Vinos: una industria con vaivenes

Hasta diciembre sobraba vino en el país y hubo reclamos para que el Estado saliera a comprar caldos. Diez meses después, el reclamo se centra en que no hay vino y por eso los precios suben haciéndolos menos competitivos respecto de otras bebidas.

Vinos: una industria con vaivenes

La situación es compleja y difícil de entender para quien no conoce la industria. Sucede que en los últimos meses del año pasado y en los primeros del actual, muchos dirigentes de los sectores reclamaban que el Estado adquiriera 200 millones de litros de vino que supuestamente estaban “sobrando”, para estabilizar el mercado y evitar la caída de precios. Diez meses más tarde, y sin que el Gobierno comprara un solo litro, nos encontramos con que falta vino y ahora la preocupación es por los altos precios que se mueven en el mercado.

Son los vaivenes propios de una industria que necesita alcanzar el equilibrio y ordenar su producción de acuerdo con lo que exigen los consumidores.

Primero es necesario establecer por qué se llegó a la actual situación. El hecho fundamental se centró en que la cosecha en Mendoza fue 40% más baja, considerada la menor en el último medio siglo. Hubo menos uva y por consiguiente menor cantidad de vino, pero hay otro aspecto que debe ser tenido en cuenta y es que el consumo se ha volcado mucho más por el tinto (75%) que por el blanco (25%) y por eso muchos de los “rosados”, superabundantes en diciembre, pasaron a transformarse en “tintos” a través de cortes con varietales o con uvas tintoreras, lo que genera un problema paralelo en razón de que muchos de los estándares exigidos por los consumidores no están representados en los caldos que se ofrecen.

Otro de los problemas que se plantean es que la cantidad de hectáreas de uvas tintas con que cuenta la provincia, no se condice con lo que exige el mercado. Porque, tal como señalamos, 75% del consumo es tinto pero sólo 47% de las hectáreas implantadas cuentan con variedades de color. En muchos de los casos, la situación responde al hecho de que la implantación de viñedos suele responder a decisiones individuales de los productores y estos prefieren volcarse, por una cuestión de quintales de producción, hacia variedades rosadas (criollas o cerezas). De otro modo no se comprende lo señalado por algunos viveristas que indican que vendieron igual cantidad de plantines de cereza que de malbec o cabernet.

El crecimiento exponencial de la industria vitivinícola de las últimas décadas respondió a que los propios actores tomaron conciencia de que debían hacer los vinos que reclama el consumidor, adaptándose a las exigencias de los mercados internacionales, con lo que resultó beneficiado también el consumidor local. Creció en base a una excelente relación precio-calidad iniciada con la reconversión de viñedos hacia variedades nobles, incorporación de tecnología en bodegas y un trabajo eficiente de los enólogos que permitieron la elaboración de vinos que ganaron espacios en las góndolas. El amesetamiento e inclusive la caída en las exportaciones de los últimos años respondieron a factores externos, esencialmente a una política implementada a nivel nacional que hizo perder competitividad a los vinos argentinos y que perjudicó también al resto de las economías regionales.

Es la propia industria la que debe fijar entonces los nuevos objetivos. Al decir de la mayoría de los dirigentes de los sectores, una de las soluciones debe partir de adaptar las hectáreas implantadas a la necesidad del mercado, y para ello es necesario una importante reconversión de viñedos. Pueden haber otras salidas pero deben adoptarse en el plazo más corto posible porque la industria necesita un equilibrio necesario que termine con los vaivenes actuales que no benefician al productor ni al industrial ni al consumidor.

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