El síndrome De la Rúa

“Macri, basura, vos sos la dictadura”, dicen los K acusando al presidente de autoritario. “Macri, vos sos como De la Rúa”, sugieren otros acusando al presidente de débil e incapaz. Se trata de dos formas de oposición que trabajan más por la caída del gobi

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Los gobiernos de los Kirchner vivieron sus doce años echándole la culpa de sus errores a la crisis de finales de 2001 y a todos los que habían estado antes de ellos, incluso a Duhalde, que les hizo la tarea sucia. Por lo tanto, a su entender, nunca se equivocaron, en consecuencia jamás pidieron disculpas. Y como señal de omnipotencia, muchas veces lo que hacían es profundizar explícitamente el error.

Tenían el crédito de la anarquía ya que en un país que se había quedado sin gobierno, a quien asumiera la reconstrucción de la autoridad perdida se le toleraba casi todo.

Sin embargo, esa tolerancia social se agotó con la partida de los K, por lo que quien los sucedió tiene casi nulo margen para echarle la culpa al gobierno anterior por sus errores. Eso le pasa a Macri, quien debe pasarse pidiendo disculpas porque no puede endilgarle a ningún otro lo malo que le ocurre.

Lo cual podría ser una buena noticia si significara que los argentinos ya dejamos de lado el enorme trauma que nos dejó la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y el desesperado grito del “que se vayan todos”, el cual condenaba a la política y a los políticos en todas sus facetas y personas, sin excepción.

Cuando cayó Juan Manuel de Rosas, los que lo continuaron se propusieron acabar con el modelo político rosista, pero -sin embargo- (particularmente Juan B. Alberdi, pero no solamente él) sostenían que el Restaurador de las Leyes había sido un producto de la anarquía argentina previa a él, y que durante sus gobiernos, aunque hubiera sido dictatorialmente, había restaurado el orden; un orden que debía mantenerse a toda costa aunque se le cambiaran ciento por ciento los contenidos políticos.

Si un papel similar de restauración del orden ha sido el que cumplió el kirchnerismo luego de la segunda gran anarquía nacional, la historia lo dirá, pero aunque haya sido así, aún restan otras secuelas de aquellos tiempos tan devastadores de principios de siglo, cuando la sociedad argentina pareció implotar, hundirse en el abismo de la acumulación de sus males. Secuelas peligrosas.

Estas reflexiones vienen a cuento del audio que se filtró donde Sergio Massa les da instrucciones reservadas a sus legisladores diciéndoles: “Ya salgan con el hashtag que están los diputados… no a la rebaja de las jubilaciones… tuiteando 'Macri recorta igual que De la Rúa'”.

Obsérvese bien, no se trata de lo que había sido habitual hasta ahora en política ante cualquier indicio de desgobierno: la de caracterizar al acusado como alguien que estaba actuando con la debilidad y la impericia con que lo hizo De la Rúa. No, Massa avanza mucho más allá: no caracteriza a Macri como De la Rúa, sino que les pide a sus seguidores que hagan lo políticamente necesario para que Macri sea visto por la opinión pública como un De la Rúa. En otras palabras, no es que Macri “sea como” De la Rúa, lo que importa es que “se lo transforme” en un nuevo De la Rúa. No se trata de una caracterización sino de una operación política.

Es una oposición ésta que bosqueja Massa, distinta a la seguida hasta ahora por los más tenaces adversarios del macrismo: los seguidores de la señora de Kirchner. Estos, más que acusarlo de débil e incapaz, lo acusan de lo mismo de lo que son acusados ellos pero multiplicado por mil: si Cristina robó cien millones en sus operaciones hoteleras, Macri robó setenta mil millones con su padre en el Correo. Si el kirchnerismo manejó la Justicia a su favor, Macri la maneja a su recontrafavor. Si Cristina fue autoritaria, Macri lo es aún más.

La maniobra kirchnerista es más bien defensiva: la de insinuar que si todos roban, todos son ladrones, con lo cual no lo es nadie en particular. Y entonces todo juicio a Cristina y su armada Brancaleone es sólo una jugada política de alguien tan o más culpable que ellos.

No buscan, porque no pueden, demostrar su inocencia sino la culpabilidad de todos para que nadie pueda juzgar a nadie.

Lo de Massa, en cambio, es un salto cualitativo en las formas de oposición. Una hipótesis que el tigrense está probando a ver si sale para poder derrotar tanto a Macri como a Cristina y ser sucesor de ambos. Aspiración legítima la de suceder a ambos para seguir adelante en vez de repetir los ciclos eternos. Pero lo discutible es el método encarado: a través del síndrome De la Rúa.

Este síndrome es hoy por hoy más peligroso para la institucionalidad que la lucha entre el gobierno que se fue y el que hoy tenemos.

Implica jugar a algo hasta quizá peor que la mera intención destituyente del cristinismo. Que en las condiciones políticas del presente sería difícil que pase de algo más que una mala intención. Más bien lo que buscan quienes poseen este síndrome es -consciente o inconscientemente- gestar un vacío de poder. Inventar lo que no existe aprovechando los temores aún no cicatrizados del trauma de principios de siglo. Y en esto Massa no está solo.

Si el gobierno nacional quiere lograr acuerdos a cambio de darles a las organizaciones sociales piqueteras más recursos de los que les dieron los K, o si les devuelve a los sindicatos los dineros de las obras sociales que el gobierno anterior les tenía retenidos, tanto los piqueteros como los sindicalistas consideran que eso no es una señal de conciliación o diálogo sino de debilidad, y entonces de lo que se trata es de contraatacar como no se hizo en el gobierno anterior. Una típica cultura corporativa nacional: los que frente al autoritarismo son los más cobardes, cuando se les propone dialogar, se hacen los machotes y exigen lo que no pidieron antes.

Incluso, culturalmente, un país que esté esperando a ver cómo salen las próximas elecciones para saber si a este gobierno le podrá pasar o no algo parecido a lo que le pasó a De la Rúa, es un país que se ha contagiado del síndrome del que hablamos.

En fin, que trabajar políticamente para ensanchar el síndrome De la Rúa aprovechando los temores de una sociedad que aún no ha superado del todo los males de su pasado reciente, no es sólo demagógico y jugar a favor de que este gobierno se caiga. Es arriesgarse a que aún los beneficiarios de la probable caída sean víctimas de lo mismo que propiciaron. Es apostar a que la sociedad argentina siga enferma en vez de intentar curarla entre todos.

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