Un escultor argelino, Adel Abdessemed, esculpió su última obra y la expuso frente al Museo George Pompidou a modo de homenaje para inmortalizar artísticamente un momento único en el fútbol de la era moderna. En ésta aparcen dos siluetas entrelazadas cual si fuera una pareja que baila tango, pero no: la cabeza de una impacta sobre el pecho de otra. El artista interpretó a su manera qué sensación le había despertado el cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi, en la final del Mundial 2006. Para su creador, la intención de su trabajo (en bronce y de cinco metros de alto) buscaba obrar como un revulsivo entre los caminantes de esa zona de París. "Una oda a la derrota" dijeron las autoridades del centro de arte, a modo de explicación de porqué siempre se celebran las victorias en las esculturas tradicionales.
“Zizou” representa el hecho maldito en la cultura oficial francesa de corte aristocrático y versallesco. Es, por contrapartida, un ícono entre quienes sienten empatía con una visión desestructurada del metro patrón universal que ubica a la nación gala más cerca de la moda y los perfumes que del Mayo francés. En la fenomenal “Entre muros”, del cineasta francés Laurent Cantet, adolescentes de una escuela pública suburbana discuten a viva voz sobre fútbol durante una clase, hasta que uno – de ascendencia arábiga - irrumpe con un discurso contundente: “Zidane es uno como nosotros”, dice.
A casi siete años del golpe certero e inesperado en el pectoral del defensor italiano, las causas de tamaña reacción del gran referente de la selección de Francia aún no fueron divulgadas. Sí hubo un pedido de disculpas de parte del ofendedor verbal, que más se pareció a un acto protocolar que a uno de arrepentimiento genuino. Lo demás, es parte de la fantasía o sino del chimento falaz.
Zidane jugó y fue figura en la Juventus, por lo cual se conocían en el Calcio cuáles eran sus puntos débiles a la hora de tener que soportar la eventual ofensa de un rival de turno en medio de un partido. Materazzi, un zaguero del montón (jugó ese Mundial porque el titular, Alessandro Nesta, se había lesionado previamente), contaba con el antecedente fresco de haberle fracturado el tabique nasal a Juan Pablo Sorín, en un Villarreal vs. Inter por la Champions. Para él, la agresión malintencionada era casi un documento de identidad.
Un día antes de la final en el Olímpico de Berlín, el voto de los enviados especiales de cada medio de comunicación del mundo había consagrado a Zidane como el mejor jugador de Alemania 2006 sin que nadie lo supiera, excepto quienes habían hecho el recuento de los sufragios. Siempre es así, previo a la definición, porque la FIFA quiere dar el premio inmediatamente después de la coronación de la selección campeona. Enterado de la situación, "Zizou" no subió a buscar el halago; su pensamiento estaba en otra parte: ni más ni menos que en la herida abierta en su orgullo.
La brillante performance del semi calvo en los octavos de final contra España había contribuido a relanzar a “les bleus” como candidatos al título. En Frankfurt, el día siguiente a la eliminación argentina a manos de los alemanes, por penales, fue “Titi” Henry quien le dio el triunfo a los galos sobre Brasil. Tanto en ese partido como en la semi ante los germanos, Zidane había acumulado méritos suficientes como para destacarse del resto.
Apenas comenzada la finalísima, el árbitro argentino Horacio Elizondo sancionó un penal a favor de los franceses. “Zizou” fue el menos tenso de todos los asistentes al Olympiastadium: simplemente tomó la pelota en sus manos, la ubicó en el punto de ejecución y “picó” el remate con maestría frente a la respiración contenida de miles en espectadores las tribunas y millones de televidentes en todo el mundo. Más allá del empate itálico, el “Diez” ya estaba gravitando en el juego cada vez con más intensidad y precisión..hasta que apareció Materazzi con su arte de la provocación y la reacción visceral del francés dominó el centro de la escena.
En su infancia y adolescencia, Zidane jugaba a la pelota en las calles de Marsella, como uno más entre tantos hijos de inmigrantes argelinos llegados a mediados de los'50. Sus orígenes en la ciudad portuaria lo marcaron a fuego. El fútbol, igual que para otros infantes, era el modo de socialización más directo. La familia, un símbolo de pertenencia y de identidad. Un descubridor de talentos lo observó jugando en el empedrado y le propuso enrolarse en las divisiones inferiores del AS Cannes. Los padres aceptaron; él, de apenas 14 años, también. De repente,
les jours de gloire est arrivé
(los días de gloria han arribado) cual si fuera una metáfora surgida de una estrofa de “La Marsellesa”.
Por entonces, en el Olympique de Marsella brillaba un sudamericano, uruguayo para más datos. Encima, jugaban en la misma posición y compartían un biotipo físico similar: altos, delgados y diestros. El joven y ascendente Zizou lo admiraba hasta terminar idolatrándolo. Con el tiempo, le confesó a Francescoli que le puso Enzo a su hijo por él.
Otro de sus cuatro descendientes, Luca, de 15 años, ganó protagonismo a mitad de la semana pasada por haber atajado el penal que le dio el triunfo al Real Madrid sobre San Lorenzo, en las semifinales de la Copa Maltín, en Venezuela. El partido había terminado 3-3 y se debió recurrir a la definición desde los doce pasos. El fútbol tiene estas cosas: su padre estuvo ausente en la serie de penales que definió el Mundial 2006 por la roja que debió mostrarle Elizondo. Ahora, el quinceañero ha atravesado un momento épico de su corta carrera por la misma vía.
Pocos años atrás, casi inadvertido y de incógnito, “Zizou” aprovechó para hacer turismo por la Argentina y durante su estadía en Buenos Aires esperó turno junto con su familia en la vereda de un restaurante ubicado en el barrio de San Telmo, cerca del Parque Lezama. De repente, un chico cuida coches advirtió quien era y le pidió un autógrafo. Y Zidane, el de la vida maradoneana, el personaje que hubiera soñado describir Cortázar en unos de sus cuentos, el que no pudo contener su orgullo frente el agravio que, seguramente, salpicó a sus afectos familiares íntimos, quedó atrapado mirada contra mirada frente al pibe que le ofrecía papel y birome como si encajara en la misma definición que sacó a flote aquél adolescente de la película: “Es uno como nosotros”.