Zamba, historia nac&pop para principiantes

El dibujito animado del canal PakaPaka nació en 2010 y fue creciendo en contenidos y personajes. El año pasado empezó a emitirse por la TV Pública. Su abordaje histórico está apegado al relato del kirchnerismo.

Zamba, historia nac&pop para principiantes

Piense en un programa de la televisión pública para atraer a los chicos a la historia. Imagine un nene travieso, inquieto y curioso, de guardapolvo y mochila; agréguele animación de calidad, música atractiva, superhéroes, humor, estética de videojuego y guiños para los papás de 30 y pico. Ahí tiene un éxito asegurado.

Ahora, agréguele un relato histórico que, de a poco, va separando cada vez tajantemente a “buenos” y “malos”, que se detiene casi exclusivamente en los próceres y la Patria, que muestra a un país siempre enfrentado a potencias que quieren dañarlo, y sobre el que el Gobierno empieza a intervenir cada vez con más atención.

Súmele, para terminar, organizaciones y medios oficialistas que usan al pequeño protagonista del programa para representar “triunfos de la causa nacional y popular”, como pasó con la reciente adecuación de la grilla televisiva en el marco de la ley de medios.

Ahí está, condensada, la complejidad del fenómeno de ‘El asombroso mundo de Zamba’, un exitoso programa de la señal PakaPaka, que depende del Ministerio de Educación -que ahora también se ve en la TV Pública-, que sintetiza buena parte de los debates que la “batalla cultural” nos legó en esta década: ¿Cómo convive la calidad de realización de un producto eficaz para atraer a los chicos, con una línea de narración histórica que representa cada vez más el discurso del Gobierno?

¿Se puede ser académicamente sólido y promover una mirada crítica para los chicos, como intenta la mejor televisión pública, cuando se está anclado en una posición?

Para sus modestos orígenes en una pantalla pública, Zamba es un éxito notable: nació en 2010, para el Bicentenario, cuando el Ministerio de Educación encargó contenidos para el canal Encuentro. La productora ‘El perro en la luna’ devolvió la idea de crear a un chico -formoseño, adrede, de una de las provincias más pobres de la Argentina-, que en las excursiones a las que va con su grado, rápida e indefectiblemente, se aburre.

Así, de distintas maneras termina viajando en el tiempo y participando de primera mano de momentos clave de la historia argentina. Con el nombre de ‘La asombrosa excursión de Zamba’, la primera emisión lo llevó a la Revolución de Mayo (en cuatro capítulos), y a ellas siguieron la Vuelta de Obligado, la Casa de Tucumán, Yapeyú, la casa de Sarmiento, las Invasiones Inglesas y, en la última temporada, la Guerra de Malvinas y la última dictadura.

Mientras tanto, se fueron agregando personajes: Niña -una nena afroamericana-, el “Niño que lo sabe todo” -nacido en 2011 para hacer micros de educación cívica- algunos próceres, entre el bronce y la torpeza -San Martín es el principal, con capa y actitud de superhéroe, y varios “malos” -como el capitán realista, los militares ingleses o el capitán anglo-francés que, como es de esperar, es bipolar-.

Pero fue a partir de mediados de 2013 que Zamba dio el salto al estrellato: pasó a ser emitido también en la TV Pública con programa propio -El asombroso mundo de Zamba-, extendió sus excursiones al cuerpo humano, la música, el arte, la paleontología y pasó a incluir participaciones de chicos en el programa, una página web (

www.mundozamba.com.ar

), un musical, un parque temático en Tecnópolis y, sobre todo, se empezó a distribuir en las escuelas, un uso para el que, dicen los productores, Zamba no estuvo pensado.

Con la popularidad, surgieron las críticas (se ha dicho que Zamba es anacrónico y simplifica la historia, que descalifica el lugar de la escuela, que ridiculiza a los próceres y se ocupa demasiado de ellos, que distorsiona la historia para acomodarla al discurso oficial), y a la vez la “partidización”: las intervenciones del Gobierno se fueron haciendo más atentas y hubo, por ejemplo, que suavizar la imagen afectada que tenía Rosas en una primera emisión -y sacarle una rosa que los animadores le habían colocado detrás de la oreja-, mientras la Guerra de Malvinas y la dictadura encendieron discusiones que llegaron a provocar portazos de algunos asesores. Discusiones que revelaron, además, que tampoco en el oficialismo la mirada sobre la historia es uniforme.

Debate clausurado

“Zamba no pretende enseñar historia. Su misión es más pequeña. Zamba pretende decir a los chicos que la historia es una aventura, que luego pregunten a quién y dónde corresponda. Es un material opcional para que los chicos se familiaricen con la historia”, dice Sebastián Mignogna , director de la productora que hace Zamba, miembro permanente de la mesa en que se discute cada guión y entrenado en esto de responder a las críticas sobre el programa.

“Zamba es un dispositivo para vincular a los chicos con el conocimiento.

Es entretenimiento y divulgación y eso siempre genera tensiones. Creo que de los dos lados se desproporciona el debate. Los que clausuran la discusión se pierden que a través de Zamba la historia entra en la cabeza de los chicos. En realidad, creo que hay que discutir qué es TV educativa y cultural a partir de Zamba”, dice.

