La pandemia del Covid-19 está sacudiendo los cimientos de la sociedad. De repente somos solo comunidades familiares con pantallas hacia una sociedad política que cada vez se parece más a la distópica serie “Years and Years”. Tensos por la obligada reclusión hogareña, peor por los dilemas colectivos. La incertidumbre se monta sobre la inverosimilitud de la realidad.
En cada país según su cultura, según su política, hay quienes se atreven a alzar su voz para anteponer la sanidad de la economía, a la vida humana. Parece como si desconocieran que las “razones” que los hacen hablar se encuentran en el origen de la pandemia que limita a la humanidad.
La educación, otro fundamento sacudido, no está lejos de sufrir los mismos dilemas. El conteo de UNESCO arroja al día de hoy un total de 1,54 billones de alumnos sin clases. El 89,4% de los alumnos del mundo presumimos están en sus casas. Aturdidos por las noticias de cuarentena, y confiando que solo duraban 40 días, muchas autoridades nacionales atinaron a continuar las clases en forma remota.
Muy al comienzo, cuando todavía se trataba de una epidemia en oriente, estudiantes chinos lograron dar de baja del App Store la aplicación de aprendizaje remoto que utilizaban sus escuelas. Con la suspensión de clases en el restodel mundo llegó el “mayor experimento de aprendizaje en línea de todos los tiempos”, tal como lo tituló la podcaster de Vox Reset, Arielle DuhaimeRoss (@adrs).
Los docentes acudieron al llamado de diversas formas pero con un resultado consistente. Al Covid-19 se le sumó la “tareitis”. Los que tenían experiencia en plataformas de enseñanza, tanto sincrónicas como asincrónicas, pocos, llegaron de forma ordenada. Pero la mayoría hicieron como pudieron, víctimas de instituciones que no tomaron nota de la experiencia de la gripe A en 2009. Usaron lo que encontraron a mano: mail, WhatsApp y documentos en línea.
Solo una minoría de docentes les vio las caras a sus alumnos en videoconferencias. La mayoría cuando usaron las plataformas de enseñanza lo hicieron como repositorio de tareas y materiales, muy pocos pudieron proponer actividades de aprendizaje activo con instancias grupales remotas. La suerte de esas tareas quedó en manos de padres también sobrepasados. Algunos con teletrabajo, otros preocupados.
Quedó en evidencia el valor de la escuela en tiempos de desconcierto. Porque a pesar de todos los esfuerzos de la enseñanza remota no hay nada que reemplace la presencia de la seño, de les profes. Una presencia que hoy por hoy solo se puede lograr en clases, que no casualmente, se denominan presenciales... y muy excepcionalmente con docentes que saben estar presentes en línea y que disponen de las plataformas de enseñanza.
Quizá lo que más se extraña en lo que va de estas tres semanas sin clases, es la sensación de que no importa a lo que enfrentemos como humanidad, siempre tendremos algo que aprender. Si no aprendimos con la gripe A, seguro, como escribió Jared Diamond en El País, podemos prepararnos para el próximo virus. Educación también es repensar el qué y no solo el cómo enseñar en tiempos de pandemia. Los chicos quieren saber del Coronavirus, quieren saber por qué sus padres están tan preocupados. Los adultos tenemos que estar a la altura del desafío que enfrentamos.