La decisión del Gobierno Nacional de eximir de impuestos internos al vino y espumantes reivindica las características únicas que fundamentan su diferenciación positiva frente a las demás bebidas. De Jujuy a la Patagonia, la vitivinicultura argentina extiende sus más de 230 mil hectáreas cultivadas y da origen a una actividad industrial crecientemente sustentable y dinamizadora de todas las economías regionales del oeste del país. La vitivinicultura es además protagonista de una cultura definida por la moderación, la unión, el esfuerzo y el respeto por el medio ambiente. Se trata de más de 800 bodegas y más de 17500 productores primarios que, por décadas, han sostenido la genuinidad y calidad del vino argentino en el mercado local y en las plazas externas: méritos suficientes para que el vino sea reconocido como bebida nacional, producto que expresa una identidad y se entrelaza en la cultura de los argentinos.
El vino y los espumantes son derivados de la agricultura de la uva. Son bebidas que sufren el rigor climático como ninguna otra. Heladas, granizo, escasez de agua, polilla de la vid: son estas algunas de todas las inclemencias de la naturaleza que cada año amenazan o dañan a la uva, la misma materia prima con la que se hace el vino y el espumante.
Ahora bien, la complejidad, atomización y capilaridad de la cadena vitivinícola la hacen única, pero también es cierto que no ayudan a su competitividad versus las bebidas sustitutas que le compiten en la mesa familiar, especialmente la cerveza. Las estadísticas de consumo son elocuentes. De 1980 a 2016, el consumo per cápita anual de cerveza aumentó de 5 a 45 litros, mientras que el de vino pasó de 80 a 20 litros. Ello no solo se debe a cambios de hábitos de consumo y de premiunización del vino. Existen factores económicos empresariales que lo explican mejor.
La cerveza es una bebida industrial (salvo excepciones en formato artesanal que no llegan a ser 5% del mercado), que controla su ciclo productivo sin dependencia del clima y no cuenta con una cadena de valor tan vasta y atomizada. Asimismo, en Argentina es un sector que presenta un altísimo grado de concentración. Una sola compañía tiene más del 75% del mercado (Fuente: Euromonitor), y gasta anualmente más de 200 millones de dólares (Ibope) en marketing (más que todo el sector vitivinícola en su conjunto). Esa misma compañía tiene el 30% del mercado mundial de cerveza. El vino pareciera entonces por momentos competir en Argentina contra una sola empresa, que en 2016 tuvo ventas por 23,450 millones de pesos. Nuevamente, un número que supera con creces a la facturación total del sector vitivinícola.
Asimismo, cabe destacar un reciente estudio de la Universidad de Adelaida, Australia: "Impuestos internos a vinos, cervezas y bebidas espirituosas: una comparación internacional actualizada", que demuestra que los principales países productores de vino a nivel mundial, no gravan al vino y los espumantes (o los gravan poco versus las demás bebidas), mientras si gravan sustancialmente a la cerveza.
España por ejemplo grava con impuestos internos a la cerveza con una tasa de 31.4%, mientas el vino y los espumantes están exentos. Portugal a su vez grava a la cerveza con una tasa del 58.9%, dejando también exento a vinos y espumantes. En Italia la cerveza tributa el 18.5% mientras que el vino y los espumantes también están exentos. En Francia el patrón es el mismo: casi 0% para vinos y espumantes y 8.7% para cerveza.
Claramente los gobiernos de los grandes países productores del mundo (Francia, España e Italia hacen a más de la mitad de la producción mundial de vino) tienen como política de estado diferenciar positivamente al vino y los espumantes frente a la cerveza y otras bebidas alcohólicas. Considerando que los consumos per cápita de vino decrecen continuamente tanto en Argentina como en los demás países tradicionales productores de vino, la diferenciación por vía impositiva es una herramienta útil para el sostenimiento de los mercados domésticos y un apoyo para la promoción de las exportaciones, ya que procuran una reducción de costos fijos.
Por todas estas razones, y más allá de la diferenciación positiva que detentan ya hoy el vino y los espumantes, invitamos a los legisladores nacionales a reconsiderar las alícuotas de impuestos internos de otras bebidas alcohólicas en el marco de la reforma tributaria en curso. Particularmente en lo que respecta a la cerveza, ya que la mayoría de las bebidas espirituosas ya han sufrido un incremento en el proyecto enviado al Congreso Nacional.