Vista Flores, un pueblo que supo gestionar su propia agua

Nucleados en la unión vecinal, los pobladores crearon la cooperativa de agua y de dieron un gran impulso al distrito.

Vista Flores, un pueblo que supo gestionar su propia agua

Cuando el pueblo de Vista Flores no era más que un puñado de cuarenta viviendas, sus vecinos empezaron a soñar con la posibilidad de tener agua potable. Por eso levantaron, en 1937, el ahora 'viejo molino', que es un punto de referencia obligado del centro distrital. Después construyeron a pico y pala un acueducto desde Campo los Andes.

Hoy, con una población de 4.300 habitantes y una enorme proyección del lugar como polo turístico y productivo, los vecinos siguen administrando el servicio  y, en pocos meses, también lo harán con el sistema cloacal.

La Cooperativa del Agua de Vista Flores es vecinal, pero funciona como una empresa modelo. Todo el tiempo estudia cómo mejorar el servicio. No deja de expandir su área de cobertura, incluso sirviendo a familias y emprendimientos que pertenecen a otros distritos.

Tiene menos del 10 por ciento de morosidad en el cobro de las facturas. "Y nunca hemos estado más de 48 horas sin agua y eso que hemos tenido inconvenientes", acentúa orgulloso Luis Muñoz, tesorero y el experimentado del grupo, pues forma parte de la entidad desde los 14 años.

Sus consejeros siempre trabajaron ad honorem, desde que administraban los cuatro surtidores que expendían agua bebible en la ciudad hasta las 1.900 conexiones que mantienen en la actualidad. Sin ser técnicos en la materia, inventan estrategias para preservar las bombas de las bajas de tensión, organizan sus planes de acción en función de proyecciones a 5 ó 10 años  y hasta aprendieron a negociar con quien haga falta para ofrecer buen servicio y 'cuentas claras'.

Una lucha con historia

Históricamente, como toda gente de campo, los primeros vistaflorinos juntaban el agua de riego en piletones de cemento que tenían en sus casas, la dejaban "clarear" y luego la tomaban. Después, fue el municipio el que la proveyó con camiones cisterna. Hasta que consideraron que debían asegurarla por sus propios medios.

La unión vecinal de aquel entonces construyó un molino de viento, que hoy recibe a quien llega a la ciudad por el sur, sobre el bulevar San Martín. El agua de ese pozo se distribuía en cuatro surtidores, que estaban apostados frente a los almacenes de ramos generales. La gente iba con damajuanas y cacerolas a buscar el líquido necesario para cada día. Era el gran punto de reunión y el corredero de las novedades barriales.

"Después se armó una red chiquita, para las casas que estaban a unos 500 metros de la perforación", cuenta Gabriel Rivas, actual presidente de la cooperativa. También, la llegada de la luz al distrito permitió modernizar el sistema. La bomba -que al principio fue traccionada por un motor de tractor- después funcionó con energía eléctrica.

Sin embargo, el crecimiento del pueblo exigió nuevas respuestas. En la década del '60, los vistaflorinos dan un paso más. Necesitaban traer el agua potabilizada de la remonta de Campo los Andes y construyen a pico y pala un acueducto de 12 kilómetros de largo. "Las familias se prorratearon el tramo y cada uno tenía su porción de trabajo. Hombres, mujeres y niños cavamos más de 1,2 metros. Después una empresa chilena hizo las conexiones", recuerda don Pedro Campos, el primer operario que tuvo la cooperativa.

Ese derecho de agua luego se perdió y hubo que hacer nuevas perforaciones para abastecer a la comunidad. Son las dos que funcionan actualmente y hay una más proyectada. El presidente explica que ya tienen 1200 pedidos de factibilidad para crear nuevas conexiones en los próximos cinco años.

En expansión

Según el último Censo, la población de Vista Flores creció un 25%. Pasó de 3.482 habitantes en el 2001, a contar con más de 4.300 en la actualidad, por lo que se posicionó como el distrito tunuyanino más poblado, después de Ciudad. Tamaño desarrollo repercute en la demanda de agua. La cooperativa pasó de tener 600 socios en el '94 a los 1.900 actuales.
 
El crecimiento productivo, turístico e inmobiliario que vivencia la zona también les exige ampliar el área de cobertura hasta otros parajes, sobre todo para responder a demandas puntuales sobre la ruta 94 (camino al Manzano Histórico) y la 92 (que pasa por Colonia Las Rosas).

Actualmente, la entidad produce 125 mil litros por hora y cuenta con un plantel de 5 empleados. "Nos estamos planteando si ha llegado la hora de que la cooperativa tenga un gerenciamiento. Necesitamos más personal, más tiempo invertido en la gestión", explica Rivas.
 El problema es que en unos meses, también asumirá la gestión de la nueva planta y red cloacal de Vista Flores.

Este es un anhelo largamente esperado por el pueblo y tuvo muchas idas y vueltas, entre otras cosas, porque demoró la búsqueda de un sitio donde instalar la planta de tratamiento. "Hicimos el primer proyecto en el '80 y ya ha tenido tres modificaciones", grafica el vicepresidente, Fabián Damico.

Los vecinos, motor de progreso

En la década del '60, el pueblo se dio cuenta que la actividad había crecido tanto que necesitaba un asidero legal. Entonces, retomaron los papeles de la vieja unión vecinal -que dormían en cajones de manzanas- y se propusieron armar una cooperativa prestadora con todas las de la ley.

Así se constituyó el 14 de mayo de 1967 el primer consejo que tuvo la institución. Era un reflejo de lo variopinto de la sociedad. Lo integraba un cura, un docente, un empresario, un enfermero, un metalúrgico, etc.

Eran tiempos donde los vecinos participaban mucho. "Ahora cuesta más el compromiso. Tenemos asambleas de 70 personas. A veces, los que somos de afuera, nos comprometemos más porque valoramos la calidad de agua que hay aquí", sostiene Marcelo González, un profesional joven que se asentó en Vista Flores por cuestiones laborales y es el actual secretario.

Más allá de la prestación del agua, la cooperativa también aporta a la comunidad en otros sentidos. En el '89 luchó para la instalación de gas natural. Hoy cuenta con un salón (de 667 m2) que alquila para fiestas y presta para eventos culturales. También, tiene un gimnasio y salas donde dan clases de inglés.

Estos edificios y sus actuales oficinas fueron construidas, en gran parte, con el dinero que recuperó la cooperativa, cuando en 1998 la Provincia derogó la norma que constituía un delito el cortar el servicio a quienes no pagaban. Fue el momento de ponerse al día. "Antes de eso, a mí y otro consejero nos llevó la Policía y nos pintaron los dedos por cortarle el agua a un hombre que tenía una conexión clandestina y hacía soda", relató entre risas Muñoz.

"Teníamos un nivel de morosidad que llegaba al 70 por ciento. Hoy estamos en el 10%", grafica Estela Fadul. La mujer lleva 20 años trabajando en la institución y es una pieza fundamental de su funcionamiento. "Ya la gente me encuentra por la calle y ve en mi cara la factura del agua", se ríe.
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