La irrupción de Julio Argentino Roca en la política nacional conmocionó a la opinión porteña, que aspiraba a que un hijo de Buenos Aires fuera presidente luego de dos mandatarios provincianos: Sarmiento y Avellaneda. Buenos Aires debía imponer al sucesor.
Porteños recalcitrantes creían en el derecho a tutelar al país, se negaban a federalizar la ciudad de Buenos Aires y sostenían, como el gobernador Carlos Tejedor, que los territorios ganados en la Conquista del Desierto eran de su provincia.
El gobernador de la provincia contaba con más recursos que la Nación.
El diario La Nación, entonces la expresión de un partido, el de Mitre, describía a Roca como un jefe de fronteras que, en sus ratos de ocio, se dedicaba a “varear caballos”.
No mejor parte llevaban los jóvenes de los patriciados provincianos que formaban los cuadros dirigentes del Autonomismo Nacional: “Ahí viene Roca con sus cabecitas negras” se escribía en la prensa de la gran aldea, setenta años antes de que ese calificativo se aplicara a los pobres del Norte argentino que venían al cinturón industrial de Buenos Aires.
Sarmiento, cuando Roca propuso la Campaña al Desierto, pronosticó que era imposible solucionar ese problema en por lo menos un siglo. Cuando se logró el éxito en menos de dos años dijo que fue “un paseo”.
Los porteños que apoyaron al joven general de 37 años soportaron un clima hostil e incluso algunos se apartaron. Por cierto la capitalización de Buenos Aires y el respeto al resultado electoral se logró sobre los cadáveres de tres mil argentinos.
Cuando Roca y Mitre acordaron una salida a la crisis política del noventa que le da dos décadas de estabilidad y las más altas tasas de inversión y crecimiento de la economía nacional en toda su historia, La Nación ve en Roca a un estadista al servicio del país.
El propio Mitre, que le toma el juramento como presidente provisional del Senado en 1898, cuando concluye el estadista norteño su segundo mandato, lo visita para decirle: “Ha cumplido con su juramento, lo felicito”.
Roca y su política han concitado la adhesión de figuras de la política y el pensamiento de corrientes disímiles que exceden el campo de las fuerzas liberales conservadoras que proclamaban sus sucesores.
Jorge Abelardo Ramos, en su libro “Del Patriciado a la Oligarquía” que integra su famosa obra “Revolución y Contrarrevolución”, presenta a Roca como el estadista que representa la voluntad y los intereses de las provincias interiores y logra romper con la hegemonía porteña imponiendo el poder nacional sobre la Provincia que pretende controlar al país todo.
Para Abelardo Ramos, el general Roca es el constructor del Estado nacional, el modernizador de la Nación, explica y justifica la Conquista del Desierto y destaca el origen federal de la mayor parte de sus partidarios.
Alfredo Terzaga escribió dos tomos sobre el general Roca, obra que culmina en 1880, por la muerte del historiador cordobés, adscripto a la corriente del llamado socialismo nacional.
Para Terzaga, Roca encarna las aspiraciones de progreso de las provincias que no aceptan la tutela y la subordinación a los intereses de Buenos Aires; es el vengador de Pavón, batalla en la que participara a los 19 años como oficial artillero de Urquiza.
Arturo Jauretche, en su libro de 1959 “Ejército y Política”, señala que Roca lidera la reconstrucción del Ejército nacional, heredero del de San Martín, remplazando al que denomina “ejército faccioso” de Mitre, y ese liderazgo surge con la victoria de Santa Rosa (Mendoza).
Aprueba la Conquista del Desierto y la construcción del Estado argentino y resalta que se recuperó el concepto del “Espacio” y cierto proteccionismo.
Oscar Alende, en su libro “Marcha al Sur”, señala que las actividades de las tribus indígenas eran el robo y describe la “Ruta de los Chilenos” la rastrillada que partía de Olavarría marcada por centenares de miles de vacas que todos los años eran robadas desde los campos pampeanos para ser engordados en los alfalfares de los grandes hacendados chilenos, con la tolerancia y la complicidad de las autoridades de ese país.
