Frente al casco viejo de la ciudad de Fray Luis Beltrán, cruzando las vías y marchando hacia el Sur, hay un conjunto de casas que conforman el barrio Villa Elena, donde viven alrededor de 70 familias.
La extensión donde se ubican estas viviendas se equipara con el recorrido de la calle El Resplandor, de aproximadamente 1 kilómetro, que une los mencionados rieles y la ruta Provincial 50 con la calle Perito Moreno (carril Viejo), en el otro extremo.
Este conglomerado de casas, unas 70 aproximadamente, está vinculado estrechamente a la familia Ortega, heredera del militar expedicionario y ex gobernador Rufino Ortega, dueña de grandes extensiones en el siglo XX.
Las viviendas se ubican donde se encontraban los corrales de la finca de los Ortega, de unas 1.000 hectáreas de superficie. Inclusive, el iniciador de ese conglomerado habitacional fue Luis Guillermo Ortega, nieto del militar de la campaña del desierto. El nombre de mujer del conjunto habitacional es un homenaje a su esposa, Elena Marcozzi, experimentada docente que enseñó en la escuela Juan Crisóstomo Lafinur y que murió en 2011 a la edad de 101 años. “Se mantenía lúcida y bailó animadamente cuando cumplió el siglo de existencia”, recordó Luis Ortega (68), uno de los hijos de la educadora, actual morador de la hermosa casa, reliquia arquitectónica.
Otros hitos
La cercana ruta 50 es la antigua 7 que conducía a Buenos Aires. Cualquier viajero con algunos años en sus espaldas recordará que cuando se venía de la metrópoli porteña y el destino final era Luján de Cuyo o alguna localidad sureña, se doblaba por el carril El Resplandor para ir acortando el trayecto.
Una de las referencias más notorias del barrio es su pasado ferroviario, ya que linda con la importante estación de trenes Fray Luis Beltrán, de la línea que sucesivamente fue llamándose Gran Oeste Argentino, Pacífico, Buenos al Pacífico (BAP) y, por último, General San Martín. Ese hito ferroviario fue desmantelado y hoy no queda nada. Por allí se movilizaba la producción del distrito, especialmente de las bodegas.
Hablando de establecimientos vitivinícolas próximos al barrio Villa Elena, citamos la legendaria bodega El Resplandor, fundada por Rufino Ortega (h), que funcionó en la primera parte del siglo XX y que ninguno de los actuales moradores conoció; y las más recientes en el tiempo como la Crespi (ya desaparecida también hace mucho) y la de la familia Esteller, que ahora administra Fecovita.
Los orígenes
Las personas consultadas en esta zona refieren que los orígenes del barrio son de 1958, y un cartel al ingreso y junto a los rieles, así lo indica. Sin embargo, alguien hizo referencia a un inicio anterior, en el despunte de los años ’50.
Se trata de casas convencionales, pero con generosos terrenos, con separaciones entre las casas. En el perímetro construido se observan pocos lotes vacíos, a lo sumo tres.
Uno de los moradores que nos asesoró sobre el lugar fue el ferretero José “Lito” Matiazzo (64, casado, 3 hijos), que vive hace medio siglo en la zona. “Mi papá -refiere- se desempeñaba como capataz de la firma Crespi (empresa ya desaparecida que elaboraba un vino común muy popular en la mesa de los argentinos), y con mi hermano trabajábamos como contratistas; inclusive llegué a conocer a los dueños, que eran uruguayos”.
Otras fortalezas del sector son el monolito de la batalla de Rodeo del Medio (sobre el carril Viejo), y los establecimientos educativos, entre los cuales la escuela Lafinur es la decana, ya que ha superado el siglo de vida.
"Quiero esa casa"
Otra historia lugareña es la del agricultor José Puga (51, casado, 3 hijos). “Vine aquí a los 7 años con mis padres, vivíamos donde El Resplandor topa con Perito Moreno. De joven, iba a trabajar a la chacra de mi papá en bicicleta y cuando pasaba por el barrio, veía una casa que me gustaba, y me decía ‘si algún día se vende, la voy a comprar’. Y se me dio, porque apenas con 23 años, la pude adquirir al mudarse el dueño a otro sector del distrito. Ahí formé la familia con mi esposa, Isabel Escudero”.
Puga fue presidente de la unión vecinal, entidad que consiguió varias de las mejoras que favorecieron a esta parte del distrito, como el gas y el agua potable, que es de pozo y llega hasta San Roque.
Hoy la conducción de la entidad está en manos de Abelardo Miranda (41), docente en secundaria y primaria, con 15 años de residencia. Miranda acredita fama de diligente y emprendedor. Tiene el concepto de que “solos se pueden hacer cosas, pero en unión los logros son mayores”. Por eso trabaja de la mano con otras uniones vecinales. Rescata que en este barrio maipucino todavía se cultiva la solidaridad y la buena vecindad, “como debe haber ocurrido tal vez en la década del ‘50, cuando se radicaban los primeros pobladores”.
A través de un proyecto seleccionado en el Programa de Participación Activa y Responsable (PAR) de la Municipalidad de Maipú, se obtuvo un escenario móvil que se utiliza en los actos del barrio y se sede a otras barriadas.
Irma Romero (56, soltera, empleada pública), es quien secunda a Miranda en la vecinal. “Integramos una comunidad pequeña, pero unida y militante, que aún cultiva tradiciones tal vez perdidas en otros lados, como la fiesta de San Pedro y San Pablo, el Día del Niño, la caminata de los Reyes Magos, que se organiza en un descampado frente a la ferretería Matiazzo, y también fiestas vendimiales del distrito”. Ella mencionó a la familia de Elena de Pulido como una de las más antiguas del barrio.
Por otra parte, personas jóvenes como el odontólogo Cristian Pérez (34) manifestaron su complacencia por el lugar. “Me gusta la zona, pese algunas cosas que cambiaron para mal; mis pacientes son gente de la comunidad, con quienes el trato es muy gratificante”.
En tanto, Verónica Matiazzo (35) opinó que “últimamente los jóvenes se aferran más a las raíces, creo que es por una pertenencia mayor al pago. Muchos vamos a la universidad, pero siempre volvemos al lugar”.