Cuenta que Zamba ha dado visibilidad a su productora incluso en el exterior y admite que trabajar para el Estado tiene sus bemoles. “Está claro que trabajamos para el Ministerio de Educación, que no hacemos una mirada de autor, pero de alguna manera la mirada también es nuestra: todos nos sentimos un poco ese chico”, sostiene.

A pesar de las consultas reiteradas, ni las autoridades de PakaPaka ni las del Ministerio de Educación accedieron a dar su punto de vista o a entregar información sobre el programa.

Los historiadores menos amigos de los extremos encuentran aspectos positivos en los contenidos de Zamba.

“Los guiones matizan muchas cuestiones del neorrevisionismo (por ejemplo, mostrando un Sarmiento que utiliza la fuerza para imponer su programa, pero a la vez tiene un proyecto democrático de educación libre y extendida); recoge muy bien el consenso historiográfico actual, en particular sobre la Revolución de Mayo; hace un buen uso de los mapas en el siglo XIX, con una Argentina incompleta, e introduce, aunque brevemente, algunos aspectos de la vida cotidiana de diferentes períodos”, enumera Ariel Yablon, doctor en Historia, adscripto a Flacso. Pero él mismo observa la contracara.

“El programa intenta que los chicos se hagan preguntas, pero a veces se le escapa ese objetivo y aparece la necesidad de dar un discurso nacional y popular que termina reduciendo la riqueza de la narración”, dice.

Los patriotas y la Logia Lautaro son “buenos” y por eso tienen derecho a sacar del poder al Triunvirato -aunque se aclara: “Niños, no hagan eso en sus países” -. Los caudillos son “líderes populares que luchan junto a su pueblo”, y Sarmiento termina admitiendo que eliminarlos “estuvo mal”. “Ninguna potencia se nos va a animar”, se clama en el capítulo de la Vuelta de Obligado.

La visión maniquea explícita de muchos capítulos es, junto con el nacionalismo cerrado, la crítica más extendida. Yablon enumera: “El énfasis en los patriotas, el uso del mismo heroísmo que promovían los militares durante la Guerra de Malvinas, la visión del golpe del ‘76 como hecho por malos asociados con gente ambiciosa de los EEUU, sacando responsabilidad a la sociedad civil y toda mirada a un conflicto interno”.

“Creo que la descripción de los malos es el punto más bajo de la serie. El otro es presentado como una figura estereotipada y con una ambición siempre personal”, sigue.

De Sobremonte a Cisneros, del capitán realista al anglo-francés, de Beresford y Whitelock a los ingleses en Malvinas y la tenebrosa Junta Militar (presentada como vampiros en una Casa Rosada convertida en el castillo de Drácula, un significado que quizá completen más fácilmente los adultos que los chicos), los malos actúan para provecho económico personal y por mandato de una potencia extranjera que quiere dominar el mundo.

Para quienes lo crearon, la respuesta a estas críticas es casi una sola: el género. “Zamba es un dibujito animado, porque ésa es una manera de llegar a los chicos. Tomamos mucho del género, como el humor, que permite desacralizar cosas, y exageramos rasgos característicos de cada prócer: Moreno es un militante convencido, Castelli es un canchero, Paso es aburrido, San Martín es un superhéroe. Esto obliga a hacer simplificaciones y vale cierto anacronismo. Lograr que los chicos lo vean, obliga a negociar cosas”, dice el historiador Gabriel Di Meglio, investigador del Conicet y asesor en la mayoría de los capítulos históricos.

“Nos criticaron por resaltar la Patria y los próceres. La idea fue seguir la lógica de las efemérides patrióticas. Personalmente, además, creo que es mejor discutir los mitos nacionales que abandonarlos”, responde.

“En relación con lo que ha hecho el kirchnerismo con el relato histórico, Zamba es un buen producto pero responde al mismo esquema que los malos productos, es decir, la tendencia a narrar los arquetipos de la historia argentina. Digo ‘arquetipo’ expresamente, porque el arquetipo sella, no abre posibilidades de interpretación -describe Gabriel Palumbo, sociólogo y profesor en la carrera de Ciencia Política de la UBA-.

Hay matices, pero Sarmiento sigue siendo un bravucón; Inglaterra y Estados Unidos son malísimos y están siempre queriendo perjudicarnos. Los contenidos están trabajados con mayor nivel de sofisticación, pero impiden la posibilidad de interpretaciones históricas diversas. Hoy hay herramientas para lograrlo, pero el Gobierno elige arquetipos que son políticamente funcionales”.

Los que registran su éxito -”Los chicos juegan a Zamba, eso es la muestra más clara”, dice Di Meglio- cuentan que muchos historiadores nada kirchneristas han reconocido la intención de reflejar un neorrevisionismo académicamente sólido que en el país, más allá del Instituto Dorrego, goza de buena salud.

“Cualquier discurso histórico se posiciona en un lugar. Pero soy enemigo de la idea de que hay una historia oficial. Hoy hay distintos discursos históricos que conviven y a veces chocan; hay diversidad en la academia, en el Gobierno y en la oposición -apunta Di Meglio-. Zamba usa la lógica de buenos y malos porque es un dibujito.

Es verdad que tiene una línea, pero intenta reflejar algunas novedades de la historiografía y hacerlas digeribles para un nene de 8 años. Eso necesita humor”. Sigue: “Creo que hay un sector del Gobierno que es revisionista y le gustaría que Zamba fuera más nacionalista, pero también creo que mucha gente que critica la supuesta bajada de línea, nunca lo vio”.

La Nación

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