El socialista Nicolás Repetto dice en la Cámara de Diputados (en una de las cuatro sesiones) que en 1930, comparando la crisis del momento con la del Noventa, en cuya revolución participara: “Menos mal que Roca impidió nuestro triunfo. Su destreza y fortaleza impidieron la presidencia revolucionaria de Alem, que hubiera retornado el país a la anarquía y la guerra civil”.
Desde el nacionalismo, Rodolfo Irazusta junto con su hermano Julio, exponentes del nacionalismo rosista, dirá: “Fue la del general Roca la personalidad más vigorosa que ha tenido el país después de Rosas”.
El desarrollista Carlos Florit, ex canciller en el gobierno de Frondizi, escribe: “Hacía falta un líder que diera contenido a la organización constitucional del país, que estructurara un poder político en función de la Nación y que tuviera habilidad y energía para consolidarla. Roca cumplió esa función”.
Natalio Botana, coautor con Ezequiel Gallo de “ El Orden Conservador”, destaca el temperamento de Roca que ejercía la autoridad pero no el autoritarismo, en un cuadro institucional en el que imperaba el respeto a los derechos civiles, la independencia del Poder Judicial, la libertad de expresión y con una idea gradualista en cuanto al pleno ejercicio del sufragio. Los autores definen el período como el de “la democracia posible”.
Félix Luna llevó hace veinte años al gran público la figura de Roca en su libro “Soy Roca” en el que hace escribir una larga carta al personaje. Dejó en los lectores establecida la imagen de un constructor deseoso de convertir a la Argentina en un gran país.
También la de un guerrero que privilegiaba la paz por sobre los laureles recogidos sobre cadáveres y la destrucción. Vale la pena contar que Luna tenía en su juventud animadversión por su biografiado, pues uno de sus antecesores no llegó al Senado nacional en representación de La Rioja por la oposición del dos veces presidente.
Vicente Massot, en su libro “Las ideas de estos hombres”, compara a Roca con el general e ingeniero Agustín Justo y el general Perón, en cuanto a tres militares que fueron hábiles políticos y con sentido de la estrategia y la geopolítica.
En estos años se ha desatado una campaña contra Roca, siendo su principal ideólogo Osvaldo Bayer quien ha sostenido que la Patagonia no debería ser argentina ni chilena, y plantea el disparate de un genocidio banalizando la palabra y su significado.
Bayer es un anarquista, es lógico que pretenda mancillar el recuerdo del prócer, pues fue el constructor del Estado, institución que la corriente que integra el escritor ha pretendido destruir recurriendo a todo tipo de crímenes en otros tiempos.
Los Kirchner, a pesar de un discurso de reconstrucción del Estado, han tomado parte de los puntos de vista del autor de la Patagonia Rebelde, porque pretenden borrar toda idea de una Argentina que fue exitosa.
Ante el fracaso de su modelo, a pesar de los inmensos recursos en divisas e ingresos fiscales percibidos, gracias a los altos precios de la producción agropecuaria, se obsesionan con mostrar la historia nacional como la de un fracaso hasta que ellos llegaron desde el sur. Por cierto la ignorancia de Cristina en historia es tan ostensible como su desconocimiento del mundo.
Julio Argentino Roca falleció el 18 de octubre de 1914, año del tercer censo nacional. El contraste con el país de 1880 es impresionante.
En 1914, ocho millones de habitantes, de los cuales tres millones eran inmigrantes que vinieron tan pobres e ignorantes como la inmensa mayoría de los criollos, vivían en una nación pujante con sus ferrocarriles, puertos, obras sanitarias, ciudades espléndidas, una educación pública que fomentaba la movilidad social y con su democracia perfeccionada con la Ley Sáenz Peña en vigencia.
Una parte de esos criollos e inmigrantes ya eran de clase media y los pobres tenían la igualdad de oportunidades que da la escuela de calidad.
Eso que hoy añoramos ante el fracaso de los detractores de Roca que se ufanan del crecimiento de las villas miseria y del desastre de la educación pública argentina.