Volar como águilas o tropezar como gallinas - Por Pablo Rodríguez Rama

El Papa trasciende nuestra agenda cortoplacista local atravesa por la famosa "grieta".

Volar como águilas o tropezar como gallinas - Por Pablo Rodríguez Rama
Volar como águilas o tropezar como gallinas - Por Pablo Rodríguez Rama

En un mundo que exacerba y exige una mirada cada vez más personalizada, dirigida y segmentada en función de los intereses específicos de las personas, pedir un punto de vista global que trascienda los propios horizontes parece casi una insolencia. 
Piénsese en el desarrollo del marketing y su ingeniería de hipersegmentación de audiencias, por ejemplo.

Si bien esta “obsesión” por atender a las demandas y a los intereses individuales a escala local -por no decir barrial- se ha agudizado en los últimos años, no es algo tan nuevo. Las bases comenzaron a sentarse ya en los años 80’, cuando se empezó a hablar de la “glocalización”. Es decir, la adaptación local de los productos culturales globales. No es malo, pero tiene sus riesgos.

Los argentinos no estamos afuera de esa tendencia, a la que le sumamos una cuota de chauvinismo y orgullo nacional exagerado. No en vano circulan unos cuantos dichos que ilustran esa soberbia tan nuestra, mezclada siempre con la melancolía del tango y el anhelo de la potencia que no supimos ser.

Mientras el mundo se enteraba de que el papa que sucedería a Benedicto XVI iba a ser Francisco -hasta entonces Jorge Bergoglio-, la Argentina sumaba otro motivo para alimentar su ego, esta vez de manera exponencial, como cuando se le echa un chorro de alcohol al fuego. A Maradona, Messi, Fangio, Gardel, Borges, el “Che” Guevara y Favaloro ahora se le sumaba un papa. ¡Un papa! Y el primer papa americano. Año 2013, tiempo de elecciones legislativas. La política encontraba una nueva agenda a la que “pegarse”. Había que hacerlo rápido, cueste lo que cueste. Y allá fuimos todos.

Pasada la sorpresa y la euforia, apareció un vicio que sigue hasta el día de hoy: forzar una mirada local en un líder de escala mundial. Si por alguna razón del destino tuviésemos que hacer una analogía entre nuestra relación con el Papa y el vuelo de las aves, en lugar de desplegar las alas como las águilas y poder ver el horizonte con el privilegio que le da su anatomía, los argentinos decidimos volar como las gallinas: unos pocos saltos y a los golpes.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, en 2019 hay seis conflictos que provocan el mayor número de víctimas a nivel global: la guerra en Yemen (el 80% de la población necesita ayuda humanitaria para sobrevivir); Irak (1,8 millones de desplazados internos, de los cuales el 53% son niños); Siria (6,1 millones de personas siguen desplazadas de sus hogares dentro del país y 5,6 millones debieron emigrar); Sudán del Sur (4,2 millones de desplazados); Somalia (2,6 millones de desplazados en un país que está en guerra desde los años 90’); y Afganistán (5,1 millones de desplazados).

Es cierto, África y Asia nos quedan lejos, los números son fríos y no siempre están en las agendas de los medios y de las organizaciones internacionales. Pero al Papa no se le puede escapar. Ese sacerdote jesuita, porteño, hincha de San Lorenzo y amante del mate, ahora es el líder de la institución más antigua de la Humanidad, con más de 1.300 millones de católicos, desparramados en más de 200 países. Vivió entre nosotros setenta y seis años, cuarenta y cuatro de los cuales dedicó a su labor pastoral. ¿No es razonable que las urgencias de un mundo aún tan herido le exijan priorizar asuntos de los cuales la Argentina queda afuera por lejos?

Sí, es cierto, estuvo cerca: visitó Brasil, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, México y Cuba. De nuevo: lo tuvimos setenta y seis años entre nosotros. Hay un mundo que grita injusticias, calamidades y necesidades urgentes. La Iglesia Católica -y la mirada de su líder- debe estar primero ahí. Está ahí. Estará ahí.

La misión pastoral de Francisco podía anticiparse pocas horas después de su asunción: el nombre que eligió fue en honor al santo de Asís, paradigma de la austeridad y la compasión por los que sufren. Llevar la mirada de su pontificado a la mesa chica de la política argentina es volar como gallinas. Aun cuando unos cuantos políticos hayan pretendido sacar tajada de una foto en la plaza de San Pedro o en alguna audiencia privada con el Santo Padre, el Papa trasciende, necesariamente, nuestra agenda cortoplacista local atravesada por la famosa “grieta”.

No es casual que, desde su lanzamiento en 2016, de las cuarenta y cuatro intenciones por los desafíos de la Humanidad que Francisco compartió en el proyecto El Video del Papa, unas once tengan que ver con conflictos mundiales (refugiados, niños soldados, comercio de armas, cristianos perseguidos, etc.) Y cinco están directamente relacionadas con África y Asia.

En definitiva, a 203 años de nuestro nacimiento como país independiente, se nos presenta un desafío para el que, seguramente, no estábamos preparados: ver más allá de las propias fronteras, dejar trascender el liderazgo de los argentinos que nos han hecho grandes y mirar con más compasión a un mundo que sufre. Hay que elevar la mirada y volar un poquito más alto, como las águilas. En el fondo, contemplar la inmensidad del horizonte debe ser más bonito que pasar la vida en un gallinero. Es una especulación.

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