Zannini o el poder después del poder

El compañero de fórmula que Cristina Kirchner le impuso a Scioli es la muestra más cabal de su estrategia para continuar gobernando después del 10 de diciembre. El bonaerense probablemente logre fidelizar los votos K pero deberá demostrar que no será un p

Zannini o el poder después del poder
Zannini o el poder después del poder

Daniel Scioli y Carlos “Chino” Zannini expresan las dos caras del kirchnerismo. El primero es la versión más desideologizada pero con nombre propio y caudal suficiente de votos como para garantizar la continuidad en el poder de los que hoy están en el poder. El segundo es la ideología misma del “proyecto nacional”, el sumo sacerdote que guía desde la catacumbas las decisiones más relevantes del Gobierno no sólo en la política doméstica sino también en el plano internacional.

El gobernador bonaerense siempre supo que llegado el momento -y esto sucedió el martes- tendría que hacer un gran acto de contrición ante Cristina Fernández de Kirchner para poder quedarse con aquello que más ambiciona: la candidatura presidencial. En política no hay decisiones inocuas y Scioli, que superó durante 12 años todo tipo de operaciones desde el interior del kirchnerismo más duro para esmerilarlo, aceptó tragarse el mayor sapo de su carrera. A nadie se le escapa que Zannini fue su principal adversario en las entrañas del cristinismo.

Aunque en su entorno todos aseguraban que Scioli prefería como compañero de fórmula a algún gobernador del peronismo tradicional, él siempre supo que su menú de opciones debía acotarse al pequeñísimo círculo de confianza de la Presidenta. Al fin y al cabo, la relación de Cristina Fernández y ese peronismo orgánico siempre estuvo caracterizada por la mutua desconfianza. Cuando Néstor Kirchner vivía, era él quien se encargaba de los vínculos con su partido. Una vez que falleció, ella decidió que fuera Zannini su interlocutor con los gobernadores, pese al histórico desprecio de éste por el PJ tradicional. Desde 2011, el ahora precandidato a vicepresidente se ocupó de armar las listas nacionales de todo el Frente para la Victoria.

Es la misma tarea que tiene hoy mismo en sus manos. Con poder de anotar y borrar de las nóminas a gobernadores, senadores y diputados, Zannini es el brazo político de la Presidenta. Se ocupó personalmente de echar a Juan Carlos “Chueco” Mazzón, a principios de marzo, cuando la tensión con el PJ mendocino llegó a su punto más alto, y también se encargó de imponer a la camporista Anabel Fernández Sagasti como primera candidata a senadora nacional por Mendoza. Para decirlo más claro aún, es el guardián de los intereses personalísimos de la Presidenta, que hoy están puestos en el armado de un complejo diseño institucional y político para continuar extracorpóreamente en el poder, es decir a través de otros, después del 10 de diciembre.

El plan de Néstor y Cristina de Kirchner de alternarse en la Presidencia infinitamente quedó trunco con la desaparición del ex presidente en octubre de 2010. Esto obligó a la actual mandataria a transitar su segundo mandato lidiando con la teoría del “pato rengo”. Con el fracaso electoral de 2013, Cristina perdió las chances de conseguir mayor hegemonía en el Congreso e impulsar una reforma constitucional que la habilitara a un tercer período. Su obsesión pasó a ser el día después. Con Zannini como vicepresidente de Scioli, la Presidenta tiene garantizada una cuota de poder enorme si el Frente para la Victoria vuelve a ser elegido para gobernar el país (en el kirchnerismo nadie duda de esto). Aunque no tenga el apellido Kirchner, el poderoso secretario está en el clan desde hace 30 años y es, como se suele decir, “parte de la familia”.

