se les transfieren a las iglesias, por ejemplo a través de los colegios, los asuma el Estado y los empiece a hacer él, porque sino después las iglesias (católicas, evangelistas o la que sea) piden a cambio ciertas "fidelidades" a sus dogmas que no todos tenemos por qué compartir.
-Fuiste una de las primeras escritoras que, en cuarentena, tomaste las redes sociales como un medio para salvar el contacto con tus lectores. ¿Cómo ha sido esa experiencia y qué reflexión te despiertan las nuevas formas que encuentra la cultura para seguir presente durante el aislamiento social?
-A lo largo de la cuarentena, fui pasando por distintas formas de comunicación con la gente. En algún momento fue subir recomendaciones de libros, en otro momento fue leer partes de libros (míos y de otros), después fue subir fotos de abrazos con otros escritores, esos abrazos que hoy no nos podemos dar.
Pero una de las experiencias que más me interesó fue una que me propuso Guillermo Martínez (escritor y matemático), que fue hacer una especie de cadáver exquisito. Él propuso hacer eso en simultáneo en Twitter, con distintos personajes que nos mandaban el comienzo de un cuento y nosotros lo continuábamos y cada día tomaba la posta un escritor distinto. Yo, por ejemplo, creo que hice 19 cuentos en simultáneo: alguien me mandaba el inicio de un cuento, lo contestaba y recibía mientras tanto el de otros cinco, que también contestaba y así íbamos armando cuentos entre todos. Esa actividad me gustó mucho más que la lectura, porque la lectura es menos participativa, de menos intercambio. Acá había un vínculo muy directo y muy vivo, mucho más activo.
-Sos una escritora popular y muy comprometida, que no tiene miedo a sentar postura en temas que suelen dividir las aguas, como el aborto y el lenguaje inclusivo. ¿Temiste alguna vez perder lectores?
-Temer no es la palabra. Sé que habrá gente que habrá dejado de leerme porque no le gusta cómo pienso, así como también un montón de gente que empezó a hacerlo porque me conoció a partir de lo que pienso. Yo creo que es irremediable pensar y tener ideologías. Especular con eso porque "a lo mejor" pierdo lectores a mí no me resulta, no me sentiría cómoda.
Cuando apareció la discusión del aborto yo recibía mensajes de gente que me decía que no me iba a leer más. Ahora bien, no sé si antes me leían o no. Era más como la amenaza, No eran lectores que se comunicara habitualmente conmigo, sino alguien que yo desconocía. Muchas veces avatares sin foto, con pocos seguidores y que parecían más un troll que algo real. De todos modos, creo que es muy válido que alguien no le guste cómo pensás y elija no leerte. ¡Hay tanto para elegir para leer que no tienen por qué leerme a mí! A mí me pasa que hay escritores muy buenos que no me gusta cómo piensan y a lo mejor me da igual, y hay otros que me fastidian tanto cómo piensan que no me dan ganas de leerlo.
Lo que sí, tuve la sensación el año pasado, cuando presenté "Quién no" ("Catedrales" no lo pude presentar porque iba a hacerlo en la Feria del Libro, que se suspendió), es que había cambiado totalmente la composición de la sala. En general a las presentaciones va gente grande, y en general más mujeres que varones, y en la última estaba llena de gente joven, varones y mujeres, y también en las filas para firmar. Muchos que me habían leído por primera vez, que habían visto mis discursos en el Senado o en Diputados y por eso fueron a buscar mi libro: para ver cómo escribía esa persona a la que habían escuchado desde el marco más social o político. Creo que finalmente fue al revés: me conoció más gente de la que se fue. Y si no fuera así, no hay una elección posible: uno se compromete y dice lo que piensa.
-En una escena literaria donde se valora la experimentación y la ruptura de los géneros, vos sos fiel a los códigos del policial y a su vez tus libros tienen excelentes ventas: ¿Por qué crees que el género policial nunca pierde vigencia?
-No soy tan fiel al género policial. Cuando hablo sobre lo que escribo, digo que "escribo con muertos", pero no necesariamente en las reglas estrictas. Creo que el género ha ido corriendo sus límites y muchos autores que han ganado premios como el de Gijón u otros dentro de la literatura policial tampoco son el clásico policial, porque ese es el que va a responder a la pregunta "quién lo o la mato y por qué". Y me parece que mis novelas no van a responder eso. En mis novelas uno ya sabe esas cosas.
En "Catedrales", a la mitad de la novela probablemente el lector ya sabe qué pasó. Y lo que importa no es eso, sino qué hicieron el resto de las personas con esa situación, cómo devinieron después, por qué callaron o no, en qué se convirtieron, quién es el verdadero responsable, cuál es el crimen detrás del crimen. Las novelas policiales que escribo, más que ser clásicas, son más bien disruptivas del género, y creo que igual sigue teniendo mucho interés porque viene a responder preguntas que nos hacemos todo el tiempo, porque vienen a buscar la verdad, y ésa sigue siendo una búsqueda ética para muchas personas y muchas veces no tiene respuesta. A veces uno lee un diario, una noticia policial y finalmente no sabe quién lo mató y por qué. En cambio en una novela, sabés que vas a salir con una verdad.