Ya no es un templo

El mítico estadio donde Argentina arranca su sueño mundialista dejó de ser la mole de cemento que metía miedo. Sus remodelaciones redujeron su capacidad y ahora cuenta hasta con un shopping.

Ya no es un templo
Ya no es un templo

¿Es o no es? En la entrada dice “Estadio Periodista Mario Filho”, el nombre oficial del Maracaná, así que no hay duda, debe tratarse del gran templo del fútbol brasileño. Sin embargo, la cancha en la que Argentina y Messi inician el sueño del tricampeonato está lejos de ser el mítico escenario que alimentó la pasión futbolera de generaciones en todo el mundo.

“El Maracaná es otro estadio, perdió el espíritu, es otro tipo de gente incluso”, se quejó un veterano hincha del Botafogo a las puertas del estadio. No es el único. La frase, con variantes, se escucha en boca de muchos en las poco atractivas calles de la degradada zona del norte de Río de Janeiro.

Es además un estadio curioso, porque no está ligado a un equipo en esa especie de pacto de sangre que se establece entre el Real Madrid y el Bernabeu; la Bombonera y Boca Juniors; o el San Paolo y el Napoli. No, en el Maracaná juegan Botafogo, Fluminense y Flamengo. Sólo el Vasco da Gama, el otro de los cuatro grandes equipos cariocas, usa su estadio, salvo en partidos en los que se espera una gran asistencia de público.

Pero la pérdida de “alma” del Maracaná pasa por otro lado. Si en el 2-1 de Uruguay a Brasil de 1950 había 200.000 personas o más en aquel estadio redondo, hoy no se llega ni a 78.000. La “geral”, ese anillo inferior en el que la gente seguía de pie el partido y que permitía el ingreso de los más pobres, ya no existe.

Desde adentro,  es un estadio pasteurizado que no se distingue de cualquier clásico escenario mundialista o europeo de los más modernos. No difiere mucho del Allianz Arena de Munich, el Soccer City de Johannesburgo o el nuevo Wembley de Londres.

“Creo que perdió el alma, así como Wembley perdió el alma”, dijo el periodista local Juca Kfouri. Está en el mismo lugar de siempre y desde afuera es reconocible, aunque una remodelación tras caerse una tribuna en 1992 redujo su capacidad. Se le cercenó un anillo y el estadio siguió achicándose para los Juegos Panamericanos de Río 2007.

La última llegó para este Mundial. Los 330 millones de dólares que costó el “nuevo” Maracaná derivaron en un estadio que en su interior es mucho más cómodo, en el que los partidos se ven mejor sentándose en los asientos plásticos plegables de amarillo y azul.

Repleto de salas VIP, el Maracaná ofrece en ciertos momentos un aire a shopping-center. Nada que ver con lo que recuerda Marcos de Azambuja, un veterano diplomático brasileño que llegó a ser vicecanciller. “El Maracaná de aquellos días intimidaba, no por la característica arquitectónica, sino solamente por la idea humana, de la masa humana”.

Hoy hay que entrar, porque juega Argentina ante Bosnia, todo un símbolo para las ambiciones de título de la Albiceleste. Si las cosas les salen bien, Sabella y compañia deberán volver al mismo estadio 28 días después.

Entonces poco importará al campeón si el Maracaná mantiene o no su alma, porque quien gane la final siempre podrá decir que lo hizo sobre el mismo terreno de la hazaña uruguaya.

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