Desde hace al menos seis meses, Scioli es consciente de que su destino político no puede despegarse del de la Presidenta. Las encuestas que recibe todas las semanas se lo indican. El grueso de sus votantes son los votantes de Cristina Fernández. De ahí que en las últimas semanas Scioli decidió jugar a fondo por consumar la fusión. Elogió a Axel Kicillof y hasta a Máximo Kirchner. Dio señales claras hacia adentro y hacia afuera. El temor que lo mantenía en vilo era que el tándem Cristina-Zannini lo dejara afuera de la carrera presidencial.

El “Chino” era el principal sostén, hasta el pasado martes, de la precandidatura de Florencio Randazzo, y es también el apoderado del Frente para la Victoria, quien arma y desarma las listas a pedido de la jefa de Estado. Era una idea alocada la que Scioli mantenía en su mente, movido por la desconfianza, ya que así como él necesita del caudal electoral de la Presidenta, el kirchnerismo lo precisa a él para retener el poder. Aceptar a Zannini como compañero de fórmula fue el camino más simple que encontró Scioli para asegurar su candidatura y para debilitar la de Randazzo. Al fin y al cabo, siempre fue su ambición ser el candidato de unidad de todo el oficialismo.

El desafío que tiene por delante ahora Scioli ya no tiene que ver con conquistar al tercio del electorado que está convencido de votar al kirchnerismo porque Zannini es el alter ego de la Presidenta en la fórmula nacional. Scioli debe ahora convencer al resto de los votantes de que no será un presidente débil, un títere de Cristina Fernández. La Argentina tiene una larga tradición de presidencialismos fuertes, que tomó más fuerza tras la crisis de 2001 y los cinco presidentes en una semana. El matrimonio Kirchner hizo de la fiereza en la conducción del poder su sello distintivo. El presidencialismo pasó a ser un hiperpresidencialismo.

De llegar al Gobierno, Scioli tendrá a Zannini persiguiéndolo como su propia sombra y a un Congreso nacional en el cual el bloque oficialista responderá directamente a la Presidenta saliente. Sin embargo, el bonaerense está acostumbrado a moverse en espacios de poder estrechos. Tiene, además, una bondad que el núcleo duro del poder K no tiene, a excepción de la Presidenta: votos. En el entorno de Scioli confían en una de las máximas del peronismo, ésa que reza que el que tiene la billetera manda. Creen que así como el bonaerense gobernó la principal provincia del país con un vicegobernador guardián de los intereses de la Casa Rosada, Gabriel Mariotto, y una Legislatura colonizada por el kirchnerismo duro, Scioli podrá zafarse del chaleco de fuerza que le está preparando la Presidenta.

Si Scioli y Cristina Fernández decidieron pelear juntos por la continuidad del actual gobierno diseñando un plan en el que ambos consiguen lo que persiguen (él, llegar a la Casa Rosada; ella, conservar poder de presión después del 10 de diciembre) es porque están convencidos de que el Frente para la Victoria derrotará a la oposición en octubre. La fórmula que integrará Scioli con Zannini es a simple vista el agua y el aceite pero podría dar al oficialismo el combustible necesario para superar el test electoral. En la oposición creen, por cierto, lo contrario. Quienes militan la idea del cambio versus la continuidad, sostienen que Zannini será una mochila de plomo para Scioli ya que los votantes no kirchneristas son más.

El problema de los partidos de la oposición no es el diagnóstico que hacen de la estrategia del oficialismo sino sus propias estrategias. Ante una fórmula que abarca al peronismo más conservador y más “progre”, Mauricio Macri está pensando en un compañero -su secretario general en el gobierno porteño, Marcos Peña- que es tan ignoto para el gran electorado como lo es Zannini, pero con el agravante de que es prácticamente un holograma del líder del Pro. Son idénticos, no hay nada diferente entre ellos que los haga siquiera complementarios. Y cuando tuvo que decidir entre “embarrarse” los pies mezclándose con el peronismo no oficialista -como lo hizo en 2013- optó por una excéntrica teoría de la pureza política en la que hasta sus socios, como los radicales, han empezado a vislumbrar la certeza de que Macri en verdad no está dispuesto a ganar.

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