Próximos a disfrutar un nuevo feriado largo, pocos recordarán por qué se conmemora el “Día de la Soberanía Nacional”.
El 20 de noviembre de 1845, en el río Paraná, en el sitio llamado “Vuelta de Obligado”, cercano a la ciudad de San Pedro en la provincia de Buenos Aires, tuvo lugar una batalla naval que no fue ningún juego y que tuvo significancia internacional. En ella se dirimieron los derechos de soberanía de los pueblos y sentó precedentes de que “no siempre el pez grande se come al chico”.
Juan Manuel de Rosas era gobernador de Buenos Aires y, ante su intervención en los asuntos internos del Uruguay a favor de Manuel Oribe en contra de Fructuoso Rivera, ingleses y franceses se autoconvocaron como mediadores del conflicto con la excusa de que ya era internacional y en defensa del orden, intimando a Rosas a que depusiera el bloqueo a los puertos uruguayos. Ante la negativa del Restaurador, la flota porteña fue capturada por los anglofranceses.
Pero no todo quedó allí. Los europeos pidieron la libre navegación de los ríos interiores para comerciar con Paraguay... Por ese entonces el río Paraná ya podía remontarse contracorriente con facilidad mediante la utilización de buques a vapor de gran porte con gran capacidad de carga de mercaderías. Para ejemplificar el “desatino” pedido por los europeos, es como si se nos ocurriera navegar el Támesis o el Sena para ofrecer nuestros productos sin pagar aranceles o pedir permisos. No se la llevarían “de arriba”.
A mediados de agosto se le dieron instrucciones al general Lucio Norberto Mansilla de construir baterías costeras artilladas, cosa que realizó urgentemente. La principal fortificación argentina se encontraba en la Vuelta de Obligado, donde el río tiene 700 m de ancho, y un recodo pronunciado. Montó cuatro baterías con 30 cañones e hizo tender sobre el río tres líneas de gruesas cadenas sobre lanchones de costa a costa.
Se vienen los barcos
La flota anglofrancesa contaba con 22 buques de guerra con 418 cañones, 880 soldados y los últimos adelantos de armamento. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro, y de rápida recarga, granadas de acción retardada, shrapnels (los primeros obuses de fragmentación antipersona) y cohetes Congreve (el abuelo de los misiles). Además, casi un centenar de buques mercantes.
El 20 de noviembre de 1845 fue un día diáfano. Desde las 8 el aire se cubrió de humo y pólvora. Desde la ribera derecha, las cuatro baterías al mando de Álvaro José de Alsogaray, Eduardo Brown, Felipe Palacios y Juan Bautista Thorne, hicieron fuego sobre el invasor que, obviamente, respondió en una lucha desigual. Mansilla había dispuesto a sus hombres (en su mayoría gauchos, milicianos) atrincherados en las barrancas para impedir la llegada de lanchas de desembarco. También contaba con tropas del 2º Batallón de Patricios.
A las 10.30 el fuego se centró en las baterías argentinas a las que les escaseaban las municiones. Esta disminución defensiva permitió que los europeos, a fuerza de golpes de martillo y yunque, pudieran romper las cadenas bajo fuego enemigo en una actitud de bizarría y fortuna admirables.
No menos lo fue la actuación de los defensores. Sin perjuicio de la desigualdad de fuerzas, las baterías argentinas lograron dejar fuera de combate a los bergantines Dolphin y Pandour, obligando a retroceder al Comus, silenciando el poderoso "cañón de 80" del Fulton y cortando el ancla de la nave capitana (la cual dejó de batallar y se alejó a la deriva, aguas abajo). En el furor de la refriega, con su habitual serenidad, Mansilla preguntó a su colaborador italiano: "Che, Aliberti, ¿qué es eso que echan al agua, de aquel barco?". "¡Son corpos ['cuerpos'], usía!".
El comandante Sullivan ordenó el desembarco de dos batallones que avanzaron contra la batería sur. El general Mansilla ordenó la carga a bayoneta. Mientras encabezaba la carga, fue herido de gravedad en el pecho por una salva de metralla. El coronel Juan Bautista Thorne, quien lo remplazó en el comando de la artillería, perdió casi por completo la audición por una explosión de granada. Desde allí fue conocido como "El sordo de Obligado".
Finalmente, los anglo-franceses consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria. Dijo el almirante británico: "Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor".
Esta batalla, pese a ser una derrota táctica, dio como resultado la victoria diplomática de la Confederación Argentina, debido al alto costo que demandó la operación “comercial”.
Implícitamente, la resistencia opuesta por el gobierno argentino, obligó a Gran Bretaña y a Francia -con sendos tratados en 1847 y 1848- a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores.
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