Termina una semana de vértigo. Una semana que, en realidad, tuvo ocho días. Pasó aquella marcha alentada por el actor Luis Brandoni invitando a “mostrar que somos mucho más los que queremos un país democrático, republicano y decente”. Pasó que el dirigente social Juan Grabois la tradujo como un “selecto club de garcas, hipócritas y fanfarrones con mucha plata, poder y medios, pero con poco cerebro y sin corazón”. Pasó que el ministro de Educación, Alejandro Finocchiaro, lo sacudió: “Un chico bien que cree que tiene el monopolio de la calle y se hace el popular tratando de comerse las s”. Todo muy edificante y sensato.
Ese clima recibió a la misión del FMI que tiene que decidir si este mes gira 5.400 millones de dólares y en diciembre otros 1.000 millones para cumplir con los desembolsos acordados hasta fin de año con el Gobierno nacional. Los funcionarios les mostraron números que, al menos hasta antes de las PASO, cumplían las metas previstas. Después llegó Alberto Fernández y los economistas del Frente de Todos. A la salida emitieron un documento en el que responsabilizan al presidente, Mauricio Macri, y al Fondo por haber provocado una catástrofe social. “El programa económico que impulsa el Gobierno nacional no refleja ninguna de las prioridades establecidas en la plataforma del Frente de Todos. Tampoco existen coincidencias con las recomendaciones de política imnpulsadas por el FMI” escribieron.
Los medios K hablaron de que, a partir de la victoria opositora, el FMI consideraba que existía un vacío de poder y hasta de un supuesto pedido de adelantar la primera vuelta prevista para el domingo 27 de octubre. El candidato a vicepresidente del oficialismo, Miguel Angel Pichetto, lo interpretó casi desde adentro: “La matriz, en la visión más dura del kirchnerismo, es tratar de generar escenarios de mayor complejidad económica, de que el dólar aumente. Fundamentalmente planteando que el escenario peor para la Argentina es mejor para ellos, para fortalecerse en el marco electoral”. La política al palo.
Por esas horas el dólar ya volaba, a pesar de que el Banco Central vendía millones para frenar una escalada que lo tiene al borde de los 60 pesos. Mientras, el riesgo país superaba los 2.000 puntos básicos y sólo nos supera Venezuela en el ranking. Somos diez veces más “riesgosos” que Brasil (239), Colombia (188), Uruguay (178) y Perú (109). Bastante más que Ecuador (706), que el año pasado estaba a la par. Además, se desplomaban las acciones de las empresas argentinas y las de YPF caían a los valores que tenían en 2002, cuando el país navegaba en una de sus peores crisis. Así, con el argumento de “calmar a los mercados” el Gobierno ingresó en el sinuoso corredor de refinanciar la deuda. Un poema.
El espejo nos devuelve una imagen conocida. Hay datos que lo ponen en perspectiva:
1 - Un informe del Cippec revela que en casi 30 años, desde la década del ‘90, la pobreza en la Argentina nunca bajó de 27% y habla de un fracaso productivo: el PBI per cápita creció a menos de 1% anual promedio entre 1983 y 2018. El Barómetro de la Deuda Social de la UCA advierte que el índice podría llegar a 35% a fin de este año. Aunque se lograra el milagro de crecer a razon de 3% anual, recién en cinco años bajariamos a 25,8%.
2 - Un documento del Banco Mundial publicado en mayo pasado señala que entre 1950 y 2016 la Argentina tuvo catorce episodios recesivos de su economía, períodos de uno o más años consecutivos de decrecimiento. Pasamos en recesión casi un tercio de ese lapso, algo que no ha ocurrido en ningún otro lugar del mundo, con excepción del Congo. Es más, en este momento atravesamos la quinta recesión en diez años.
3 - Según números de Trading Economics, también de mayo, la Argentina alcanzó una inflación interanual de 57,3% y superó el registro de Sudán del Sur. Ahora sólo somos superados en el ranking por Venezuela y Zimbabue. Desde 1944 a la fecha la inflación promedio del país fue 105% anual y apenas 5 de 26 presidentes registraron variaciones de precios menores a dos dígitos. En cambio, 6 mandatarios tuvieron inflaciones anuales de tres dígitos.
Expertos piromaníacos, nos solazamos en nuestras miserias. Pero hay países que salieron de situaciones parecidas. El plan de reformas acordado por sus principales fuerzas políticas en los ‘80 hizo que Australia lograra un modelo de desarrollo con el que ahora acumula 27 años de crecimiento ininterrumpido. Israel tenía, por la misma época, una inflación de 500% anual y con políticas consensuadas la bajó a 1%. Corea del Sur, desde los ‘60, construyó lo que se considera un milagro económico: pasó de índices de un país africano medio a tener una renta per cápita de 30 mil dólares. A todos les llevó tiempo, pasaron por recaídas y restricciones, pero tenían un rumbo claro.
Tenemos el país más parecido al que queremos tener. Parece facil hacernos los distraídos para no asumir nuestra responsabilidad. En el fondo no se trata de una batalla política sino de una cultural. Somos unos capitalistas vergonzantes. Nos gusta viajar por el mundo, comprar en los shoppings, lucir las marcas. Eso si, capitalismo es una mala palabra. Ahora, ¿alguien conoce algún sistema que haya sacado más gente de la pobreza, producido más avances sociales y traído más desarrollo? Sin embargo, una porción muy amplia e influyente de nuestros intelectuales, políticos y líderes religiosos apostrofan contra el capitalismo.
Entramos en un mes tan decisivo como lleno de incógnitas. Hoy se vota para elegir intendentes en cuatro departamentos de Mendoza, antes de fin de mes decidiremos el resto de los jefes comunales y el próximo gobernador. Por lo visto, iremos a las urnas rodeados de fantasmas. ¿Qué pasará con la economía? ¿Llegaremos a la presidencial de octubre? Y si lo hacemos, ¿esta vez si un presidente no peronista llegará al fin de su mandato? Hay una pregunta aún más inquietante: ¿Seremos capaces de superar la grieta?
Es el primer desafío. En palabras del ensayista Alejandro Katz, “la grieta instauró una especie de guerra civil verbal, en la cual ya no es posible tener interacciones cooperativas con el oponente. Ya no hay nada que negociar sino sólo imponer”. Será la dirigencia la que deba dar el ejemplo a partir del lenguaje y las maneras, volver a una moderación que promueva cierta armonía social. Las señales del mundo no son las mejores. Campea la radicalización y la confrontación es un signo de época.
Habrá que intentarlo o seremos otra generación que no puede dar vuelta la página de nuestra decadencia.