Por Leo Rearte - Editor de sección Estilo y de Cultura
Falso. Lo del chico canadiense de 15 años que había descubierto una ciudad maya oculta, gracias a sus cálculos matemáticos, sus conocimientos astronómicos y un vistazo a Google Earth... todo era falso; esos informes que leíste en Facebook o escuchaste en los últimos minutos del noticiero, y que hasta difundió la BBC de Londres (así, todo con mayúsculas, por que es la BBC de Londres), ese hallazgo, esas aseveraciones... nadie nunca los chequeó. Un zapallazo que medio mundo replicó como si se tratara de la última investigación de Stephen Hawking.
Les cuento rápido, por si les interesa:
El simpático prepúber William Gadoury se presentó a un concurso juvenil en Quebec con la noticia de que había hallado una ciudad milenaria en México. Una de Indiana Jones, si Indiana Jones usara Google. Porque el chico todo lo hizo desde su PC.
Su proyecto supuestamente demostraba que los mayas, apasionados por las constelaciones, habían levantado sus urbes siguiendo los patrones de las estrellas. Al superponer el mapa del cielo nocturno sobre el de Mesoamérica, Gadoury quiso creer que la posición de ciertos astros coincidían con el de sus ciudades. Entonces supuso que debería haber un pueblo oculto debajo de una notoria constelación.
El cuadrado que marcó en Google Earth como un poblado maya perdido está, en efecto, hecho por el hombre, pero no es milenario: es un simple campo de maíz.
Aunque gran parte de la prensa aún hoy sigue publicándolo como verdadero (por que a los virales de internet no hay remedio que los pare), la tesis del bienintencionado niño es un bolazo más grande que ese plano trazado en Google Earth. La culpa no es del pibe, demasiado con la investigación que se mandó.
Lo notorio, en esta anécdota, es la poca capacidad de los medios de todo el mundo para contrastar lo que publican. Partiendo de algo tan básico, como que la mayoría de las personas saben (o deberían saber por pristino sentido común) que los mayas, como buena parte de las civilizaciones del mundo, no ubican sus ciudades según como se reparten las estrellas, si no más bien, cerca de ríos de agua dulce y tierras cultivables. Vio, como para tener algo que comer y tomar al otro día.
A vacunarse
Internet está enferma del virus de los virales. Las redes sociales, los medios y los portales son adictos a títulos gancheros como estos: “Joven de 15 años descubrió una ciudad maya oculta”. Lo notorio de esta anécdota, es que -algo tan grave- sea una anécdota.
Internet está plagado de noticias falsas, cadenas de info insustanciales y muchos portales supuestamente serios tienen menos chequeo que la contabilidad de la Rosadita. Y ya nos da igual.
Nos acostumbramos. No nos sorprende cuando nos enteramos, con suerte, a la semana, que esa foto de París desierta tras los atentados era falsa, o que nunca tuvo asidero esa curiosa historia del alemán que en venganza por una infidelidad, y en vistas de un divorcio, había cortado todos sus bienes (camioneta, muebles, libros) por la mitad. Se trataba de una acción de marketing.
La lógica económica de la red de redes es peor, en ese sentido, que el de la TV. La forma más extendida para sostener los sitios es a través de los avisos (adsense) que se pagan automáticamente según los clicks o vistas que tenga tal o cual posteo, artículo o nota. Un viral puede significar mucho dinero. Lo suficiente como para mandar la “credibilidad” a un segundo (tercer o cuarto) plano.
Pero pensemos más allá. Filosóficamente cuáles son los riesgos que supone convivir con el hecho de que la verdad pueda ser todo el tiempo una mentira. Que la verdad nos importe tan poco, y que la mentira indigne cada vez un poco menos. Y saben qué, los políticos, por ejemplo, ya lo saben, y más que nunca, se animan a decir cualquier barrabasada, total, entre memes, reposteos y retuits, todo pasa. Pregúntele si no, al declarador serial Donald Trump.
Crónicas marcianas
Cuando la mentira es la verdad, ¿la verdad qué es? Recordemos aquel viejo incidente del programa de radio de Orson Welles... El 30 de octubre de 1938, el talentoso artista adaptó el clásico “La guerra de los mundos”, novela de ciencia ficción de H.G. Wells, a un guión de radio. Y la gente se lo comió. Pánico.
Los oyentes que sintonizaron la emisión y no escucharon la introducción pensaron que se trataba de un noticiero. Nueva York y Nueva Jersey (donde supuestamente se habrían originado los informes) se pusieron patas para arriba. Las comisarías y las redacciones de noticias estaban bloqueadas por las llamadas de oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos. Al día siguiente, se repitieron protestas reclamando la cabeza de Orson Welles.
Hoy, podrían aterrizar tranquilamente los marcianos, gasearnos a su gusto, que pocos lo tomarían en serio. Sería para muchos, un bolazo más en un mar de bolazos. Otra cadena de Whatsapp más, otro posteo rimbombante en Facebook, otra noticia que sólo buscó atraer clicks. Un viral más en un sistema de comunicación global bastante enfermito.