Los últimos días de julio llegaron con buenas noticias para los vecinos de los barrios Flores y Olivares, linderos a la Universidad Nacional de Cuyo. Es que esta institución decidió donar las 4 hectáreas donde crecieron ambos asentamientos a la Municipalidad de la Ciudad, para que sean urbanizadas y que sus habitantes puedan tener servicios de luz, agua, cloacas y gas.
Sin duda es un avance importante para quienes viven en esa zona, porque significará un incremento en su calidad de vida. Recordemos que hay familias que viven allí hace más de 40 años y nunca pudieron acceder a estos servicios básicos.
Sin embargo, no todos recibieron de igual manera la noticia. Es que vecinos de los barrios aledaños no tardaron en mostrar su disconformidad por la decisión tomada por la UNCuyo, ya que algunos señalaron que la medida indirectamente los perjudica. “Yo espero que no les den nada, sino que lo que se haga se lo ganen trabajando”, dijo una vecina del Soberanía, ubicado frente al Flores.
Estas y otras declaraciones generaron el rechazo de los habitantes de los barrios en los que la Municipalidad trabajará, ya que sienten que por el sólo hecho de ser pobres se los estigmatiza.
Escuchar al otro
Los Andes recorrió el barrio Flores y charló con algunos miembros de las 170 familias que viven allí, para que puedan contar su punto de vista respecto a lo que se dice de ellos. "Cuando leí lo que se dice de nosotros me sentí muy mal. Creo ni siquiera vinieron a hablar con nosotros. Solo pusieron un lado de la historia y me parece que no deben ser así las cosas", asegura Nelly Garzón, una de las referentes vecinales del Flores.
La entrada al barrio está apenas a 50 metros del ingreso a la universidad. Allí todas las casas son muy humildes, hay perros por todos lados, algunos niños están jugando con trompos, un hilo de agua con muy mal olor atraviesa la “calle” principal, basura de hace muchos años decora el paisaje y algunos muchachos toman cerveza.
También, al subir la vista, se ven cables que tienen sus buenos años llevando electricidad a estos hogares, mientras algunas mamás llegan con sus hijos de la escuela. Son pocos los adultos que sen por el barrio. Nelly explica que “a esta hora la mayoría está trabajando, este es un barrio de trabajadores”.
Una vez en el interior de la casa de Samuel Flores, otro referente del lugar, la charla retoma su ritmo distendido pero serio, porque se siente el rencor en las palabras de los vecinos. La que habla es Nelly: “Nos dicen lacras, ladrones, que no pagamos la luz, pero lo que no dicen es que muchos vienen de otros barrios a comprar acá, porque en nuestros almacenes los productos están más baratos”.
Luego agrega: “Además, la mayoría de los que vivimos acá trabajamos en las casas de los barrios aledaños. Como electricistas, plomeros, albañiles o cuidando a sus hijos. Por eso duele que se diga lo que se dice. Y yo pienso: ¿por qué tienen ladrones en sus casas entonces?”
Respecto al tendido eléctrico clandestino, Samuel explica que hubo un tiempo en que en el barrio había medidores, pero que se rompieron al poco tiempo -les cobraban casi 1000% más de lo que correspondía por mal funcionamiento- y fueron retirados con la promesa de que pronto serían instalados nuevamente, lo que nunca sucedió.
Otro hecho que Nelly detalla es que los días sábados la universidad presta asesoramiento legal en una de las canchas del predio y que se llena de gente que quiere regularizar la situación en la que se encuentra.
“No sé si va a cambiar la postura de la gente a partir de las obras que se hagan, porque me parece que hay mucho odio y rencor. Ellos no creen que los que somos humildes tengamos derechos. Pero a nadie le gusta vivir así. Nosotros queremos que nos escuchen, porque no somos malas personas. Sí, no voy a negar que hay ‘manzanas podridas’, pero eso hay en todos lados. En los barrios de plata también, pasa que no se ve lo que roban”, dice la mujer.
Y para demostrar que el lugar es igual a cualquier otro, dice que ellos también son víctimas de la inseguridad y no por gente surgida del barrio, sino que son personas que vienen de zonas aledañas: “Pero no por eso metemos a todos en la misma bolsa”.
Del otro lado de la calle
Cruzando la calle José Ingenieros, la que divide los barrios Flores y Olivares de las poblaciones ubicadas hacia el este, el panorama es diferente. Desde la calidad de las edificaciones hasta la limpieza de acequias y veredas, algo que enfrente no hay.
Estamos en el barrio Soberanía Nacional, ocupado en su mayoría por familias de clase media. “Acá tenés miedo de salir con el auto porque no sabés si hay un tipo en un árbol o en una acequia esperándote. Lo mismo pasa cuando llegás a la noche. Y lo que les han donado no creo que sirva, porque ahí viven muchísimos. Es cierto que hay gente que trabaja, pero también es cierto que hay gente que no hace nada en todo el día”, afirma molesta Silvia.
Otra vecina, que prefiere no dar su nombre, dice que la inseguridad se da sobre todo cuando deben bajarse del colectivo en la rotonda de la universidad y caminar hasta el barrio. “En el verano vamos todos al club del Círculo (Policial) y es un peligro esa pasada”, cuenta.
En tanto, dos mujeres que viven hace más de 30 años en el Soberanía aseguraron que la zona es insegura pero que reconocen que las familias del Flores son trabajadoras y que los hechos delictivos son protagonizados, en general, por individuos que vienen en moto de barrios más alejados: “La gente que vive en el Flores es gente tranquila. Igual, no ayuda que solo pasen preventores de vez en cuando y ninguna patrulla”.
Ayuda solidaria
Día del Niño. El próximo 28 de agosto la comunidad del barrio Flores festejará para 400 niños su día. Para ello, piden colaboración para poder hacerles un regalo. El teléfono de contacto es el 4292310.