Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Dos películas argentinas prefiguran magníficamente la encrucijada en que nos hallamos, con una profundidad que ningún discurso político podría expresar porque nos hablan desde la imaginación y el sentimiento, no sólo desde la racionalidad.
“El secreto de sus ojos” (ganadora del premio Oscar) y “El ciudadano ilustre” (que cuenta la historia imaginaria de un escritor argentino que gana el premio Nobel), nos muestran lo peligroso y a la vez imposible que es tratar de restaurar el pasado o volver a él, en aras de encontrar un sentido a las cosas irresueltas que no nos atrevemos a enfrentar y resolver desde el presente porque se nos han bloqueado las motivaciones espirituales que nos permiten mirar con optimismo el futuro. Y se nos han bloqueado, precisamente, porque ese pasado nos tiene tan obsesionados que nos exige una y otra vez hacerlo revivir aunque, cada vez que revive, sólo nos genera más dolor.
En “El secreto de sus ojos”, un hombre para vengarse del que le mató a la mujer de su vida, decide inmolarse junto a él. En vez de hacer que lo encarcelen, o en última instancia matarlo, opta por aprisionarlo a cadena perpetua en una cárcel privada oculta, viviendo él como único y permanente custodio del preso, para que ninguno de los dos olviden el pasado. Él, a su gran amor asesinado; el asesino, a su crimen; atados por una muerta a vivir unidos, víctima y asesino, por siempre; renunciando a cualquier porvenir en nombre de una venganza imposible. Necrofilia pura.
En “El ciudadano ilustre”, el escritor argentino que se hizo mundialmente famoso contando en todos sus libros la historia del pueblo donde nació y vivió hasta los veinte años (cuando debió escapar del mismo y sus miserias para poder respirar), se agota creativamente y entonces se atreve a volver al lugar a donde prometió no regresar, para supuestamente buscar la inspiración perdida. Pero, como era de prever, en su pueblo se encuentra con lo que podríamos denominar el horror en estado puro: un lugar que sigue siendo igual o peor de como lo dejó pero que a la vez representa a la Argentina actual casi a la perfección. Como que todos los defectos argentinos (e incluso más que argentinos, humanos) hubieran alimentado a ese pueblito hasta volverse su propia naturaleza. La realidad resulta ser más pesadillesca que esa literatura con la que el escritor trató de exorcizar los fantasmas aterradores de su juventud.
Es que ambas películas (y sus respectivas novelas) expresan con una claridad meridiana el principal problema argentino y su consecuente e inevitable castigo: el de siempre querer volver atrás intentando continuar un pasado faccioso. Lo cual implica condenarse a no avanzar jamás, a volver a vivir (cada vez más patéticamente) una y otra vez aquello de lo que no nos podemos desprender, que nos atrae como la muerte se apodera de la vida cuando nos quedamos sin esperanza y sin proyecto futuro.
“El secreto de sus ojos” y “El ciudadano ilustre” son dos films que, incluso más allá de la intención de los autores, expresan a esta Argentina de la que no nos podemos desprender, que busca recuperar algo que ya no existe más y que probablemente nunca existió, por lo que en su traslación al presente se transforma en un fantasma que nos impide avanzar, que exige fagocitarnos, atarnos a él. Sujetarnos a la imposibilidad de poder liberarnos de nuestras taras, para repetir siempre lo mismo.
Contra esa tentación malsana de nuestro espíritu nacional vienen a combatir estas dos películas, que tienen un evidente sentido político, quizá a pesar de sus creadores. O no, lo mismo da. Son expresiones representativas de la época que las vio nacer.
La historia en los 80, con el regreso de la democracia, intentó dejar de ser facciosa y partidaria para desarrollarse en la academia, lejos de las pasiones políticas del momento. Pero luego se sintió, de a poco, nuevamente atraída por las viejas grietas y ya entrado el siglo XXI reaparecieron -impulsados desde los más altos niveles políticos- los buenos y los malos del pasado hasta llegar al paroxismo tirando estatuas de Colón y Roca, vilipendiando a Sarmiento. O peor, intentando reconstruir el presente como continuidad directa de los años 70 del siglo XX, la época en que se llevó al extremo la voluntad de las diferentes facciones históricas argentinas de querer matarse unas a otras.
El peronismo del siglo XXI vino a reivindicar del pasado peronista del 45- 55 y de los años 70, todo lo que el peronismo de los años 80 del siglo XX, aliado culturalmente al radicalismo, vino a tratar de superar: el culto a la personalidad, el opositor como enemigo, la guerra contra la prensa no adicta, la idea de que un partido disfrazado de movimiento debía identificarse con la patria toda; la grieta social, política y cultural; la reivindicación del populismo; el desprecio a las intermediaciones republicanas en búsqueda de una relación directa entre líder y pueblo; la justicia partidaria (aunque se llame legítima).
Todas estas cuestiones fueron evaluadas como negativas por la renovación peronista de los 80, mientras que para el peronismo kirchnerista fueron positivas. Se trató de una inversión político-cultural de 180 grados, inspirada en ese deseo que tanto critican las dos películas citadas de querer volver a un pasado que no fue bueno, intentando reivindicarlo y continuarlo (los años 70), o rescatando lo peor de otro pasado (el autoritarismo del primer peronismo).
Las dos películas tienen obvias referencias al peronismo: “El secreto de sus ojos” hace nacer su narración en el gobierno de Isabel de Perón y muestra sus conflictos internos como origen del mal. “El ciudadano ilustre” se desarrolla en un municipio peronista del presente. Pero mucho más allá de una crítica a un sector político en particular, se centran en analizar graves defectos culturales que nos han enfermado a todos los argentinos al tener una pervertida relación con el pasado, del cual en vez de aprender queremos repetirlo, quizá influenciados por esa particularidad de la Argentina tan bien analizada por muchos visitantes ilustres: una rara tara psicologista que nos hizo caer en la decadencia sin haber pasado antes por ningún apogeo.
Por eso es que para volver a la tan ansiada normalidad debemos pelear contra mucho de lo que somos pero también contra lo que quisimos y no pudimos ser.
Estas dos películas pueden ayudarnos a eso porque nos abren la mente y nos abren al mundo en vez de aislarnos en la veneración de todo lo que nos hizo tanto mal.