La flexibilización de la cuarentena viene funcionando al estilo argentino. De abajo hacia arriba, por imperio de la realidad y con el Estado aplicando su método habitual: ampliar las excepciones hasta que vacíen la regla.
El efecto sanitario de la flexibilización descentralizada es todavía incierto. El mundo tampoco ayuda para distinguir bien lo que funciona mejor.
China festejó en Wuhan, con abrazos y fuegos de artificio, el fin del aislamiento. Pero ahora reconoce que mintió con las estadísticas de la pandemia. Quién sabe si también con el origen. Tampoco se esclareció del todo cómo fue el curso del virus en sus capitales infinitas: Shangai y Beijing.
Alemania se comportó al revés. Angela Merkel fue criticada cuando a comienzos de marzo sinceró que más de un 60 por ciento de los alemanes se contagiaría con el coronavirus. Un mes después de aplicar un confinamiento selectivo, informó que la correlación de contagios es menor a uno.
Ese índice de correlación es clave para estimar el control de la pandemia. Tendrá menos resonancias motivacionales que los gráficos sobre el aplanamiento de la curva de contagios, pero parece más objetivo para calibrar el equilibrio imprescindible entre la persistencia del virus y la progresiva normalización de la vida social. Nunca fue mencionado como algo relevante por las autoridades sanitarias argentinas. Versiones no oficiales estiman que aquí el factor de contagio duplica al que consiguió Alemania.
Con la administración de reservaciones territoriales, el Gobierno argentino ensayará -aún no se sabe cuándo- la salida de la cuarentena mirando de reojo la proximidad del invierno. Mientras, le llueven los ruegos de una economía que cruje por el coma inducido.
El Presidente respondió a esos reclamos devolviéndole centralidad a la restricción más evidente de la economía argentina: la deuda externa. El ministro de Economía sinceró el rechazo de los acreedores privados a todas las ofertas oficiosas que intentó. Martín Guzmán formalizó su propuesta y ahora la deuda entró en cuarentena hasta el 22 de mayo. Si no hay en el medio una negociación exitosa, Argentina completará -otra vez- el fatídico itinerario del default.
Las presunciones sobre esa negociación son muy dispares. Las cláusulas de confidencialidad son las primeras que se acuerdan con los bonistas, de modo que las reacciones de mercado son, por el momento, aproximaciones tentativas. Las estimaciones del valor presente en el que quedarían los títulos argentinos y de la tasa de salida para los bonistas varían en un rango amplio, como amplia es la estructura de la deuda argentina.
Hay una duda que sobrevuela esos cálculos febriles de los acreedores privados: ¿Argentina tendrá más dólares disponibles en este contexto donde se combinan menores importaciones de energía, caída en la compra de insumos externos y derrumbe del turismo emisivo?
Una expectativa central en la cuarentena de la deuda será la hipótesis de una zanahoria (o endulzante, la gastronomía parece dominar el lenguaje durante el confinamiento) similar a la que significó el cupón atado al PIB en la última cesación de pagos argentina.
Pero esta vez el país padece una inflación desbocada, que hasta con los comercios cerrados carcome su moneda, el crédito está al borde de la extinción y las empresas agonizan. Son morbilidades previas al virus y el Great Lockdown, graficó la jefa del FMI, Kristalina Goergieva.
En declaraciones a La Voz, el ministro Guzmán agregó un condimento. Confirmó que pedirá una suspensión de los pagos al Fondo en línea con su propuesta a los acreedores privados. Georgieva deberá calibrar de ahora en más el costo de su empatía.
Mientras, la política argentina intenta a duras penas decodificar la nueva situación global. Algo ha cambiado con la pandemia. La solución acordada del endeudamiento era en febrero una condición necesaria. Ahora también, pero insuficiente.
El Presidente le imprimió a la negociación de la deuda la aceleración que le dio buen resultado inicial con la cuarentena. Convocó a los gobernadores a una escena de unidad política. No hubo aplausos de default. Asistió Cristina para contener la pregunta de rigor que se hacen los actores del poder real: ¿y qué piensa ella?
Con el ex presidente Macri prohibido en Olivos, Horacio Rodríguez Larreta fue el emblema opositor. Severo, entre barbijo y mordaza. Calculando en silencio hasta dónde le convino al Cafiero abuelo la cercanía con Alfonsín. Alberto Fernández asordinó al día siguiente esos detalles en una audiencia virtual con los líderes parlamentarios de la oposición. Le pidieron permiso para sesionar.
El discurso oficial entró en mutación. De unidos contra el virus, a unidos contra los acreedores. Tanto como la elección de interlocutores que hace a dedo el Presidente, ese giro discursivo es percibido por la oposición como una acechanza. Fueron gestores de la deuda. Ya presienten el señalamiento del enemigo interno.
Pero en la sociedad confinada, esos juegos de poder tienen una evolución desconocida. ¿Acaso el Gobierno que anunció el patrullaje en las redes sociales no es el mismo que se vio obligado a pedir disculpas por la trasnoche de un tuit?
Nadie sabe bien qué incuba en la doble cuarentena.