Se llama Verónica, tiene nombre y estatura de mujer grande pero solo es una niña en el último grado de la primaria que va a la escuela salteado; a veces falta a clases porque tiene que cuidar a sus hermanas y otras porque comparte las zapatillas sanas con su mamá, que se gana la vida vendiendo orégano por las casas. La mamá se llama Marta y dice que el orégano que ofrece es fresco y silvestre; también dice que calza 41 y que no es un número fácil de zapatillas para pedir en la comuna, que hace como un mes la asistente social le prometió calzado nuevo pero que aún no se lo da.
Verónica y Marta sueñan con zapatillas nuevas.
Silvio es astrólogo; eso dice y también que soñar con zapatillas significa que uno le da más importancia a lo material que a las cosas espirituales. Silvio se promociona en pequeños volantes impresos a dos colores, donde asegura que tiene 15 años de experiencia internacional y que puede resolver problemas tanto en el hogar como en el trabajo, además de unir parejas, atraer al dinero y atar enfermedades. Asegura que puede conectar con energías del universo y que si no hay resultados devuelve los $700 de la consulta.
Los volantes del Silvio se reparten en la terminal de colectivos.
Allí también están Oscar y su oficio del siglo pasado, ése que heredó del padre y que le tiñó para siempre las manos de negro. Un banco, tres cepillos, un pedazo de tela, pomada y un poco de agua es todo lo que necesita para dar lustre a los zapatos. Cobra 35 pesos y dice que está difícil, que hoy 9 de cada 10 usan zapatillas y que ese distinto que va de zapatos está perdiendo la costumbre de darles brillo en la calle. Rubén es una excepción en la mañana de Oscar, vino en colectivo por una entrevista de trabajo y quiere lucir seguro y prolijo. En unos minutos, el lustrabotas le deja los zapatos como nuevos y, generoso, le da consejos para mantenerlos así por más tiempo.
Rubén viajó desde San Martín y su entrevista es a una cuadra de plaza Independencia.
Por plaza Independencia ronda Juan, un alcohólico sin rumbo ni techo que hace unos días fue noticia dos veces: primero, a mitad de una noche helada, cuando recibió la caridad de dos policías que le regalaron zapatillas al verlo dormir descalzo; y luego, al día siguiente, cuando atormentado por el vicio no resistió la tentación de cambiar sus nuevas zapatillas por un litro de vino.
Alguien que lo conoce cuenta que antes de perderse en el alcohol, Juan vivió en Palmira.
También Irma es de Palmira, tiene una modesta casa en el sur de la ciudad. Por estos días anda confundida porque no encuentra las sortijas de matrimonio, esas que llevó con su esposo durante 50 años y que desde hace tiempo guarda en un pequeño alhajero de plástico sobre la cómoda, frente al retrato del difunto. Irma vive con su nieto, un muchacho rebelde que la Justicia puso a su cargo. Hace unos días que Irma le ha visto a su nieto zapatillas nuevas, ella no las compró y se le ha metido en la cabeza que el muchacho le ha vuelto a robar. No se anima a encararlo porque el muchacho se enoja cada vez más fácil.
Así, entre confundida y preocupada Irma va hacia la puerta luego de que han tocado el timbre. En la vereda está Marta que le ofrece orégano fresco y silvestre.