La diferencia entre un domingo olvidable, uno más del caluroso enero entre irnos de vacaciones o regresar de ellas, es la actitud por supuesto, pero no alcanza, hay que contar con un plan. Hoy puede ser ese día que sale de la tediosa monotonía y extirpa a los chicos de la pantalla de TV, de la computadora o de la Play, y rescata a los padres de eso que los pequeños repiten a modo de Mantra: "Estoy aburrida/o"… Hoy puede ser ese día. Señoras, señores, familia: ¡habemus plan!
La idea es ir a la montaña, a la Reserva Natural Villavicencio más precisamente. Un sitio tan mágico que en unos 55 km sube hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar por un camino de caracoles entre cornisas, y entre tanto muestra ambientes muy diferenciados. Hay monte (asciende por el pedemonte a la precordillera hasta los 1.600 metros); está el cardonal (ése que ocupa gran parte del territorio montañoso de Salta) y que por aquí sigue las laderas de solana hasta los 2.700 metros, y también se encuentra la puna, que va desde los 3.000 metros (como el área que domina Jujuy, Perú y Bolivia). Sería como transportarnos a miles de kilómetros para conocer esos lejanos parajes pero tan sólo transitamos escasos 50 km desde la ciudad de Mendoza.
Esto es sólo el comienzo. Podemos pasar por donde lo hicieron las columnas del ejército de San Martín para liberar a Chile; descubrir a los habitantes de la reserva entre los que se encuentran zorros, guanacos, muchísimas aves y hasta pumas; también es posible hacer un viaje en el tiempo hasta los días de la colonia donde el camino de rulos unía nuestra tierra con el puerto de Valparaíso propiciando el intercambio comercial. Imaginen lo que sería hacer esas curvas y contracurvas con carretas…
Por esta misma senda, anduvo metiendo las narices Charles Darwin -el naturalista inglés que escribió la Teoría de la Evolución de las Especies-. Él se maravilló con la riqueza florística y faunística de este reducto donde encontró árboles gigantes hechos piedra y dijo que pertenecían a los días en que esta zona estaba tapada por el océano Atlántico. ¡Manso! dicen que le escucharon decir al científico.
¿Hay registros de cuando esto era el fondo del mar? Los hay. La tierra guarda celosa su historia y la escribe en sus rocas. También hay huellas de los primeros habitantes. Se han encontrado puntas de flechas y elementos de caza. Hay minas de oro y plata que explotaban los jesuitas. También el hotel que aparece en la botella de agua mineral. ¡Hay tanto para ver y todo en un solo lugar!
Seguramente algunos niños quieran saber si habían dinosaurios por aquí en el pasado. Quizá a otros les interese saber sobre los leones de los Andes y los cóndores que se ven a lo lejos. Habrá quienes prefieran la historia de las tropas libertadoras que atravesaron las enormes montañas en mula. Todas las preguntas tienen respuesta con los guías y guardaparques del Centro de Visitantes. Ellos relatan episodios desconocidos y fantásticos pero sólo para los que ingresan y tienen ganas de escuchar y se animan a pasear por el espacio y el tiempo.
Paso a paso
Al tomar la ruta 52 y dejar atrás los últimos caseríos de Las Heras, el intenso calor del verano mendocino se siente. Los arbustos al ras del piso y a lo lejos en tonalidades de azul, la montaña. A modo de puerta de ingreso unos kilómetros más adelante de la Planta de Agua Villavicencio (no recibe visitas) se encuentra el Monumento a Canota.
Cuenta la historia que el 18 de enero de 1817 el Coronel Juan Gregorio de Las Heras partió desde el Campamento Histórico el Plumerillo hacia la Estancia de Canota, donde acampó un par de días para luego dirigirse hacia Uspallata. Días más tarde, otra de las columnas a cargo de los generales O'Higgins y Soler, pasaría cerca de allí, teniendo por objetivo La Estancia de Las Higueras. Esta columna sería alcanzada en este lugar por el general San Martín para cruzar por el paso Los Patos rumbo a Chile. Son las ruinas de la antigua estancia las que dan la bienvenida a la Reserva, ciertamente el lugar en el que se separaron las filas del ejército.
La ruta se transforma en un hilo infinito en ascenso y al acercarnos a Vaquerías se aprecia cómo los pastizales amarillentos van mutando a otras arbustivas, y el verde se hace presente. Ya en el lugar, un amplio bosque protege del sol a los recién llegados. Tras el ingreso, la visita guiada supone estar atentos. ¡Hay tanto por descubrir!
El Centro de visitantes es considerado un aula a cielo abierto, pero lejos está de ser aburrido. Allí, a través de una charla interpretativa y de senderos señalizados, ayudan a comprender el valor de este sitio protegido de 72.000 hectáreas. Se habla de las características geográficas; conocemos los animales que allí viven, las plantas y en un video se recorren miles de kilómetros hacia el corazón de la cordillera, muy lejos de la ruta habilitada para vehículos.
Luego el guía invita a un paseo por el Jardín de cactáceas en el que se aprende cómo la naturaleza se adapta al medio, a las condiciones de suelo y a las climáticas y a través de diversos cactus se observa el aprovechamiento del agua, vital para cualquier especie.
