Empanadas calientes, paraguas, escarapelas. El 25 de mayo -fecha patria por excelencia- viene asociado a una iconografía específica, presente en manuales y actos escolares desde nuestra infancia. Sin embargo, muchas de estas imágenes no son un fiel reflejo de la época, sino que fueron creadas décadas después.
El estudio de documentos (periódicos, cartas, actas) y los hallazgos arqueológicos actuales permiten una reconstrucción más fidedigna de fechas y sucesos.
¿La Revolución duró un día?
La invasión napoleónica a España en 1808 había generado una crisis en todas las regiones del Imperio. En el marco de este vacío de poder, en América emergieron distintas tensiones sociales y políticas de larga data. La propia mecánica de los hechos trajo conflictos inesperados. El 25 de mayo de 1810 se instauró en Buenos Aires la Primera Junta, con Cornelio Saavedra a la cabeza. Pero los historiadores coinciden en que la Revolución no se circunscribió a una sola fecha.
Ciertos estudiosos dicen que el proceso revolucionario en el Virreinato del Río de la Plata comenzó hacia 1809, con la conformación de la Junta del Alto Perú (que era parte del Virreinato del Río de la Plata). El historiador Fabián Harari, docente de la Universidad de San Luis y de la Universidad de Buenos Aires, destaca que la deposición del Virrey contaba con el antecedente de 1806, cuando una junta de guerra arrestó a Sobremonte y entregó el mando político al francés Liniers. "Ese año, el Estado perdió el monopolio de la violencia", afirma.
¿Cuándo terminó la gesta?
Los académicos difieren en este punto, pero ninguno piensa en menos de diez años. El 25 de mayo de 1810 se armó un Gobierno provisorio en Buenos Aires, que todavía asumía "a nombre del Señor Don Fernando VII".
El historiador Gabriel Di Meglio dilucida: "Al principio, el reclamo independentista pertenecía a una minoría. La vuelta al trono del monarca español en 1814 radicalizó a los dirigentes revolucionarios e incluso sectores más moderados políticamente aceptaron que la única salida es la Independencia. Por eso tenemos dos fechas patrias, 1810 y 1816".
Había dos españoles en la Junta y Saavedra era del Alto Perú (actual Bolivia)
El presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, había nacido en el Alto Perú. Los vocales Domingo Matheu y Juan Larrea, en Cataluña. Esto no era raro para la época.
Argentina, como la conocemos hoy (con sus límites geográficos y culturales), se consolidó recién a fines del siglo XIX. Los líderes revolucionarios de 1810 pensaban en términos del Virreinato del Río de la Plata. Es decir, parte de lo que hoy conocemos como Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia (los territorios indígenas como Patagonia y Chaco, por otra parte, no participaron del proceso). La propia dinámica del proceso iría acotando sus pretensiones, demarcando las fronteras que nos resultan más familiares.
¿Hubo movilización popular?
Todos los testimonios apuntan a una indiscutible presencia popular y miliciana, tanto el 25 de mayo como los días previos, que inclinó la balanza a favor de los revolucionarios.
"En el Museo Histórico Nacional está el petitorio que circuló para terminar con la Junta Provisoria encabezada por Cisneros. Allí, French y Beruti se pronuncian 'por mí y 600 más'.
Hubo grupos heterogéneos -que involucraban gente que vivía de su salario, artesanos, vendedores ambulantes-, que se movilizaron y proyectaron en la Revolución sus propias aspiraciones y tensiones raciales, sociales, económicas.
¿Hubo paraguas y escarapelas?
"El pueblo quiere saber de qué se trata" (una frase anónima atribuida a las manifestaciones de 1810) es también el nombre de una de las pinturas más famosas que retrata a las personas con paraguas frente al Cabildo. La creación de esta obra es muy posterior a los hechos: data del primer Centenario.
Los testimonios de la época confirman que esa semana llovió. Las actas del Cabildo del 25 también se quejaban de los vaivenes climáticos. Pero ¿qué hay de los paraguas?
Di Meglio explica que, por esos años, el uso de paraguas o sombrillas estaba reducido a unos pocos. Caro y de tela permeable, probablemente ni se usara mucho para combatir la lluvia, ni hubiera muchos en la plaza ese día.
