Están sucediendo en la Argentina, ante nuestros ojos estupidizados, crímenes insólitos. Unos cometidos por asesinos profesionales, pero no sólo, sino también por gente común que pretende hacer justicia por su propia mano. Hace poco capturaron a un joven motochorro que acababa de arrebatar la cartera a una señora.
El infeliz cayó en manos de vecinos que lo vieron y lo molieron a golpes. Finalmente, murió. Un arrebato se responde con un gravísimo crimen. No existe proporción entre estas acciones. Así lo ha denunciado el Papa severamente, afirmando que le ha dolido el alma cuando se enteró. Que suceda esto en nuestro país es un síntoma ominoso del estado en que estamos.
Un conocido actor teatral presencia en plena calle que un ladrón arrebata la cartera de una turista extranjera que empieza a los gritos, lo cual es comprensible. El ladrón es alcanzado y, ante el peligro de que lo linchen, el actor lo cubre con su cuerpo y evita el asesinato. La policía llega y se lleva al sujeto, pero inmediatamente lo libera.
Ésta es la otra faceta del drama, la carencia de justicia. El encargado de un edificio de departamentos tuvo la misma actitud protectora con otro ladrón, a quien también protegió para evitar que lo lincharan. Pero no todos los desenlaces son tan positivos. Se dan represalias de vecinos que terminan en homicidios, represalias de gente que, en otras circunstancias, jamás se hubiera dejado llevar por semejantes arrebatos.
Estos hechos repetidos nos hacen vivir en un permanente estado de miedo. Predisponen a cometer cualquier disparate, tanto a los agresores como a sus víctimas.
Leo que aquí en Mendoza unos ladrones encapuchados penetran en un restaurante, asaltan a la concurrencia quitándole distintos valores y escapan. El dueño del local sale a perseguirlos en su vehículo, los alcanza y los asaltantes lo ultiman a balazos. Ningún bien material vale la ofrenda de una vida.
He leído en el diario Clarín una nota de Jorge Lanata con un pormenorizado racconto de lo que está sufriendo la Argentina en materia de desmanes callejeros. He visto al mismo periodista en TV mostrando el rol de la droga en todo este drama. Así lo denunciaron también los obispos.
Ante esto, uno no ve reacción eficaz de parte de las autoridades, empezando por la Presidente. Si uno se pone a buscar antecedentes de esta agresividad, inmediatamente recuerda a su marido y a ella misma, que siempre apelaron al maltrato como método.
El Papa actual, siendo arzobispo de Buenos Aires, solicitó muchas veces ser recibido y nunca obtuvo respuesta de parte de ellos. Ahora uno se entera de que la Señora estuvo dos horas y media con el Pontífice, almorzando. ¿Cómo se explica este dualismo contradictorio?
La impresión que uno tiene es que la Presidente no termina de discernir ciertos aspectos de la realidad. Personalmente me siento inclinado a pensar que hay en ella alguna falla de tipo mental o de carácter. Si así fuera, el tiempo que aún tiene como Presidente se hará largo para el pobre país.
Por su parte y por parte del kirchnerismo en general no hay atisbos de corrección. Es gente que parece amar la confrontación y la doblez, que se afirma en la mentira.
En Mendoza dos delincuentes amigos (compinches): uno es secuestrado por el otro y pide a la madre como rescate cien mil pesos. La madre los paga. Resulta que la señora es también delincuente y está con prisión domiciliaria. Hasta las reglas del hampa se han roto, lo que configura síntomas francamente anómicos, es decir de descomposición social.
He leído un nota de Marcos Aguinis que tiene un buen título: "Un creciente agotamiento". El país se agota. La oposición carece de reflejos. La gente no sabe qué hacer ni a quién recurrir. Algunos apelan a recursos claramente condenables, como el homicidio callejero que, al decir del Papa Francisco, rompe el alma. Uno se angustia preguntándose a dónde llevarán a este pobre país.
Pero no hay que perder las esperanzas. En primer lugar porque perderla no tiene sentido. Sólo el pasado es inexorable, no se puede modificar. Pero el futuro está lleno de promesas y a él debemos apelar. Nuestro país, aun con una clase dirigente tan mediocre como la que tenemos, está pletórico de posibilidades. No hay agotamiento irreversible.