Pronto el Sendero Geopaleontológico, que es ni más ni menos que un viaje hacia millones de años atrás, porque para ver los paisajes que hoy tenemos frente a nuestros ojos debieron pasar tres eras geológicas: Paleozoica; Mesozoica y Cenozoica cada una de las cuales dejó sus signos. La idea es imaginar cómo era esta zona antes de que estuvieran las montañas, cuando había un bello mar cálido, aunque ahora debemos conformarnos con los rastros de algunos microorganismos sellados en las rocas. Como en un cuento, se sigue narrando la aventura del planeta hasta que se formó el cordón montañoso que hoy pisamos.
Por último, la Cascada hace comprender a los visitantes las virtudes del agua mineral y termal que nace de las entrañas de este pedacito de tierra prometida. Éste es el momento de sacarse todas las dudas con los guardaparques, especie de superhéroes que protegen la naturaleza y cuidan que nadie haga daño a animales ni a plantas, siempre ansiosos por transmitir sus conocimientos y de contagiar esta fiebre de "cuidar el planeta".
Nuevamente en la ruta, observando los frondosos árboles exóticos y las flores a los lados en el lapso de un kilómetro hasta el hotel. Los zorros se escabullen para no ser vistos e inmediatamente notamos que el aire es más fresco. Ahí, como por arte de magia, el edificio que vemos en la foto de la etiqueta de la botella de agua que llevamos en la mano, en vivo y en directo, clavado en el verde.
Es posible recorrer los hermosos jardines del alojamiento termal que fue inaugurado en 1940. Por aquellos días y durante muchos años lucía un esplendor inusitado, tanto que las familias más adineradas del país, junto a estudiosos del mundo, se hospedaban para disfrutar de los beneficios de las aguas. Esta época dorada perduró hasta su cierre en 1978. En la actualidad existe un proyecto para transformarlo en un Museo de Sitio para que todos los visitantes puedan disfrutarlo por dentro recordando sus años mozos.
Montaña rusa natural
Ya es hora de comenzar la fantástica travesía de ascenso por el Camino de Caracoles. Se trata de la antigua ruta colonial que unía al Puerto de Buenos Aires con el de Valparaíso. A medida que se toma altura nuevamente el paisaje muestra nuevos rostros y la vegetación autóctona se apodera de la visual. Hay pequeñas aves que acompañan y un manto de florcitas aparece adornando las banquinas con intensos colores.
Hay que prestar mucha atención pues la senda es de cornisa en franco ascenso. Además, porque los guanacos se camuflan entre las rocas y las plantas y pueden estar a pocos metros y no ser descubiertos. También es importante que sólo se detengan en los sitios habilitados, ya que otros vehículos transitan en ambos sentidos. Entre rulos y "s" repetidas, se deja atrás al hotel y como hormiguitas diminutas se divisan abajo los autos que están empezando el sinuoso trayecto. Atrás muy atrás, en un llano inabarcable, quedó la ciudad.
El antiguo Telégrafo (hoy lamentablemente utilizado por algunos como baño) y las Ruinas de los Hornillos (antiguos hornos de fundición de oro y plata construidos por los jesuitas en las Minas de Paramillos) marcan el final de los caracoles, a 2.700 m.s.n.m, pero ni cerca estamos de haber concluido con el periplo.
Del calor de enero, ni noticias. Arriba el aire es fresco, limpio, puro. El Mirador del Balcón es la próxima parada. Se trata de una falla geológica, una enorme grieta de unos 80 metros y sobre ella un balcón para observar la caprichosa formación. Más tarde se arriba a la Cruz de Paramillos y a pocos metros el Mirador del Aconcagua, un lugar privilegiado para observar al coloso de América.
Un cartel indica que estamos a 3.100 metros sobre el nivel del mar, el punto más alto del recorrido y también el punto final de la Reserva, aunque puede seguir por la misma senda hasta Uspallata, donde más aventuras esperan al borde del camino.
Más información
Acceso. Desde la Ciudad de Mendoza, tomar Av. San Martín en dirección norte hasta empalmar con la RP N° 52 (camino pavimentado hasta el pórtico de ingreso al Hotel Villavicencio). Distancia a recorrer: 50 km. Desde la localidad de Uspallata, por RP N° 52 (camino de ripio en estado regular). Distancia a recorrer: 55 km.
Días y horarios: de lunes a domingo, de 9 a 18. Visitas guiadas cada media hora de 9.30 a 17.
Tarifas Centro de Visitantes: residente $ 30; nacional: $ 50; extranjero: $ 70. (Para recorrer centro de visitantes, los senderon guiados, jardines y hotel)
¿Qué llevar? No hay restaurante ni proveeduría por tanto hay que llevar alimentos y bebidas para pasar el día en el lugar. No hay áreas de acampe pero sí, sitios señalizados para hacer pic nic, siempre respetando las normas de las reserva. La empresa está trabajando en la reapertura del Parador de Villavicencio.
¿Con qué servicios cuentan? Asistencia permanente al visitante por parte de los guías de sitios, sanitarios en el Centro de Visitantes y en el hotel, antena de telefonía móvil de Movistar.
Contacto: Tel: 0261 - 4992004 al 2008; www.rnvillavicencio.com.ar