La culpa de la soledad del poeta es del filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) y si seguimos investigando en las causas del fracaso sentimental, seguramente aparecerán también los nombres de Sean Rad, Justin Mateen y Jonathan Badeen, Whitney Wolfe Herd y otros inventores de sitios de citas por internet. Y, si seguimos profundizando un poco más en el desamor, seguramente llegaremos al nombre de Betty Friedan y Simone de Beauvoir y otras militantes del feminismo.
Esto, al menos, es lo que nos permite inferir la lectura de dos de los últimos poemarios de Dionisio Salas Astorga (1965), poeta viñamarino pero residente en Mendoza desde hace muchos años, autor de “Sentimientos” (Valparaíso, 1982); “Sábanas sin flores” (2003); “Como en las películas” (2013); “Últimas oraciones” (2013); “Crónicas cínicas” (2014); “Para salir a matar” (2015); “Vidas de santos y santas non sancta” (2016); “Experiencia de la fatalidad” (antología poética, 2017); “Las otras caras del puerto” (Ed. Alba, Valparaíso, 2018); “O cara não entende” (antología poética en portugués, 2020) y, luego de un relativo silencio, un libro de ensayos breves reunidos bajo el título de “El mundo es una pintura de Francis Bacon” y los tres libros de poemas editados por Luna Roja en 2024: “Estamos bien los 7.800 millones”; “Qué tiene”; “Violencia de género” y “Cómo perder citas en tinder u otras apps desesperadas”.
Estos dos últimos poemarios, que serán el tema de estas reflexiones, vienen a confirmar un fenómeno de fecundidad literaria ya que fueron publicados -junto con los otros dos libros mencionados- en el curso del presente año, y concebidos -tal como es dable suponer por una serie de indicios textuales- coetáneamente y en un período breve de “frenesí” creador.
El estado de posesión o frenesí poético en que los poetas de la antigüedad atestiguaban la toma de posesión que la Musa realizaba de sus facultades, en este caso se puede parangonar con la angustia que lleva al yo lírico a entregarnos una suerte de autobiografía, poética y fragmentaria pero convincente, de un alma inmersa en una conflictiva relación con el amor y el marco del mundo actual, con todas sus implicancias.
Estos dos libros, entonces, pueden leerse en paralelo y complementariamente, como el anverso y reverso irónico de un solo único suceso-mueca sardónica con que el poeta nos interpela-como sujetos coetáneos y sometidos a los mismos estímulos, y constituyen el relato desgarrado (y polifónico) de una serie de fracasos, a los que el peso del extratexto y sus condicionantes, tanto filosóficos como cotidianos, no son ajenos.
Veamos.
La deconstrucción es una teoría crítica y enfoque filosófico propuesto por el ya mencionado Derrida, y el término en sí se refiere a que el significado no es confiable, ya que el lenguaje que lo comunica tampoco lo es. Constituye en sí una estrategia para descomponer la metafísica occidental. En el diccionario de la RAE encontramos esta definición de deconstrucción: “es el desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades”. Es, asimismo una invitación a mirar bajo la superficie de las creencias y prácticas diarias y una propuesta de lectura divergente de los textos. Con el tiempo, se convirtió en una categoría de desarticulación identitaria, en tanto exige lecturas subversivas y no dogmáticas de los textos (de todo tipo); constituye asimismo, para el poeta, un acto de descentralización: “desde que nos conocemos empecé / a ‘deconstruirme’ / sos mujer de otra generación // entre otras cosas hablar no es muy importante / escribir o leer es aburrido / preguntar es tóxico // la comunicación no pasa por comunicarse” (“Qué tiene”, p. 35)
A partir de este diálogo figurado con la mujer, el poeta se erige en profeta de un apocalipsis cercano, en el que caducará toda esperanza y todas las posibles relaciones “en presencia”, hasta el punto de que la vida puede llegar a reducirse a una pantalla de computadora: “yo buscando esa tecla de mi notebook que te borre a vos / y estos tres tristes años // […] / esa tecla no aparece ya la van a inventar otros” (ídem, p. 45).
Y a favor de esas pantallas (de computadora o celular) que permiten/condenan a las citas on line, aparece en estos poemas una coralidad polifónica que constituye uno de sus mayores aciertos. Porque decir que estos dos poemarios narran una historia de desamor es tan obvio que casi no vale la pena repetirlo, pero lo interesante es -en todo caso- su formalización textual a través de una serie de voces, en primer lugar, la del poeta, pero también la de las múltiples mujeres con las que se relaciona virtualmente (además, claro, de la amada “real”).
Así, desfilan los más diversos “perfiles”; la compasiva (“ud no debería andar en estas / aplicaciones / ud está en carne viva perdone que se lo diga”, “Cómo perder citas…”, p. 17); la dubitativa (“no sé qué estoy haciendo aquí te juro / si no puedo hablar con nadie ni estando cerca / pero la sicóloga dice que esta es la forma / de conocernos ahora”, p. 20); la empoderada (“mi libertad es mía y el que quiera aceptarlo / que me siga”, p. 48) y muchas otras más, porque “la app le ofrece conocer cientos / de mujeres / lo que ud nunca pudo en toda su vida / por más que lo haya intentado honestamente” (ídem, p. 13).
Otro aspecto digno de ser tenido en cuenta es el acento irónico que enmascara el tono -desolado de toda desolación- que asume el yo lírico en el relato de sus desventuras, con concesiones inevitables al melodrama: “desde que te fuiste / (no quiero que parezca una canción de radio con dedicatoria) / […] / odio la palabra alma pero tengo que usarla soy / un alma en pena / odio decir ‘mi corazón’ pero mi corazón se partió / como un vaso baratito” (Qué tiene, p. 5).
Entonces, deplora el yo lírico, “viste que ya no se puede decir esto es natural / nuestro globo personal es un constructo / […] / somos una maqueta de alumnos alumnas alumnes que / pasan la noche pegando edificios y personitas” (ídem, p. 38). Y el final apocalíptico y simbólico: suicidio/ asesinato metafórico, también mediatizado por los medios de comunicación (otra forma de incomunicación o deconstrucción de la realidad): “no tenés ida la cantidad de noches / me he colgado de un puente / para que sufras hasta morirte vos // […] / el primer turno de obreros de Cipolletti me subirá a sus / celulares soy tendencia en el matinal del 9 / hasta que una de las stripper que informan el clima / deja el aire […] y me descuelgan de la pantalla” (ídem, p. 17).