Silban los aceros, rugen los cañones, galopan los caballos compartiendo empeños con filos, balaceras y estandartes, y el furioso devenir soldadesco se confunde entre gritos de ánimo y lamentos de cementerio.
Al fondo, los generales arengan a las muchedumbres, bruñen el bronce y la estrategia y, ataviados de tricornios y penachos, dan órdenes de matar o morir, que así se hacen las guerras. Artillería acá, repliegue allá, infantería al franco izquierdo, reservas al derecho, carguen, apunten y fuego.
Igual que todas las contiendas pero distinto. Como si las pulsiones fueran más potentes, como si cada movimiento viniera ornamentado de lo decisivo. El corazón de Bélgica, unos 20 kilómetros al sur de Bruselas, es testigo: en esta pradera mechada de tenues colinas, se están disputando un continente.
Es la batalla de Waterloo, uno de los enfrentamientos militares más célebres de la historia, y también de los más importantes. Las tropas galas de Napoleón Bonaparte se miden cara a cara con las aliadas (Gran Bretaña, Prusia y los Países Bajos), dirigidas por el Duque de Wellington. El vencedor gana las riendas de Europa, el poder y la gloria. 18 de junio de 1813 dicta el calendario.
Quien resuelve iniciar las pesadillas es Bonaparte. Después de pasar cuatro meses en el exilio, el corso regresa al teatro magno y se calza otra vez el traje de Emperador de Francia. Tras casi 100 días de nuevo gobierno, va en búsqueda del sueño acariciado y luego extraviado: ser el mandamás de occidente con todas las de la ley. Entonces junta 130 mil hombres e invade Bélgica, anhelando un golpe de efecto que multiplique su impronta.
Pero los británicos estaban enterados y, ayudados por los locales y los prusianos, reúnen a una fuerza de 200 mil legionarios. Las escaramuzas comienzan el 16 en Ligny (vecino a las fronteras de Francia y Bélgica), y se repiten con el avance de la Grande Armée en Quatrebras. Para el 18 ya no queda mañana, con los regimientos de Wellington aguardando el desenlace en Mont Saint Jean, muy cerca de la localidad de Waterloo.
Habrán dos puntos clave, materializados en las granjas fortificadas de Hougomount y de La Haye Sainte, y un frente de 10 kilómetros, juez de broncas. Las mismas comenzaron alrededor de las 11 de la mañana, a lo que siguió el dominio francés del campo, la resistencia aliada y el arribo feroz de los prusianos (provenientes de otro combate, en Wrave), para dar una estocada inesperada y crucial. El resultado es la caída irreversible de Napoleón, la redefinición del mapa europeo y 50 mil muertos devorados por el tiempo y la ambición de los hombres.
Qué ver hoy
En Mont Saint Jean, a pocos kilómetros de Waterloo (30 mil habitantes), el viajero puede visitar lo que fue el campo de batalla y algunos de los puntos clave en ese sentido. Acaso el más famoso es el conocido como la Colina del León, en cuya cima reposa una gigantesca estatua de un león de hierro, símbolo de la victoria aliada. Desde el monumento, ubicado a 40 metros de altura, se obtienen espectaculares vistas del terreno donde las tropas de Bonaparte y Wellington decidieron la suerte de Europa.
Otros sitios de interés son el Panorama (museo que acoge un lienzo circular del enfrentamiento de más de 100 metros de largo), la misma granja de Hougomount (y su casona principal, parecida a un castillo medieval), y los museos de Napoleón (a 5 kilómetros de Mont Saint Jean, funciona en el edificio que fuera cuartel general del corso durante la contienda) y de Wellington (emplazado en el centro de la ciudad). Estos últimos resguardan cantidad de objetos originales utilizados por ambos líderes militares en Waterloo.