Cuando las cosas se hacen con dedicación, pero sobre todo con una enorme pasión, sin dudas se marca la diferencia. Pero no solo eso sino que además, quienes pueden, cambian vidas e incluso las salvan.
Daniel Edgardo Nento es cirujano cardiovascular pediátrico, es un destacado profesional que se desempeña en importantes hospitales de Estados Unidos donde ha sido reconocido. Tiene enormes logros pero, entre lo que más le interesa a esta nota, cuenta que es un orgullo mendocino. Nació en Gutiérrez, en el departamento de Maipú, allá por 1972.
Pese a vivir en ciudades del primer mundo, cuando vuelve a Mendoza, confesó a Los Andes que se sube al auto y se va a pasear por las calles maipucinas que lo vieron crecer.
Este doctor realiza entre 220 y 250 cirugías por año y, desde que ejerce esta profesión, estima que ha concretado más de 3.000. Opera generalmente a niños muy chiquitos, en particular bebés, e incluso hace cirugía fetal, “en la panza de la mamá”, aclara. De estas últimas hace unas 10 al año.
Un diálogo con los Andes recordó que el bebé más chiquito que operó pesaba tan solo 400 gramos ya que había sido prematuro y tenía 23 semanas de edad gestacional.
Palmadita al alma
“Elegí medicina porque quería ser pediatra, como mi pediatra, el doctor Humberto Cavagnaro, y ayudar a los niños, ya estudiando Medicina en la Universidad Nacional de Cuyo, cuando hice la rotación en Pediatría en el (hospital) Notti tuve la experiencia de que muchos bebitos que estaban enfermos del corazón, no podían ser operados en Mendoza y debían ser trasladados a Buenos Aires, porque no había cardiocirugía en Mendoza o estaba muy en los comienzos y entonces decidí tratar de ayudar a esas familias”, relató.
De hecho, a veces sucedía que algunos niños no lograban sobrevivir a la espera del traslado o porque no era posible por la gravedad del caso. Incluso, cuando fue a especializarse a Harvard, le ofrecieron quedarse, pero decidió volver porque su objetivo era ayudar a los chicos de su provincia.
La Medicina es sin duda un acto de altruismo pero además, en el caso de Nento, sus relatos desprenden humanidad y empatía para con sus pacientes y sus familias.
“Lo que me marca cada día es salir de la sala de operaciones y, luego de terminar la cirugía, si es larga más porque a veces estás más de 12 horas en el quirófano, y poder decirles a los padres que su hijo va a estar bien y que va a salir adelante (...) el mayor regocijo que me da al corazón y al alma es cuando esas familias se van a su casa, siempre los acompaño en ese momento, es la palmadita al alma mía”, cuenta. Y subrayó que es lo que lo motiva a hacer lo que hace y a mejorar.
“Me levanto cada dia pensando en ser mejor padre, mejor esposo, mejor hijo y mejor médico, tratar de ese día dar lo mejor de mí en esas áreas, a nivel familiar y profesional, puede salir mal o bien pero saber que di el 100% de mi, cuando me voy a dormir me gratifica la tarea cumplida, pude dar algo mejor de mí a toda esta gente”, reflexionó. Y quizás ese sea el secreto de ese hombre de diálogo ameno y hablar sereno que denota, ante todo humildad.
Largo recorrido
Daniel tiene 52 años, está casado con una mendocina y tiene dos hijos gemelos de 17 años: Maximiliano y Emily, quienes nacieron en EEUU.
Actualmente reside en Cleveland, Ohio, donde es el jefe de la sección de Cirugía Cardíaca Pediátrica del hospital universitario Rainbow Babies and Children ‘s.
En su época en Mendoza se desempeñó como jefe de Cardiocirugía Infantil del hospital Notti y del hospital Español.
Estudió en la facultad de Ciencias Médicas de la UNCuyo y egresó en 1998.
Hizo la especialidad en Cardiología Infantil en el Hospital de Niños de Buenos Aires y luego una especialización más avanzada de 2 años de duración en la Clínica de Cleveland.
