Lugares como el Espacio Julio Le Parc (donde se recreó el aeropuerto de Mendoza), las termas de Cacheuta, el Parque General San Martín, el hotel Hyatt, la plaza San Martín y algunas bodegas del Valle de Uco como la Séptima o Killka, entre otros lugares reconocibles, fueron las locaciones que utilizó la película “Vino para robar” durante el rodaje en febrero en nuestra provincia. La idea, según expresaron en su momento el director
Ariel Winograd
y el guionista Adrián Garelik, fue utilizar a Mendoza narrativamente, la ciudad como parte de la trama y no como una sucesión de paisajes publicitarios.
Incluso hay un par de escenas que transcurren en la Vía Blanca de las Reinas, la noche previa a la Fiesta Nacional de la Vendimia, que fue recreada especialmente para la ocasión. “Nos nutrimos de la Fiesta de la Vendimia para meterla dentro de la trama, aunque es una parte en la que nos tomamos varias licencias”, dijo el actor Daniel Hendler en la conferencia de prensa donde presentaron el film. Y agregó que “si bien hubo que hacer algunas adaptaciones, yo viví la Fiesta a través de la ficción, todavía no pude conocer la de la realidad”.
Al respecto el director Ariel Winograd aclaró: “Hubo que recrear la Fiesta por una cuestión de tiempos, ya que teníamos que continuar el rodaje en Buenos Aires y en Italia y no podíamos esperar”.
En efecto, luego de casi tres semanas de rodaje en Mendoza (desde el 11 de febrero), la filmación continuó en marzo en la Capital Federal y en el partido de Tigre para culminar en la ciudad italiana de Florencia, donde viajó Winograd junto a algunos colaboradores.
De guante blanco
“Vino para robar” se centra en una pareja de refinados ladrones que se conocen cuando él está intentando robar una valiosa pieza arqueológica de un museo y ella le gana de mano.
Rivales declarados al principio, Sebastián (Hendler) y Natalia (Bertuccelli) terminarán luego, por cuestiones del destino y del guión de Garelik, recalando juntos en Mendoza para intentar hacerse con una antigua y muy costosa botella de malbec de Burdeos que perteneció a Napoleón, guardada en la bóveda de un banco provincial.
“Es mi primer film sin chistes de judíos. Todo un desafío”, dijo Winograd aludiendo a sus dos películas anteriores “Cara de queso” (2006) y “Mi primera boda” (2011), ambas con Hendler y Martín Piroyansky, que en “Vino para robar” se luce como un delirante especialista en computadoras (ver Los personajes...).
Según el realizador de 35 años, “trabajé fuerte para hacer propio un guión realizado por otro. Los actores ayudaron mucho para que pudiera lograrlo y se los agradezco”.
Hendler, por su parte, declaró que para componer su papel “toqué resortes relacionados con el género acción de aquellas películas que veía de chico. Es el primer personaje canoso que hago y quizás sea el último”, comentó entre risas.
En cuanto a Bertuccelli, dijo que su personaje “tiene el don de la actuación y, gracias a su suerte de principiante, puede acercarse a este ladrón a quien admira”.
“Primero le acercamos la idea a Daniel y dos días después a Valeria. Fue un buen síntoma que lo leyeran rápido y respondieran gustosos”, dijo el director que compartió labor con su esposa, Nathalie Cabiron, como una de las encargadas de la producción.
A Hendler, Bertuccelli y Piroyanski se suman en el elenco Juan Leyrado, Pablo Rago, Mario Alarcón, Alan Sabbagh e Iair Said, entre otros actores nacionales, además de los trece actores mendocinos en roles secundarios (ver aparte) y casi 400 extras.
Buena química
La química entre los integrantes de la pareja es poderosa, rica en miradas, gestos cómplices y silencios compartidos con el espectador, aunque la dupla actoral nunca había compartido una película antes.
En relación a la fluidez del vínculo, el actor uruguayo que acaba de estrenar en Buenos Aires “Traición”, la obra teatral de Harold Pinter junto a Paola Krum y Diego Velázquez, destacó que “fue muy agradable el encuentro con Bertuccelli, muy fácil la conexión y parecía que hubiéramos compartido cosas de toda la vida, como ciertas inhibiciones”.
El humor, tan presente en las declaraciones de cada miembro del equipo, es la impronta de un film en el que hasta las escenas más intensas -por riesgo o por amor- lucen alguna complicidad capaz de despertar sonrisas.