Jueves 7.50. Un mensaje de whatsapp entra al celular de un comerciante que apura el desayuno en ese momento. “Buen día. Quería comentarte que con este dólar de 34, no te quepa ninguna duda que las empresas van a seguir aumentando. Nosotros no vamos a poder sostener los precios. Vamos a tener que aumentar de nuevo. Todos nuestros productos están calzados con un dólar de 32”.
El audio, concreto, es del distribuidor en Mendoza de la principal fábrica nacional de un rubro dominado por dos multinacionales. Y habla del valor al que cerró el dólar el miércoles. Fue el primero, apenas un anticipo de los que vendrían después.
A las 18.27. El mismo comerciante recibió el mensaje de otro distribuidor. Esta vez escrito. “Estimados clientes, enviamos lista de precios vigente.
Debido a la situación de público conocimiento, están suspendidas las promociones hasta nuevo aviso. Pedimos disculpas por los inconvenientes ocasionados, pero esta situación escapa de nuestras manos”.
La lista en cuestión incluía subas de 10 y 11 por ciento, según el producto.
El viernes, luego del dólar a 40 pesos el jueves, arrancó movido. Mientras el comerciante ajustaba las listas a la “nueva realidad”, otro mensaje entró a su celular.
Eran las 11.22 y esta vez planteaba un hecho inédito, al menos desde que tiene el comercio, hace siete años: “Estimados clientes, debido a la situación actual, se suspende la venta de nuestros productos. El lunes nos llegarán los nuevos precios, con aumentos que oscilan entre 15 y 20 por ciento”.
El emisor es uno de los distribuidores de una multinacional, la segunda en el ranking de facturación, que no tenía prevista una suba en el corto plazo.
El día estaba lejos de terminar. A la siesta, le llegó al comerciante en cuestión el aviso de un vendedor del principal jugador del rubro, que tenía planeado de antemano incrementar desde ayer los precios de cuatro de sus líneas y las tres restantes, el 1 de octubre.
El mensaje contenía las nuevas listas, con dos salvedades: el aumento ya no era del 15%, como se había anticipado, sino del 20%. Y el previsto para el 1 de octubre se adelantó al 15 de este mes. Está claro que lo peor, como anunció en febrero el presidente Macri, no pasó aún.
Aunque es más fácil hablar con el diario del día después en la mano, está claro que los errores del Gobierno que llevaron a esta situación no son la consecuencia de decisiones de hace dos meses, ni seis, sino de las que tomó en su mismo origen, incluso antes de asumir.
Escenarios e inversiones
Tal vez por ese mismo exagerado optimismo que acostumbra a exhibir en cada aparición, Macri imaginó para su gestión el mejor escenario y no el peor.
Entonces, creyó que las inversiones serían desbordantes, que los ingresos subirían como espuma y que, con apenas un retoque, en ese contexto favorable el peso de los gastos se diluiría.
Pero las inversiones no llegaron, al menos las productivas, (no las que sólo buscan ganancias exorbitantes con la “timba” financiera).
Consecuentemente, los ingresos no subieron y el gran ajuste que se hizo, a partir del aumento de las tarifas, la supuesta eliminación de los sobreprecios en las obras públicas y la reducción de gastos, terminaron resultando apenas un placebo.
Cualquiera que maneja su economía familiar sabe que, ante cada inversión/decisión/gasto, hay que imaginarse el peor escenario, porque los imprevistos, las tentaciones, la realidad, terminan elevando el costo final, ya se trate de hacer la cochera de la casa, irse de vacaciones o simplemente llegar a fin de mes.
También hay que ser “conservador” a la hora de imaginarse los recursos: nunca los ingresos suben como uno quisiera, nunca se ahorra tanto como se planea, nunca el país tiene la estabilidad soñada.
Claro, Macri y su entorno seguramente no entienden de esas minucias de la vida cotidiana. Por eso quizás, apenas con la ilusión de que los ingresos iban a aumentar como nunca, se dedicó a hacer concesiones de antemano a algunos sectores, que significaron cientos de millones de dólares menos para el Estado.
La “lógica” indica que recién cuando esos ingresos nuevos llegan, se pueden resignar otros. Pero Macri no lo entendió así y apenas asumido eliminó las retenciones al maíz y el trigo y comenzó un proceso de baja gradual de las aplicadas a la soja. beneficiando a la economía regional más fuerte del país, la de la Pampa Húmeda.
El mismo beneficio se extendió a la minería.
Menos de tres años después, con un déficit que no puede controlar, un dólar que se escapa y la exigencia del FMI de hacer un mayor ajuste, el Gobierno está lamentando esa decisión.
Y aunque argumentó una y otra vez a favor de su eliminación, el Gobierno ahora teje un plan para reactivar las retenciones como herramienta de recaudación (extendiéndolas incluso a todas las exportaciones) y confirma que aquella decisión inicial fue un error.