Por Carlos Sacchetto Corresponsalía Buenos Aires
Hace solamente seis meses, ni siquiera el propio Mauricio Macri podía imaginar que concretaría su sueño de ser presidente de la Nación. Se revela ahora que en estos 180 días, que constituyen un período ínfimo en la historia de un país, la sociedad argentina fue elaborando en silencio una decisión política que comenzó a asomarse en la primera vuelta electoral del 25 de octubre.
Seis meses atrás, el kirchnerismo se mostraba fuerte, avasallante como siempre, redoblando apuestas en la economía, fijando posiciones cuestionables en el campo internacional y en objetivos estratégicos como el copamiento partidario de la Justicia. Tenía entonces variantes para designar a sus candidatos, pero quizás la soberbia derivada de la fortaleza con que el poder rodea y convence a los gobernantes de ser invencibles, hizo minimizar ese trámite.
El kirchnerismo en su conjunto, que siempre delegó, aceptó y aplaudió las decisiones de Cristina Fernández, no supo advertir que los procesos de sucesión política en regímenes de fuertes personalismos son mucho más complejos que lo imaginado por la mayoría. Tuvieron que aceptar como candidato a Daniel Scioli, a quien siempre emparentaron con los adversarios, y construyeron la consigna “el candidato es el modelo”. Los resultados están a la vista.
El armado
También, seis meses atrás, la oposición era un grupo de expresiones aisladas, cargadas de egoísmo y temerosas de ceder protagonismo. Uno tras otro los intentos de unificación fracasaban y los tiempos para encontrar un oponente serio al kirchnerismo se iban agotando. Ante la proximidad de las elecciones primarias, no fueron pocos los sectores que reclamaban un acuerdo electoral de centro-derecha entre Macri y Sergio Massa.
No se veía por entonces otra posibilidad de enfrentar con alguna posibilidad de éxito al oficialista Frente para la Victoria, pero ambos siguieron adelante con sus proyectos personales. Los dos plantearon la necesidad de un cambio, mientras el kirchnerismo instaba a profundizar el proyecto y obligaba a Scioli a no diferenciarse del discurso oficial. Eso fue determinante para establecer la opción: continuidad o cambio.
El proceso de construcción de una alternativa válida por parte de Macri no tiene casi antecedentes. Más allá del valioso aporte de Ernesto Sanz a la cabeza de un radicalismo con elevadas dosis de desconfianza, y de Elisa Carrió al frente de una menguada Coalición Cívica, el Pro transitó un camino nuevo en el sistema de partidos. Desde los sectores más ideologizados se lo calificó de representante de la antipolítica, sin advertir que se trataba simplemente de otra política.
Bajo ese concepto, de que en la diversidad del pensamiento lo que no es igual necesariamente no es anti, Macri hizo política con otro lenguaje y con otras actitudes más conciliadoras. A la par, la radicalización del discurso kirchnerista contribuyó a exacerbar el rechazo social a formas autoritarias y vanidosas de ejercer el poder. El aplauso permanente de la militancia y los elogios fáciles de un periodismo que perdió fácil los rieles de la profesionalidad, contribuyeron a distorsionar la realidad hasta extremos de ficción.
Tanta mentira, tanto agravio a la más mínima crítica y tanto avasallamiento del natural disenso democrático, colocó a millones de argentinos en un lugar que tal vez no querían ocupar. No hubo alternativa: o se era oficialista, o se era opositor y expuesto al escarnio por antipatria, gorila o derechista, o todo eso a la vez.
El desafío
Todos esos antecedentes no permiten decir que el triunfo ha sido solamente un mérito de Macri. Sin el aporte de los increíbles errores políticos de Cristina Fernández la victoria no hubiese sido posible. Desde la designación de los candidatos hasta la creación de una burbuja en la que quedaron encerrados millones de argentinos de buena fe, que creyeron estar viviendo una épica revolucionaria y se sumaron con entusiasmo a militar por el proyecto. Ese activo fue ganado anoche por la decepción y la tristeza. Los choques con la realidad, en la política como en la vida, suelen ser frustrantes.
Sí será mérito de Macri, entonces, establecer vínculos de contención para esos sectores, habitantes con los mismos derechos y las mismas obligaciones del universo democrático. Se espera que los dirigentes que anoche se despedían del poder, estén a la altura de las circunstancias y no se conviertan en obstáculos para una convivencia civilizada.
El cambio producido por la sociedad argentina ha sido profundo y drástico. Macri tiene en sus manos las mejores esperanzas y los mejores sueños del pueblo. Nada menos.