Vocación de servicio por enseñar

Estela Costantini es docente de educación especial. A meses de jubilarse repasó, junto a Los Andes, su trayectoria. También Nelda Morales y Mirna Herrera contaron sus experiencias a modo de homenaje a los maestros en su día.

Vocación de servicio por enseñar

“Una ha dado lo que ha podido dar”, dice Estela Costantini, sentada en una de las aulas de la escuela Raquel Menéndez de Pavón, que es en el mejor lugar donde podía hacérsele una entrevista.

Hace casi medio siglo que circula las aulas de educación especial de Mendoza y reconoce con humor que siempre tuvo perfil bajo, pero que si sus colegas la han recomendado como ejemplo para el Día del Maestro, algo bien debe haber hecho.

Comenzó en 1966 cuando hizo sus primeras suplencias en enseñanza común y a la par estudiaba educación especial. “Lo primero que hice fue realizar un curso de seis meses para ser docente de no videntes, pero no me gustó mucho. Así que cuando ingresé al Magisterio me especialicé en débiles mentales. Los chicos y la carrera me atraparon, lo mismo con las prácticas docentes”, afirma Estela, quien quiso ser bioquímica, pero el dinero, por aquellas épocas de juventud, escaseaba.

Trabajó en la escuela Emilio Coni hasta que se titularizó, en 1968 y fue nombrada en la escuela 12D, de Maipú, que aún no tenía nombre. Más tarde, volvió a la escuela Coni y posteriormente obtuvo la jerarquía, en 1979.

Ya en los años ‘80, y siempre en educación especial, comenzó como vicedirectora en la 2-013 Vicente Polimeni, en Las Heras, y en 1985 fue directora de la escuela 2-011 Romelio Villalobos, de Luján de Cuyo.

“Es mi escuela amada”, señala la mujer que hoy es supervisora en la sección dos de educación especial -etapa que comenzó en 2001- de varias escuelas del Gran Mendoza, entre las que se encuentran las ubicadas en el barrio Papa, en el Paulo VI, en Uspallata y Fray Luis Beltrán, entre otras.

Una verdadera maestra
"Siempre pensé que, sin haberlo deseado, Dios me puso esta profesión en el camino y si hago una retrospección tengo que reconocer que mi maestra fue Teresa Rodríguez de Maurín, directora de la escuela Coni, quien me enseñó a ser una profesional cabal y honesta con vocación de servicio", asegura con un asomo de emoción que no tardará en llegar.

Participó en el proyecto de construcción de la escuela Villalobos, que fue inaugurada en los ‘90 y  que hoy permanece en el mismo lugar. “Armamos el proyecto luego del terremoto de 1985 con el arquitecto Miguel Ángel Guisasola y la ayuda de los padres”, dice y agrega que antes la escuela había pasado por casas prestadas y muy precarias.

El recorrido es largo, como puede verse, pero tantos años en la educación -la cual ha ido cambiando con el paso de los años- sólo le han dejado buenos recuerdos. Por ello, es que afirma que el único bache en 49 años en la educación fue cuando fue secretaria técnica de la Dirección de Educación Especial en la provincia.

“Fue un momento lindo, pero como yo no era política, nunca me sentí bien”, comenta y enfatiza que lo suyo es el aula y el contacto con la gente de las escuelas: “Siempre he intentado ser una verdadera maestra”.

El contacto con los niños ha sido permanente y como buena docente afirma que compartir con ellos es lo que más la llena. “Que un niño venga corriendo, te dé un beso y te diga ‘señorita Estela’, aun siendo supervisora, es una satisfacción. Lo importante es sentirlos cerca”, confirma.

El tiempo del después 
Está a meses de obtener su jubilación y no duda cuando dice que va a extrañar el día a día entre aulas, maestros y estudiantes. Por ello, agradece a todos los que la acompañaron en este camino, a los compañeros y las autoridades y agrega que la tarea que ha realizado hubiese sido imposible sin ellos.

“Sin el compromiso de los directores, el apoyo y orientación de mis superiores y el legado de mis padres, no hubiera podido ser lo que soy”, indica con lágrimas sinceras a punto de ser libres de los ojos que las retienen. “Todavía es para mí, una sorpresa que me hayan elegido. Sólo me he dedicado a enseñar”, repite, como queriendo convencerse de este pequeño homenaje de sus colegas.

