Vivir... antes de la Revolución 

¿Cómo era la cotidianeidad en aquellas Indias que luego encontrarían su camino independentista? Aquí el pulso ahogado de la vida cotidiana.

Vivir... antes de la Revolución 
Vivir... antes de la Revolución 

Las Indias [América] y España son dos potencias bajo un mismo amo; pero las Indias son lo principal, cuando España no es más que lo accesorio; en vano querrá la política hacer que lo accesorio arrastre a lo principal". Estas palabras pertenecen al Barón de Montesquieu, quien predijo -en cierto modo- las independencias americanas.

Mucho se ha hablado durante estos días sobre nuestra Revolución, como cada mayo desde 1810, sin embargo hoy haremos referencia a la cotidianidad en aquellas Indias en las que Montesquieu vio mucho potencial.

Mariquita Sánchez fue una testigo estelar de aquel mundo y dejó grandes crónicas al respecto: "la vida -cuenta en sus memorias- era muy triste y monótona. Con el dinero no se podía tener ni aun lo preciso, de modo que las gentes se veían en la necesidad de prestarse unos a otros. Y aun en las casas más ricas tenían los mismos desagrados; se tomaba, por ejemplo, loza, así que venían de España y se rompían, como era natural, algunas piezas; llegaba un día en que se necesitaban y se andaba entre los amigos buscando lo que faltaba. Aun de la misma casa del virrey, que era aquí un rey chiquito, el día que había una gran comida, el mayordomo, con gran reserva, venía a las casas ricas para pedir muchas cosas".

Debemos señalar que dichas carencias eran fruto del monopolio comercial impuesto por la corona española al territorio americano. Obligados a comprar solamente a España, los habitantes de estas latitudes encargaban objetos que obtenían generalmente mucho tiempo más tarde. Un piano, por ejemplo, podía tardar cinco años en llegar. Por entonces los españoles no fabricaban estos instrumentos musicales y debían conseguirlo en otro país europeo y recién enviarlo a las Colonias. Debido a la delicadeza de este instrumento, pasar por kilómetros y kilómetros de desplazamientos rústicos, solía arruinarlos. En este marco se entiende que el contrabando fuese tolerado por las autoridades, que muchas veces hacían la vista gorda ante la llegada de un barco inglés.  

En cuanto a lo social, existían diferencias abismales entre pobres y ricos. Mientras las damas de alcurnia cada domingo ostentaban en la iglesia sus finos zapatos de raso -algunos bordados con oro- "(...) la gente pobre -explica Mariquita- andaba descalza. De aquí viene la palabra chancletas, porque los ricos daban los zapatos usados a los pobres y estos no se los podían calzar y entraban lo que podían del pie y arrastraban lo demás".

El confort era un lujo que tardaría décadas en llegar. Podía verse a todos sentados al sol los días de frío, pues contaban con un brasero como mucho. Los hogares no tenían casi muebles. Vivían de modo sencillo. El desayuno consistía en “chocolate o café con leche, con pan o tostadas de manteca o bizcochos. Nada de tenedor. Se comía a las doce en las casas pobres, a la una en las de media fortuna; las más ricas a las tres y cena de diez a once. (...) La mejor azúcar era de La Habana. No había mejor. La sal blanca tampoco se conocía. En las casas finas llevaban los terrones y los secaban al sol, para tener en los saleros lo que ahora se tiene sin trabajo y mejor”, explica Sánchez.

Por entonces, las provincias tenían un gran comercio e industrias importantes. Mendoza destacaba debido a unas alfombras muy requeridas en todo el virreinato y "(...) mucha cantidad de frutas secas riquísimas -apunta nuestra testigo-. Las pasas de uva secas a la sombra eran muy estimadas; tenían todo el gusto y eran verdes a la vista. Traían dulces ricos muy apreciados entonces, sobre todo por ser de frutas que había muy pocas, como eran las guindas y las ciruelas. Traían aceitunas muy ricas, compuestas y secas, como las francesas. Muchas almendras y nueces, arropes que eran unos dulces hechos con higos en lugar de azúcar". Luego de la Revolución aquél mundo variaría. La entrada indiscriminada de productos británicos, fue apagando las industrias locales y la imposibilidad de comerciar con territorios aún en manos españolas destruyó las rutas comerciales. La Revolución constituyó el primer paso hacia la libertad, pero implicó que aquella potencia descrita por Montesquieu trastabillara económicamente durante mucho tiempo.

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