Opinión
Dos bloques asimétricos que buscan su identidad
Es el doloroso gradualismo de la recuperación. Para hacerlo más concreto, a Milei le urgen las reformas normativas que de a ratos dice que no necesita, pero sí.
Es el doloroso gradualismo de la recuperación. Para hacerlo más concreto, a Milei le urgen las reformas normativas que de a ratos dice que no necesita, pero sí.
La media sanción de la ley Bases comenzó a desequilibrar el bloqueo en favor del Gobierno, situación que sólo habrá de consolidarse si el Senado ratifica esa norma. Si esa inercia se confirma, la escena dominante proyectará una novedad: la polarización entre mileismo y antimileismo, con apoyo social inicial y predominante para el primero.
Milei ha demostrado que usa de manera pragmática dos modos de relación con la política: una descalificación discursiva que dispara en general como metralla al bulto, y una negociación más transaccional que aplica en dosis homeopáticas. Tras la marcha, reaccionó primero con las vísceras y moderó después su evaluación.
O Milei vive en una burbuja desinformada, o sabía de la maniobra senatorial y optó por no desbaratarla. Propenso a la comunicación instantánea por redes sociales, al Presidente le hubiese bastado un tuit para voltear todo.
Hay una paradoja cuya literalidad se le torna insostenible al Presidente: la de decir en términos dogmáticos que usará el Estado para hacerlo desaparecer.
Domingo Cavallo están señalando que la inflación desciende con una fuerte caída del nivel de actividad económica y que la convergencia más cercana entre los tipos de cambios convierten a la inflación en un aumento de precios medido en dólares.
El método de la Corte fue fortalecerse en el estudio de casos frente al ímpetu de los lobbies. La postulación de Lijo es un intento de regreso a un método anterior, similar al ya conocido con las mayorías automáticas.
Milei tomó en los últimos días una decisión que tiende a invalidar por completo esa idea de casta como herramienta política. Esa decisión es la referida a la relación del nuevo gobierno con la Corte Suprema de Justicia.
Milei volvió a la escena del diálogo tras el fracaso de la ley ómnibus, pero con un primer trimestre económico en el que bajó unos grados la fiebre inflacionaria.
Esa iniciativa implica reabrir el espacio de negociación que naufragó en extraordinarias y tuvo como consecuencia el estallido de un conflicto político con las provincias por los recursos tributarios
Hasta el momento, la única idea de gobernabilidad que exhibe Milei es la restauración de una polarización que había cedido durante el momento electoral de los tres tercios. Una nueva grieta, con una divisoria de aguas diferente.
Hasta los intuitivos caciques sindicales, consolidados desde hace décadas como directivos de grandes y prósperas corporaciones económicas, parecen haber perdido la brújula: habiendo conseguido trabar en los tribunales el capítulo laboral de la reforma mileísta, se lanzaron al fracaso de un paro innecesario.
Como toda propuesta ideológica, el mensaje de Milei siempre puede recurrir a validarse desde una lógica propia. La gestión económica de Milei no tiene ese beneficio. Es política: está obligada a legitimarse con hechos.
Francos y Bullrich demostraron alguna gimnasia parlamentaria adecuada para consolidar un acuerdo primario sobre la ley ómnibus. Por primera vez el objetivo de la aprobación no pareció una utopía irrealizable.
Con objetivos diametralmente opuestos, los principales contendientes de la escena política coinciden con un mismo diagnóstico. Ambos creen que la evolución del clima social tiene un único termómetro de resultados unívocos: la inflación.
Al pedir la delegación de facultades más holgada y extensa de la que se tenga memoria desde la restauración democrática de 1983 , Milei percibe que viene a llenar el vacío de autoridad presidencial que dejó el colapso del triunvirato Fernández-Kirchner-Massa.
El megadecreto semeja un pliego de aplicación práctica para una idea dominante: el regreso al espíritu liberal de la Constitución Nacional de 1853.
Javier Milei es el nuevo presidente, obligado a arbitrar entre necesidades y expectativas, pero en los hechos la suerte de su gestión no depende sólo de él.
Ese magnetismo tan propio de los que estrenan el poder no debería llamar a engaño al conjunto de la sociedad argentina. Es la sociedad -no sólo Javier Milei- la que está desafiada por la profundidad de la crisis. Es la sociedad la que tiene que acertar el rumbo para revertir el declive económico. Y es la sociedad la que debe encontrar la fórmula para darle a esa salida alguna viabilidad política.
Coexisten ahora por lo menos tres legitimidades de origen: la expresión potente de la voluntad popular que le entregó la presidencia a Javier Milei; la sumatoria de bloques minoritarios que ejercerán el poder desde el Congreso, y un conjunto de gobernadores también legitimados por el voto.
Menos por su formación como economista que por la realidad volcánica que tiene que enfrentar en sólo dos semanas, Milei le impuso al bloque del 55% una agenda realista: la prioridad es la economía. La articulación de medidas para enfrentar el abismo ha mostrado un Milei menos dogmático y más práctico de lo que se podía prever.
En la penumbra de una realidad desencantada que empujó al balotaje, el autor debela las batallas entre quienes ocultan verdades y quienes, directamente, las desdeñan.
Las peores consecuencias de esa crisis todavía no se han visto. La política demoró un año en elegir la capitanía de un barco que venía a la deriva. Todavía falta enfrentar la evidencia del naufragio. Si alguien cree que esta noche concluyen los problemas, tal vez convenga sacudirle la modorra porque mañana recién van a comenzar.