Luego de 20 años de negociaciones, comienza a ser una realidad el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre el bloque del Mercosur y la Unión Europea (UE).
Frente a la concreción de un TLC con uno de los grandes bloques económicos, algunos sectores en la vitivinicultura se ponen a favor y otros en contra, como suele ocurrir en casi todas partes, porque la apertura tiene siempre oportunidades y riesgos según como se pare uno frente a ella.
No obstante, a la luz del análisis profesional, surge con claridad que los beneficios son sensiblemente mayores que los costos para la vitivinicultura. Una curiosidad es que la división frente al acuerdo no parece ser de intereses, sino de posiciones políticas respecto a la libertad económica.
La vitivinicultura argentina muestra desde hace una década un evidente estancamiento. El consumo interno tiene una caída secular que ya alcanza a 40 años, descendió de 80 litros por habitante/año a menos de 20 este año. Para algunos especialistas en el tema estabilizar el consumo en ese número sería un éxito.
Las exportaciones, sea por el atraso cambiario de varios años, como por las condiciones macroeconómicas desfavorables, también se han estancado, los vinos embotellados han retrocedido.
Justamente, entonces, para retomar el impulso de las exportaciones, son necesarios los acuerdos a fin de llegar a los mercados del mundo sin la carga arancelaria que nos deja en desventaja con nuestros competidores.
Desde hace décadas hay enorme evidencia empírica que muestra la importancia del comercio internacional para que economías pequeñas, la nuestra lo es, puedan crecer.
También es una obviedad, que algunos en Argentina parecen no querer ver que el comercio internacional es, y debe ser, una ancha avenida de doble mano.
Es iluso, o producto de la ignorancia, pensar que un país va a conseguir beneficios para exportar sus productos sin reciprocidad.
Hay datos contundentes que muestran que los países tradicionalmente productores y consumidores de vinos no han sido “invadidos” cuando se abren al comercio libre.
Un caso notable es el de Chile: exporta el 90% de su producción; es el país más internacionalizado en este rubro y el consumo de vinos importados, con frontera abierta, es insignificante. Una situación similar ocurre en Sudáfrica y Australia.
Los tres grandes países productores (Francia, Italia y España) tienen libre comercio de vinos entre sí, el 92% del vino que consumen es propio.
También es importante tener en cuenta que la eliminación de aranceles beneficiará más a los vinos de menores precios, donde se transa el mayor volumen y Argentina puede ser más competitiva.
Es hora de advertir con claridad que la única posibilidad de crecer en la vitivinicultura es exportando, de lo contrario será un sector cada vez más chico y pobre.
"Alambrar" un quintita cada vez más pequeña no es cualidad propia de un verdadero espíritu empresario.