Graciela tiene miedo. Su familia también. No quieren acostumbrarse al sonido de los disparos que pueden interrumpir la tensa calma en cualquier momento del día, pero conviven con ello. Los pistoleros son "soldaditos" de los narcos que se disputan el territorio para comercializar sus drogas. Graciela es un nombre ficticio en este artículo.
Pero la zona en la que ocurren estos enfrentamientos, no. Es la tristemente célebre Triple Frontera, donde la violencia ha recrudecido en los últimos meses.
Acceder al testimonio directo de vecinos del área más "caliente" de Mendoza, que comparten Luján de Cuyo, Maipú y Godoy Cruz, fue prácticamente imposible. La causa: el terror. Aportaron sus testimonios a través de terceros, temerosos de que la información "se filtre" y las represalias sean salvajes.
Las causas de los enfrentamientos entre bandas han sido exploradas y han ocupado páginas de este diario y pantallas de otros medios en toda la provincia. La disputa por el territorio para vender estupefacientes, las demostraciones de poder entre grupos antagónicos, o rencores por alguna deuda o conflicto personal, son los motivos que desatan balaceras cualquier día y a cualquier hora, a pesar de los operativos policiales que se organizan de modo preventivo o una vez que otra batalla de esta "guerra" narco se ha desatado.
"Los vecinos tienen miedo, no quieren hacer entrevistas", explica a este diario una mujer que realiza tareas comunitarias en la Triple Frontera. "Tienen miedo y no pueden salir a la calle, tienen que estar encerrados, con los chicos adentro de sus casas; salen a lo indispensable", describe las sensaciones que le transmiten quien conoce de cerca la realidad del aglomerado de humildes vecindarios.
Cuando se consulta a investigadores, que lidian a diario con la violencia instalada en esa área metropolitana, y se llega a relatos de vecinos, la respuesta ante la consulta por las causas es la misma: "son las bandas de droga".
“Los vecinos piensan que se puede filtrar la información que puedan aportar a la prensa y saben que las represalias son complicadas. Por eso tratan de saber lo menos posible”, resume la activista consultada, quien también prefiere resguardar su identidad.
Según pudo saber Los Andes mediante esos relatos reconstruidos, al menos cuatro familias que habían sido amenazadas de muerte debieron abandonar sus casas.
Fuentes habituadas a realizar investigaciones por la violenta zona confiaron que se trata de una modalidad que utilizan quienes venden sustancias para apoderarse de áreas clave e instalar en esas viviendas "quioscos" de droga o "búnkers". Es un modus operandi importado de asentamientos y barrios conflictivos de Buenos Aires o Santa Fe, con incipiente llegada a Mendoza.
Si bien no es común encontrar "búnkers", Patricia Bullrich cuando era ministra de Seguridad del expresidente Mauricio Macri llegó a la Triple Frontera en abril del año pasado para supervisar la demolición de uno de esos antros dedicados exclusivamente a la venta de narcóticos. Efectivos de la Policía Federal realizaron un allanamiento en el asentamiento Néstor Kirchner, en Maipú. El "búnker" tenía una puerta de acero con doble malla soldada a los marcos y un escalón en el interior del habitáculo para evitar su fácil apertura. Paredes de más de dos metros de altura daban refugio a los vendedores, que atendían a los consumidores a través de un rectángulo, que sólo permitía el intercambio de dinero por las drogas.
Rehenes de disputas
Salvajes ajustes de cuenta por deudas del narcotráfico o conflictos derivados de estas transacciones han llevado a asesinatos. Los importantes dividendos económicos de esa actividad ilegal son el principal factor. De hecho, sólo el año pasado en la Triple Frontera la Policía incautó marihuana valuada en $ 3.680.000 y cocaína en unos $ 800.000. Esas son las sustancias más comunes, y por ello las más secuestradas, ya que casi no hay drogas de diseño como éxtasis o LSD.
“Hay grupos que responden a distintos intereses y se pelean por diferencias en la comisión de varios delitos. No siempre es por drogas. Por ejemplo, hay quienes cuidan que otros no cometan robos en ese barrio para que no llegue la Policía”, le confió a este diario un pesquisa en una nota publicada el mes pasado.
El sábado 22 de febrero el asesinato a tiros de un chico de 15 años volvió a sacudir a barriadas como La Gloria, Tres Estrellas, Huarpes, Los Alerces y Unión y Fuerza. Agustín Exequiel Galdamez recibió un disparo en el abdomen que le quitó la vida. Por el hecho dos hombres fueron imputados. Pero esta muerte no hizo más que sumarse a las ejecuciones de los últimos meses.
El crimen desató la inmediata respuesta de vecinos, que prendieron fuego la vivienda de uno de los presuntos asesinos. Uno de los helicópteros de la Policía sobrevoló el área por horas y, en los márgenes, varios puestos de control con decenas de efectivos impedían el ingreso a los barrios.
Esa misma jornada, en la que con ocho horas de diferencia se registraron dos ataques a tiros, miembros de Cáritas que habían planeado una actividad solidaria debieron suspenderla. Pretendían darles la merienda a los chicos de esos barrios y realizarles juegos. Pero la gente no se arriesgaba a salir a la calle.
Lo mismo les ocurrió a quienes ayudan en un comedor comunitario, que tenían organizada la entrega de mochilas para los niños que asisten allí. La actividad estaba planeada para las 17, justo cuando Galdamez fue atacado a tiros.
En las angostas calles de esas barriadas es habitual el hallazgo de pistolas, revólveres y cuchillos. Es una prueba más de la violencia con la que allí se convive a diario. Es más, el 20 de febrero pasado efectivos del Grupo Operativo Maipú detuvieron a cuatro sujetos en el asentamiento Néstor Kirchner tras haber sido amenazados con una escopeta de doble caño, un revólver calibre 38 y hasta una granada. Todas esas armas fueron secuestradas aquel día.
"Cuando me acerqué a hablar con los policías me dijeron que tenía que hacer la denuncia, que ellos no podían hacer más. ¡Si ellos mismos escuchaban los tiros y vieron la granada!", se quejó una vecina con una referente social que trabaja en una zona cuyos habitantes parecen haberse rendido ante el poder de los violentos.