Hay una línea contundente que Arlt escribió para el famoso párrafo final del prólogo a "Los Lanzallamas" que resume de manera precisa la actualidad de Walter Lezcano: "El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo".
Con más de diez obras publicadas desde 2010 –entre las que cuenta cinco libros de poesía, tres novelas, dos libros de cuentos y una nouvelle–, Lezcano se tomó a pecho las lecciones de Arlt y va por más: este mes la prestigiosa editorial Milena Caserola lanzará “Nací en una generación. Freelanceo, monotributo y cultura”, una selección de artículos periodísticos de su autoría originalmente publicados en revistas y suplementos como Brando, Radar, Crisis e Inrockuptibles, entre otros.
Pero más allá de la cantidad lo que aquí viene a cuento es la sustancia. Nacido en 1979 en Goya, Corrientes, y criado en la zona sur del Gran Buenos Aires, Lezcano viene trazando con su obra una cartografía personal y atípica de las clases media y baja del conurbano bonaerense, una mirada que en su poesía recorre rincones dolorosos de un pasado que uno intuye autobiográfico y en su prosa despliega todo un arsenal de imaginación que aleja a sus historias de convenciones narrativas gastadas.
"La vez que vi/ cómo mi padrastro/ arrastraba a mi vieja por el piso/ y yo sabía/ que había un arma en la mesita de luz de él", arranca su libro de poesía "23 patadas en la cabeza", publicado en 2013 por Difusión Alterna. O este párrafo de su nouvelle Rejas: "Muchos años después, Mariano disfrutará cuando le llegue la noticia de la muerte de su tío.
Será así: una avioneta, que cargará con varios kilos de cocaína encima, perderá el control por motivos desconocidos, caerá en picada y se estrellará contra el techo de la casa de Alberto; específicamente en su habitación, donde él estaría viendo un documental, excelente por cierto, sobre la vida en Marte”.
Walter también dirige junto a su novia Patricia Giménez la editorial Mancha de Aceite: allí publicaron ya doce títulos, entre ellos la reciente novela de Matías Gómez “¡Fuera de mi planeta, malditos extraterrestres!”. Con la idea que impulsó su editorial, que va de la mano con la que impulsa toda su obra, comenzó esta charla en un bar de Buenos Aires:
–¿Qué se propusieron al comenzar con Mancha de Aceite?
–Fue algo intuitivo, uno se va rebelando contra ciertas incomodidades y al prestarles atención aparecen las ganas de militar por la idea.
Sentimos que había una mirada sobre el conurbano que era herencia de la construcción de centralidad que venía desde Capital, y la gente se va haciendo cargo de la mirada de los otros.
También pasaba que nunca habían existido editoriales en San Francisco Solano, donde vivo, y era muy tentador plantar una bandera. Entonces quisimos ver qué podíamos decir nosotros mismos sobre lo que nos pasaba, cómo vivíamos nuestra cotidianeidad.
–En ese sentido fue un hallazgo el libro "Bailanta", de Matías Gómez.
–Bueno, cuando lo encontramos supimos que era ideal. Sus historias tienen una idiosincracia propia de la gente de ese lugar, una cosmovisión súper original que no pide permiso para contar y no es condescendiente ni perdonavidas...
Era un texto que se imponía, fue un comienzo hermoso que confirmó lo que veníamos pensando, supimos que esa era la línea que teníamos que seguir.
Los territorios deben construir su propia mitología, no esperar que alguien venga a prestarles atención. Creo que tiene que ver con esta idea de Spinoza de que luchamos por nuestra esclavitud como si se tratara de nuestra libertad: me parece que deberíamos quitarnos de la cabeza el pie del amo y manejarnos con más libertad, más confianza en lo que hacemos, sacarnos la idea tonta de a quién gustarle.
–Pasando a tus textos, ¿sentís que encontraste una voz reconocible que los integra como obra?
–Creo que ese es el punto más alto que se puede esperar, ser reconocible. Es algo que siempre me interesó como lector: así como me interesan los catálogos de las editoriales me gustan algunos escritores cuya obra sé que va a ir por un lado que me va a gustar, mucho más que los géneros.
Me interesan más los escritores que los genéros, lograr a través de varios libros construir una especie de intimidad con el otro. No podría decir que tengo una voz pero trabajo mucho para que eso pueda llegar a ser posible.
De todos modos viste que la búsqueda de la voz no es muy consciente, como decía Piglia en las clases acerca de Borges: los escritores no saben cómo van a lograr lo que quieren lograr pero sí saben lo que no quieren.
Eso lo notás después de un tiempo, sin pensarlo demasiado te vas orientando hacia ciertas zonas, cierta ética en el sentido de lo que no hacés en tus historias. Hay una parte del mundo que conscientemente me quiero perder, y eso es parte de mi laburo al tratar de lograr una voz.
–¿Y qué es eso que no querés a la hora de escribir?
–Trato de no frivolizar las temáticas que abordo, ir al hueso. Hay autores con obras que van por el terreno del pensamiento, o tratan de capturar cierto tipo de levedad... Yo creo que al escribir tengo una lucha contra la levedad, contra lo suave, lo tranquilo, lo naif.
Que no significa que como lector no lo disfrute, me gustan por ejemplo los poemas de Fernanda Laguna, pero cuando escribo no es algo que me atraiga, y si veo que estoy dando lugar a eso lo corro, voy por otro lado. Busco ir al corazón de la experiencia, al hueso... Muchas cosas que escribí las leo hoy y me dan mucha verguenza, pero creo que hay una incomodidad necesaria.
En principio uno empieza rompiendo ciertos preconceptos propios, ¿no?, ciertas estructuras mentales, ciertas concepciones, y después uno debería tratar de profundizar en ese proyecto e intentar romperlo absolutamente todo. Y la incomodidad que te genera lo que hacés a veces son zonas tuyas que no supiste que podrían ser posibles: ahí es cuando hay que ir más a fondo.
–Este mes se edita una colección de tus artículos periodísticos con el título "Nací en una generación", tomado de un poema de Osvaldo Lamborghini. ¿Qué te propusiste con ese libro?
-“Nací en una generación” junto al subtítulo “Freelanceo, monotributo y cultura” implicaba pensar en esta generación de gente entre treinta y cuarenta con cierta insatisfacción por la adultez, con las cosas que no podemos lograr y que socialmente no están dispuestas para que sucedan: la casa propia, el amor que no aparece, las parejas que no duran, los padres que parecen saber menos que los hijos, la educación que parece insuficiente, las cosas buenas que parecen siempre pasarle a los demás...
Gente sin una meta definida ni grandes obstáculos, con un determinado nivel de precariedad pero no de carencia absoluta.
En ese contexto en un momento me volqué hacia el lado del periodismo, y al no trabajar en una redacción me las tuve que resbucar solo y terminé formando parte de una tradición argentina que es la del busca, cosa que me da mucho orgullo.
Partiendo de eso, con este libro a través de las notas seleccionadas me gustaba la idea de explorar la precariedad laboral, emocional. Viste que dicen que si el fotógrafo es bueno en la foto se ve también su alma... Bueno, esa es una aspiración que tengo: que también en cada nota se note un poco de mí.