Convertidos involuntariamente en estandartes del reclamo de la inseguridad de todo el pueblo los matrimonios Cebadera y Costa no se conocían personalmente antes de la semana pasada. La tremenda violencia de la que fueron víctimas espantó a la comunidad y terminó siendo el disparador de la protesta masiva y en pocas semanas sus hábitos de vida cambiaron radicalmente.
En medio de la marcha callejera conversaron unos segundos, y la primera charla calma la mantienen en casa del matrimonio mayor, donde accedieron a reunirse para la entrevista con Los Andes, mientras el fotógrafo los retrata sin que le presten atención, enfrascados en su intercambio de impresiones, como si se conocieran de toda la vida.
En los primeros párrafos queda claro que además del miedo, comparten la impotencia por la impunidad con la que sus vidas fueron trastocadas en un rato.
Con una lamentable experiencia a cuestas, Lidia Susse (75) y Julián Cebadera (76) saben de robos (el de febrero fue el cuarto que sufrieron) pero jamás imaginaron semejante ensañamiento contra dos ancianos desarmados.
El repaso por las golpizas, los puntos oscuros de la memoria a causa de los culatazos y las patadas cuando estaban en el piso, los gritos desaforados exigiéndoles dinero y el terror de creer que los estaban matando como animales, es duro de digerir.
Ellos lo hacen con calma, sin sobresaltos, felices de que a pesar de su edad lograron recuperarse físicamente y las secuelas, aunque variadas, no les impiden moverse con normalidad.
Para Gustavo Costa (39) y su esposa Dora Farina, la vida transcurre ahora detrás de las rejas de su casa. Dora exhibe con cierta vergüenza los 4 puntos sobre el labio y los oscuros moretones que le provocaron en el rostro los golpes que le aplicó Marcelo Rodríguez con un revólver, Gustavo repasa cómo montó guardia frente al dormitorio en el que escondió a sus hijos con un cuchillo de cocina, y se decidió a matar o morir antes de dejar pasar a los tres sujetos que invadieron su casa.
Su hija de 6 años y su hijo de 3 ahora van al psicólogo y tienen temor cuando salen a la escuela, las rejas del frente de la casa se ampliaron hasta cubrir toda la superficie y el tapial se elevó con varios rollos de alambre de púas. "Ahora vivimos encerrados nosotros, los ladrones viven tranquilos afuera" se lamentan.
Los cuatro coinciden en una profunda molestia. "Nadie de los derechos humanos vino a vernos. ¿Será porque somos las víctimas y no los delincuentes?" se preguntó Lidia, que acostumbrada a pelear a diario con una dura enfermedad, sabe dar batalla sin perder tiempo en lamentaciones.
"Por favor, recalcá eso" pide una y otra vez.Tampoco con el intendente De Paolo tuvieron una charla directa, sólo "un chico" de la Municipalidad fue a convocarlos para la reunión con el gobernador en Mendoza. "Nosotros no vamos" disparan los Costa, enojados. "Si quieren, que el gobernador venga a Alvear, nosotros no tenemos por qué ir" exclama Dora.
"Pero a nosotros nos dijeron que ustedes iban, por eso también nos comprometimos a ir" se sorprenden los Cebadera. "Si ustedes no viajan, nosotros tampoco" concluyen. "Siempre fuimos de la idea del no te metas, pero después de lo que nos tocó vivir vamos a seguir luchando hasta que haya una solución. Alvear era un pueblo tranquilo y las autoridades deben dar una respuesta seria", exigieron.