Con las escarapelas ocurrió algo similar. En su Historia de la República Argentina (1883), Vicente Fidel López escribía que "la plaza se llenó en un momento de damas y señoritas, con los colores celestes que distinguían el penacho tan popular de los Patricios". Los textos de la época, en cambio, mencionaban la presencia de cintas, pero les atribuían distintos colores (rojo, celeste, blanco).
¿Las mujeres estaban ahí?
Aunque falta indagar en el tema, el rol de las mujeres en las tertulias de la alta sociedad es conocido por todos. "Además, los documentos remiten a una participación popular que contaba con hombres y mujeres", acota Di Meglio. Entre ellos, destaca un panfleto anónimo -hoy guardado en el Museo del Cabildo- que expresaba las quejas de los varones contra las mujeres que se metían en política.
La sociedad de 1810 y los límites de la Ciudad
"Aunque era la segunda ciudad más importante de Sudamérica después de Lima, si la vemos desde la actualidad, Buenos Aires era pequeña. Ocupaba de Parque Lezama, a la Plaza San Martín al norte (que ya era zona de cuarteles). Hacia el Oeste, avanzaba por lo que hoy es Avenida Rivadavia, hasta Congreso y Plaza Lorea. El transporte público no existía y la gente tendía a concentrarse", ilustra Di Meglio.
¿Y su fisonomía?
Vaivenes de agua, tormentas de polvo, veredas estrechas, charcos de barro, un terreno ondulante. No era fácil transitar Buenos Aires. La circulación de diversos animales -como caballos, perros, cerdos y ratones- reforzaba la tendencia a desarrollar la sociabilidad puertas adentro.
Los edificios principales eran el Fuerte de Buenos Aires (que contenía la Contaduría, la Aduana y la Real Audiencia), el Cabildo y la Catedral. Cada grupo social tenía diferentes espacios de convivencia: algunos de los más importantes eran la Recova, la Alameda, las iglesias, las pulperías, el mercado. Las casas también variaban según el estatus de sus ocupantes.
Olor a flores... y bosta
Si pensamos que no había recolección de basura ni cloacas, intuimos que la ciudad de 1810 no era agradable para nuestro olfato. Sin embargo, al fin y al cabo, los olores son también una construcción cultural.
La carne de caballo, ampliamente consumida, era hedionda. Las velas y jabones de sebo utilizados dentro de las casas, también. Ni hablar del estiércol, los animales muertos (a veces enterrados en los patios de las casas) y las fosas de cuerpos.
Según José Antonio Wilde, que escribió una radiografía de la ciudad a 70 años de los hechos, una costumbre de esa sociedad podía funcionar como contrapeso a la peste: la afición a las flores.
¿Se comía asado?
En 1810 había en Buenos Aires cerca de 40 carnicerías y 5 saladeros. La carne abundaba, pero no solía terminar en la parrilla. Primero, hay que considerar que todo "bicho" era comestible, no solo la vaca. El ganado vacuno era cimarrón (salvaje) y los cortes resultaban duros. Por eso, generalmente se hervían en guisos y pucheros.
Un plato común era la sopa de trozos de carne de vaca y cordero, morcilla, repollo, perejil, cebollas, ajos, garbanzos, porotos, zapallos y menta.
¿Cómo era la diversión en 1810?
La sociabilidad de Buenos Aires pasaba principalmente en el interior de los hogares. En las famosas tertulias se gestaron romances, acuerdos comerciales, alianzas políticas y discusiones intelectuales, que allanaron el camino al 25 de mayo y continuaron posteriormente.
Estas tertulias no eran como las europeas, bastante más suntuosas. Los testigos de la época indicaban que la bebida más ingerida era el mate (y, si se extendía la fiesta, el chocolate). Solían terminar temprano. Siempre había música. Si no había dinero para pagarle a un profesional, los niños se ponían frente al piano.
Las pulperías, más populares, acogían juegos, bebidas y -según denunciaba la "gente bien"- algunas peleas. Debido a las costumbres de la época y al estado de la ciudad, los más pudientes solían evitar los escenarios públicos. De todas formas, había un espectáculo que congregaba a ricos y pobres: las corridas de toros, un favorito de los porteños hasta su prohibición en 1819.
Al calor de la Revolución, los cafés porteños se resignificaron, convirtiéndose en centros de debate político y filosófico.