“Es uno de los hospitales más importantes de adultos, donde me especialicé en trasplante cardíaco y corazón artificial para adultos y para niños, ahí estuvo Favaloro, que describió el trasplante cardíaco, y es importante porque es uno de los más destacados del mundo, después perfeccioné esto en Harvard”, contó.
De allí pasó al Hospital de Niños de Boston, el cual depende de la Universidad de Medicina de Harvard.
Luego de eso volvió a Mendoza para desempeñarse en los hospitales mencionados.
Pero en 2015 le invitaron a trabajar a San Antonio, en Texas, armó las valijas y se fue. Trabajó como jefe de Cirugía Infantil del Hospital de Niños de San Antonio y profesor de la Universidad de Baylor. “Es un hospital enorme con grandes edificios”, resaltó.
Ha recibido muchos aplausos, otra palmadita al alma. Suma reconocimientos como ciudadano ilustre del Hospital Notti, de la municipalidad de Maipú y también la Legislatura de Mendoza.
En 2018, cuando trabajaba en San Antonio, lo eligieron como el mejor médico del hospital, reconocimiento que se repitió en 2019.
En 2020 recibió otra distinción, pero que en esta ocasión le permitió derramar sus logros para obtener mejoras. Se trata de Endowed Chair.
“Es un premio que se otorga para educación, se da a muy pocos médicos, esto implica que el hospital otorga una suma de dinero que yo puedo usar para investigación y educación en Cardiocirugía”, detalló. Explicó que en cirugía infantil se operan corazones con malformaciones, entonces se investigan mucho las causas y cómo pueden prevenirse.
Un alto costo
En todo ese camino recorrido, el hombre ha tenido muchas renuncias. No es fácil irse del terruño, ya se sabe y, tal cual comentan otros que se van, dijo que lo que más extraña es “la cultura”. Pero no sólo eso. Llegar hasta donde llegó y tener ese nivel de formación ha tenido un alto costo para su vida y sus relaciones. Sin embargo, no reniega de esto, lo sigue eligiendo.
“Lo que más se extraña es la familia y la cultura, como se dice en Estados Unidos, la reunión con los amigos, juntarse para charlar y compartir cosas con los afectos”, señaló
Viaja tres o cuatro veces al año para visitar a la familia y a los amigos y colegas. “Tengo muy buenos amigos, son los mismos desde hace 45 años, son los del jardín”, apuntó.
Otras cosas que añora de su tierra natal son la montaña y el parque San Martín, al que dice que le gusta mucho ir. “Son cosas que se recuerdan con melancolía”, aceptó.
Aceptó que ha implicado renunciar mucho a sus seres queridos, No solo irse de Mendoza y alejarse de sus seres queridos, sino incluso, reconoce que la cantidad de horas que dedica a la atención de los pacientes, implica tiempo que no está con su esposa e hijos.
“Hace 20 años que no estoy con mi familia, con mis hermanos, con mis padres, han sido horas estudiando, noches haciendo guardia en los hospitales, no pude participar de casamientos o cumpleaños de mis amigos, de familiares”, mencionó.
“Me invitaban y tenía que decir que no podía porque estaba cuidando a un niño que operé, o porque estaba en Buenos Aires estudiando, me he perdido mucho de estar con mis hijos, salís de noche de la casa en la mañana y volvés de noche; cuando querés acordar los niños ya tienen 17 años”.
“Voy todos los días al hospital, de lunes a lunes, hace 20 años, siento la responsabilidad de que tengo que ver al paciente, hablar con los padres y contenerlos, ver que este todo bien”, considera y agrega las causas: “Por más que vayan 200 médicos, los papás quieren ver al cirujano, necesitan el acompañamiento”
Sin embargo, no piensa en renunciar. “Tengo 52 años, así que por ahora me quiero seguir dedicando a pleno, me gusta mucho la docencia y cuando ya no haga tantas cirugías me dedicaré a eso”, cuenta sobre sus planes. Pero sin dudas, “el plan” es volver. “Siempre la idea de volver a Mendoza está en mi mente, de hecho estoy construyendo mi casa, aunque no sé cuando será”, cuenta. Por lo pronto, la etapa inicial de ese otro proyecto, está sumando ladrillos y sueños en un terreno de Guaymallén.