Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Como en el primer peronismo, el kirchnerismo reintrodujo la división conceptual entre democracia de forma y de fondo o, lo que es lo mismo, entre república y democracia. División que tanto la gran mayoría de radicales como de peronistas, en la democracia recuperada de los 80, dejaron de lado, en un cambio cultural que pareció para siempre, pero la Argentina es el país del eterno retorno.
En los gabinetes culturales más puros y más duros de la ideología que gobernó la Argentina de 2003 a 2015, siempre se pensó que la república es un corsé elitista a la democracia popular, que sólo se la debe tolerar mientras ambos conceptos no entren en contradicción.
Para eso hablaron de alternativas como la democracia neopopulista donde la idea de república, aunque sea admitida, es siempre considerada jerárquicamente inferior a la idea de democracia.
Los que estos piensan reivindican como positiva aún hoy la convicción de que históricamente los gobiernos populares, para ser bien democráticos, debieron ser poco republicanos, porque los liberales se decían republicanos pero para atacar a la democracia real, la radical o la peronista. Y los K piensan que esa contradicción sigue aún vigente.
El intento de reforma judicial que intentó Cristina Fernández iba claramente en esa dirección de separar república de democracia haciendo depender muchísimo más la elección de los jueces de las ligas partidarias. El manejo del Congreso jamás contempló el mínimo acuerdo con la oposición, ni aun cuando el oficialismo estuvo en minoría. También la relación con los gobiernos de provincia fue siempre de subordinación centralista, pese a que la mayoría de los gobernadores eran peronistas.
La reelección indefinida de los gobernantes fue levantada como principio positivo. Si a eso se le suma una concepción puramente partidaria y facciosa de la prensa, considerando enemiga a toda la que no fuera adicta, queda claro que se buscó construir un tipo de democracia (porque el voto popular jamás fue cuestionado) que fuera más populista o “bolivariana” (en el sentido de que la Venezuela chavista era vista por esta gente como una etapa superior a la cual arribar) que republicana.
Desde esta perspectiva es innegable que la división entre democracia y república desde la asunción del gobierno de Mauricio Macri está tendiendo a su reunificación como en los inicios democráticos. Y no por obra de una sola fuerza sino de las mayorías políticas: el macrismo, el radicalismo, la izquierda no populista, el peronismo disidente y el peronismo federal de las provincias, entre sus principales aportes. Sólo los restos del antiguo gobierno no comparten esta concepción pero hoy son muy minoritarios.
Aunque sea por convicción o por oportunismo, los que hoy manejan las instituciones van adaptándose al nuevo clima. Por eso la Justicia parece liberarse de su relación tan directa con la política y aunque muchos de sus miembros no estén acostumbrados, se ven obligados a moverse sin referencias partidarias.
Pero el cambio de fondo ha sido en el Congreso donde todas las fuerzas han recuperado un protagonismo inédito, impensable en el modelo anterior, donde ni oficialistas ni opositores pinchaban ni cortaban sino que sólo apoyaban o repudiaban totalmente las imposiciones absolutas del Ejecutivo. El debate por el pago a los fondos buitre fue un ejemplo superlativo de buen manejo legislativo donde en general se impuso la grandeza sobre el oportunismo.
Luego vino el debate sobre la ley antidespidos donde allí desapareció la grandeza porque más bien pareció un partido de truco entre vivillos donde a nadie pareció importarle demasiado de qué se trataba el debate sino cómo quedaba posicionado cada cual en el tablero político. Pero esos son los riesgos de la libertad y, en un caso u otro, se preservaron todas las formalidades republicanas. Es de esperar que lo mismo ocurra ahora en el debate jubilatorio y el blanqueo.
Algo también positivo es la nueva relación entre gobierno nacional y gobernadores de provincia porque se ha recuperado el diálogo entre pares cuando antes era una mera relación entre empleados y patrones.
Todo, en síntesis, indica que en la Argentina nacida en 1983, podrán haber gobiernos peores o mejores, pero la democracia republicana (cosa que antes de 1983 quizá jamás tuvimos nunca del todo, ni con liberales ni con radicales ni con peronistas) nació para quedarse y que podrán alguna vez reprimirla o censurarla, pero que ésta, apenas se le abre el mínimo clima propicio, no necesita que nadie la reimponga sino que por sí misma, espontáneamente, vuelve a renacer porque ya está incorporada a la naturaleza política de los argentinos como una de las raíces sólidas de nuestro sistema político, al cual -en otras cosas- aún le falta tanto para llegar a ser lo que necesitamos que sea.
Algunas zonceras finales
Así como reivindicamos el renacido romance entre democracia y república, también algunos debates políticos cotidianos parecen jugar a retrasar el reloj de la historia.
El periodista ultra K Hernán Brienza publicó una alucinante columna donde afirma que “la corrupción democratiza a la política”, porque “sin el financiamiento espurio sólo podrían hacer política los ricos”. Es el mismo hombre que citamos tiempo atrás en estas mismas columnas cuando le dio la bienvenida a los capitalistas amigos K (los Lázaros y Cristóbales) porque ellos rompían el predominio de los viejos capitalistas.
Ya medio mundo se ha burlado de tremenda afirmación por lo que no vale la pena hacer más leña del árbol caído, salvo advertir un cambio cualitativo en el pensamiento K: sus intelectuales supuestamente probos ya no dicen más que no hubo corrupción en los gobiernos K o que si la hubo los Kirchner nada tuvieron que ver. Ahora ya la aceptan enterita sólo que la interpretan como una práctica revolucionaria para luchar contra la oligarquía y el imperialismo. Mero cuenterío.
Es increíble la capacidad de tragar sapos de estos muchachos y de, en nombre de la lucha contra ciertos ricos y poderosos, defender acríticamente a otros igual de ricos y poderosos, sólo porque hablan un idioma en el que los alaban a ellos. Vanidad, madre de todos los pecados.
Otro que anda diciendo zonceras es el publicista Jaime Durán Barba, que así como demostró elevadísima capacidad para ayudar al triunfo de Macri, debería dejar de querer ser estrella televisiva pues es una máquina de decir macanas. Como que en este país nadie se muere de hambre o que el aumento de gas implica que en vez de pagar el equivalente a un café ahora se pagará el equivalente a cuatro cafés.
El hombre cree hacer ironías cínicas e inteligentes, pero lo único que logra es burlarse de los más humildes con una insensibilidad extravagante que debería advertirle de dedicarse sólo a aquello en lo que muchos dicen es genial: vender a Macri, en vez de venderse a sí mismo. En particular cuando quien lo critica por su desprecio a los pobres no es Margarita Barrientos sino Mirtha Legrand.