Jerez de la Frontera, la más española

Dueña de un espléndido portfolio de arquitectura monumental, la ciudad andaluza también deslumbra por rasgos culturales típicos: flamenco, un vino de fama mundial y la alegría inmune.

Jerez de la Frontera, la más española

"Es la más española de todas" se le ha escuchado decir a algún viajero, los sentidos aferrados a Jerez de la Frontera. Y vaya si tiene importancia el piropo, entendiendo lo copiosa en elogios que anda la nación ibérica. La ciudad del suroeste peninsular, plenitud de Andalucía, es resumen de todo lo bueno que tiene "la madre patria". Que si el flamenco (que aquí se toma muy en serio, y de ahí que se la considere capital nacional en estos menesteres), que si el vino (el de Jerez, de fama mundial y culpable en parte de la mucha fiesta de los locales), que si la devoción por los caballos y los toros (dicen los que saben que en la zona se crían ejemplares como no hay en el planeta), que si la identidad religiosa, y la arquitectura monumental, y la fuerza de la historia, y la alegría de la gente… mire usted si no hay razones para sostener el enunciado.

Sangre de gazpacho y bulerías

Bellísima Jerez de la Frontera, y estará el que piense que en cualquier caso tendríamos que haber empezado por ahí. Ya queda clarito en la primera probada de la mayor urbe de la provincia de Cádiz (la capital homónima, anciana con rostro de niña y viceversa, está recostada junto al Atlántico, 40 kilómetros al sur).

El paseo arranca por el corazón del asunto, la Plaza del Arenal. Entonces la seducción de la antigua "Xera" comienza a brotar como manantial, con una explanada rodeada de edificios que hablan bonito de Andalucía, repleta de arboledas, palmeras, mesitas para sentarse a tomar la caña o el café, cantidad de movimiento popular y luz, sobre todo luz. Más añosas e intrigantes resultan las otras plazas céntricas. Nómbrese a la de las Angustias, la del Mercado, la de la Asunción... Rincones como estos son los que mejor resguardan el carácter regional, la sangre de gazpacho y bulerías de los jerezanos. Lo delatan las fuentes dispuestas en el centro, el suelo adoquinado, las casas de dos y tres pisos con altillo y balcones de hierro, la iglesia a la vuelta de cualquier esquina.

Es el paso del tiempo que no se disimula, porque los ladrillos van gastados tal y como son. Lo mismo que los paisanos, tan de vestimentas rancias (los hombres) y coloridas (las mujeres), tan de pasarse las siestas bajo la sombra de los naranjos. Hablan que te hablan los señores, solucionando el mundo sin solucionar nada, con una copita de vino barato (ya le tocará el turno al brebaje del bueno, bastante hay para citar), el codo sobre los barriles que hacen de mesas en las afueras del bar, y el chiste en la punta de la lengua.

"Pringao" le sueltan al extranjero luego de enterarse de que es seguidor del Barcelona. "Pasa que aquí los catalanes no nos gustan nada, majo", cuenta uno de eterno buen humor bajo un rostro que miente gravedad (deliciosa farsa autóctona). La frase del casi anciano expresa una inmortal dicotomía de la Península Ibérica: ésa que sostiene que los del norte son serios y trabajadores, y los del sur alegres y… y menos trabajadores. "Pero al final ¿quién se la pasa mejor eh?", acota otro, mientras golpea las manos a puro ritmo, igualito a los palmeros del "tablao" flamenco.

Nombres propios

"Pero a lo que íbamos" diría un lugareño a la hora de redirigir las ideas. Y a lo que vinimos nosotros: además de bañarnos de idiosincrasia local, es a conocer las preciosas obras arquitectónicas de Jerez de la Frontera. El listado es interminable aunque, a fines prácticos, nos quedamos con los tesoros más característicos, los que mejor hablan del paso de castellanos y nazaríes por el Valle de Guadalquivir, de cortes idas y curas dominantes; de las mil y una batallas entre el cristiano Reino de Castilla y el musulmán Reino de Granada (cuyos límites se encontraban a tiro de piedra de Jerez, de ahí el mote "De la frontera"). Al respecto, vale destacar el enorme complejo edilicio que corporiza el Alcázar (máximo emblema jerezano, construido por la dinastía árabe Almohade en el siglo XII), las murallas (también de origen andalusí, rodean al casco histórico y alojan cuatro puertas: la Real, la de Santiago, la de Sevilla y la de Rota), la Catedral (siglo XVI, una reliquia del gótico en terracota), la Iglesia de San Miguel (también gótica, aunque del siglo XV) y la exquisita e impresionante Cartuja de Santa María de la Defensión (levantada en 1474).

Otras joyas son el Palacio de Bertemati (testimonio de la época del señorío castellano), el antiguo  Ayuntamiento (paradigma renacentista es, junto al Cabildo, la estrella de la Plaza de la Asunción) y el Palacio de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre (donde se realizan exhibiciones que no dejan dudas de que, en esta zona, los caballos son más que un hobby).

Una copita de jerez

Ya para el final del recorrido, imposible no llegarse hasta alguna de las muchas bodegas locales a disfrutar de los mundialmente conocidos vino y brandy de Jerez. Será por las cualidades de la tierra, por la sabiduría de los productores o por la divina providencia: lo cierto es que los brebajes saben a gloria, a emoción, a ganas de vivir. Más si a las espaldas, hay una ciudad que secunda las sensaciones felices.

La meca del flamenco

Ni Sevilla, ni Córdoba, ni Granada. La verdadera Meca del flamenco es Jerez de la Frontera. Sin la fama de las grandes capitales andaluzas, la ciudad gaditana se erige como el máximo exponente del tradicional género musical español. Aquello resulta evidente en la recorrida por los barrios que lindan con el centro. Es el caso de los míticos San Miguel y Santiago. Hermosos suburbios de alma gitana y pintas de arrabal, en los que los ritmos febriles y hechiceros del flamenco despuntan en plena calle, en el bar y en las academias de "cante" y baile a las que llegan estudiantes de los cinco continentes.

También en las estatuas de hierro y ardores de leyendas como Lola Flores y Francisca Méndez Garrido "La Paquera", dos de los referentes más conocidos de la música andaluza nacidos en Jerez (otras baluartes locales son José Mercé, Manuel Torre o Manuel de los Santos Pastor "Agujetas", por sólo nombrar algunos). Para el viajero interesado en la temática, conviene asimismo darse una vuelta por El Centro Andaluz de Flamenco (ubicado en el histórico Palacio Pemartín), la Cátedra de Flamencología de Jerez (la primera en su tipo en toda España), los distintos tablaos (establecimientos nocturnos con espectáculos en vivo, usualmente se desarrollan en patios a cielo abierto, a la vieja usanza), y las distintas "Asociaciones Culturales Flamencas" (mitad peñas, mitad museos, hay más de 10 para visitar).

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