Respecto del momento después de jubilarse destaca que si bien no tiene hijos tiene una familia linda que la necesita y a la que le va a poder dedicar el tiempo que durante tantos años dedicó a los otros. “La educación especial es una vida de amor y respeto a otro que necesita de uno por su enfermedad, su condición humilde”, concluye.

Escuchar e inculcar valores entre los adultos

Nelda Morales es docente del Plan Municipal de Alfabetización Dr. Juan Draghi Lucero, de Capital, del cual ha sido parte durante 15 años. Allí reciben a personas mayores de 15 años que no han recibido educación escolar en toda su vida, o bien que ya poseen algunos conocimientos.

Trabaja en el barrio Cano y recibe, mayoritariamente, estudiantes del barrio San Martín. “Son todos adultos. Lo que intentamos es hacer una integración, con un programa flexible que se adapta a las exigencias de cada uno”, dice.

Su trabajo comienza con una tarea de captación por la zona, donde los maestros detectan a aquellas personas que quieren iniciarse o continuar en el aprendizaje.

“Hacemos enseñanza personalizada. Todos los alumnos tienen diferentes realidades y debemos adaptarnos a eso. De acuerdo a su experiencia de vida y sus problemáticas es como trabajamos. Por eso es educación no formal, no es sólo lengua o ciencias y por eso tampoco uso pizarrón. Pero los preparamos para la formal, porque les facilitamos la escolarización”, dice Nelda, quien trabajó en el plan desde 1992 hasta 2003 y luego retomó en 2011 hasta la actualidad.

La maestra indica que en su profesión lo importante es escuchar -porque en sus casas suelen no ser oídos- y a partir de eso saber inculcar valores, respeto por el otro. “Porque nunca los han tenido”, agrega contundente.

Nelda asegura que es esencial hacerles comprender que todo lo que aprenden sirve para su vida cotidiana y que por eso se insiste en aconsejar a las personas, en darles conciencia ambiental, en lo importante de compartir. “La gente es muy agradecida y te lo reconoce. Siente la necesidad de venir para cumplir con el deseo de estudiar. Tengo señoras de más de 70 años que no estudiaron de chicas porque sólo estudiaban los varones y ahora quieren hacerlo”, cuenta.

Agrega que siempre tratan de orientar a todos para que no se junten con gente que no les hace bien, que cuiden su higiene personal para que logren insertarse en la sociedad. “Intentamos que tengan una actitud crítica sobre la vida”, cierra.

A Lavalle, ida y vuelta a dedo todos los días

Mirna Herrera se levanta tempranito. Cuando el sol todavía no ha salido y la luna sigue bien alta. Prepara sus cosas en su hogar de Guaymallén y parte hacia la ciudad. Más bien hacia la Terminal, a tomar el primer colectivo que la llevará hasta Costa de Araujo, en Lavalle.

Pero el recorrido no termina allí. Es que el distrito lavallino es hasta donde llega el micro que se toma. Luego, tiene que encontrar algún maestro que la lleve hacia su destino final, la escuela de El Puerto, en el límite con San Juan, donde es directora maestra.

Mirna cuenta que los primeros años, cuando la escuela abrió, en 2008, hacía el recorrido de ida y de vuelta a dedo por la ruta 142 desde Costa de Araujo, pero que ahora sólo lo hace a la vuelta porque en general encuentra algún colega en auto que la lleva a trabajar. Esta situación se extendió durante cinco años, hasta 2013.

“Salgo de mi casa a las 4.30 para tomar el primer colectivo que sale de Mendoza. Cuando llego a Costa de Araujo, en general, hay varios maestros que necesitan traslado a las escuelas de La Majada y el Cavadito, por la misma ruta y siempre alguien nos lleva”, cuenta Mirna, que regresa a su casa de San José, recién, a las seis de la tarde.

Se ha desempeñado como maestra durante 18 años, siempre en zonas rurales, como la escuela Carlos Chagas en La Palmera o la Abdón Abraham sobre la ruta 40, en El Pastal, y lejos de considerar a su trabajo como un sacrificio, dice que es una opción de vida.

“Cuando nos reunimos en enero todos los maestros rurales del país estamos de acuerdo en señalar que no es un sacrificio, sino que lo hacemos por elección”, dice convencida la docente.

Para finalizar, dice que su tarea es un desafío. “Cuando empezamos con la escuela en 2008 fui la primera docente. Era una institución que hacía falta. Los niños venían de escuelas albergues y era necesaria para la zona”, indica y apunta que intentan mantener las características, las costumbres y las tradiciones de los pueblos originarios.

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