La resucitada

Nació junto a un basural y estudió Artes Plásticas. Fundó el colectivo “Las yeguas del Apocalipsis” junto a Francisco Casas y sus performances agitaron el Chile de los ‘80 con cabalgatas nudistas, entierros en cal viva, bailes folclóricos sobre vidrios. S

n el zanjón de la Aguada están mis raíces como escritor”, dijo. No podríamos pensar a Lemebel sin reflexionar acerca del barro, de sus orillas jadeantes, de sus derrames profusos, de esos remolinos del Mapocho al que van a parar los suicidas.

¿Recuerdan esa crónica? Se llama “Chocolate amargo”. Y empieza así: “Paseando la tarde por Bellavista en compañía del fotógrafo Álvaro Hoppe, después de recorrer el tranco disparejo de sus veredas tibias por el relumbro añoso del ocaso, luego de evocar sin nostalgia el tiempo vertiginoso de los ochenta y la dictadura, cuando Hoppe sudaba la gota espesa del aire lacrimógeno sacando fotos en medio de la trifulca callejera.

Justo cuando le pregunto con relajo democrático: ‘¿Extrañas la agitación peluda de aquellos días?’ Y Alvaro casi no me alcanza a responder, por el vibrante aleteo de un helicóptero que zumba sobre nuestras cabezas y pasa directo al puente Pío Nono, donde una multitud de curiosa agitación se arremolina en las barandas del Mapocho, corriendo, cruzando la esquina con luz roja, empujándonos hasta el río lleno de pacos y patrullas aullando con el relámpago de sus linternas también rojas.

Cientos de ojos mirando las aguas, gritando: Allá se ve. Allá viene flotando un zapato, un pie, una pierna, una mano y una cabeza que se asoma en la corriente mugrosa y luego se hunde en la bocanada del chocolate amargo”.

Lemebel fue el niño criado al borde del basural y desde ahí,  bajo los puentes, aprendió a transformar el barro en maquillaje. “Desde siempre, desde antes de escribir, descubrí con dulce amargura el paisaje proletario en mi niñez.

Pero de niño uno cree que su metro cuadrado de miseria es el mundo. Y yo quería pintarlo, decorarlo con metáforas y adjetivos cursis. A eso le dicen ‘barroco desclosetado’, cuando yo nunca salí del clóset. Éramos tan pobres que ni siquiera teníamos ropero”, contó en una entrevista.

Como Perlongher en Argentina, hizo del neo-barroso un modo de escritura y de vida. De los fluidos, una estética. De los ires y venires por los bordes, un tremendo teatro. Ambos montaban la provocación como herramienta de denuncia política.

Y ahora Pedro aparece falsamente muerto, desde el 23 de enero en que dejó este mundo por ese cáncer de laringe que lo tenía mal desde hacía tiempo. La misma enfermedad que ya había asimilado en sus recitales y de la que hacía tema, con la alquimia de su encanto. “Podría escribir clarito, sin tanto revoltijo inútil, casi telegráficamente, pero tengo la lengua salada”, decía.

Hace tres años, el autor de “Loco afán” vino invitado a una feria del libro mendocina: subió taconeando, salió a escena con su pañuelo atado a la cabeza y sus ojos delineados de vidente. Jugó con nuestras emociones. Reímos y lloramos. Sí, lloramos cuando recitó esa crónica del alumno, el joven militante asesinado que conoció en sus años de profesor de plástica.

Y en seguida la carcajada: cuando narró un cruce de los Andes en el que quedó varado por fumar marihuana, junto a un camello tan paria como él, y tan exótico entre gendarmes de montaña.

Si la muerte en todo caso sirviera para algo, sería para entender la euforia que dejamos: a Pedro Lemebel no lo despidió un comité en pasillos fríos y serios; lo despidió el pueblo con altares, obsequios y cantos.

Como él mismo escribió en “Carta a Andrés”: “...tus amigos, tus amores, tus admiradores, brindamos embriagados por la tristeza hasta que llegó el alba con su equipaje de colores. Nada más, ninguna música de circo que alterara la rutina aburrida de este caluroso Santiago. Ni siquiera tu rostro estampado en las portadas de los diarios podía revivir el carnaval patiperro de tu inagotable fiesta. Por eso, al nombrarte me cuesta tanto escribir nunca más.”


Bajo la piel
Tiene un cuento de un travesti entre las viñas: "Berenice (la resucitada)" que empieza asi: "Él nunca pensó llamarse Berenice, y menos ponerse ropa de mujer. Solamente huir lejos, escapar de todos esos huasos molestándolo, diciéndole cochinadas".

El chiquillo raro, que trabajaba en la cosecha con las mujeres ásperas, que cintureaba la mala paga con la alegría de soltarse bajo los racimos, se apropia de la identidad de una trabajadora exhausta. Porque, tal como enseñaron los '70s, Lemebel entendía a todo nivel que la política empieza por el cuerpo.

Y el cuento sigue, en clave de la “Lumpérica” (esa América lumpen que retrató su amiga Diamela Eltit), con el  traslado de Berenice a la ciudad: “El tiempo en la ciudad es trapo que se gasta rápido, más aún para el forastero que multiplica su pasar en las volteretas de la sobrevivencia.

Así repartido, las mañanas desfilan mirando caras famosas en las revistas de los kioscos, leyendo titulares de prensa donde él nunca será protagonista. Pero éste no fue el caso de la Berenice, que saltó a la fama de loca raptora, al aparecer a toda página en las portadas de los diarios”.

Pedro, en cambio, era capaz de torear al monstruo mediático, solía andar por la calle camuflado y anónimo. “A veces paso por señora loca, por pobladora travesti a medio operar, a medio ‘cirujear’ por cambio de sexo, lo que sea, lo que me sirva para hacerme invisible y poder sumergirme en las aguas profanas de la urbe”.

En sintonía con las subjetividades más silenciadas, ahora, releído -desde esta realidad, desde este continuo renacer de Lemebel- reactualiza la desfachatez y la crítica en torno de la identidad mal asumida, ese difícil constructo de lugares comunes. llámese dictadura, machismo, explotación, morbo mediático.

Lemebel, con iguales dosis de dulzura y acidez, preparó las páginas donde la política y las pieles se mezclan, las subjetividades se deslizan y la garganta denuncia hasta arder.

Manifiesto (Hablo por mi diferencia)

No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

NOTA: Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en setiembre de 1986, en Santiago de Chile.

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