Villa Atuel, el nombre de un sentimiento

La autora describe los personajes, las costumbres, las pasiones, los lazos que unen a los pobladores del paraje sureño de San Rafael.

Villa Atuel, el nombre de un sentimiento

Escribir sobre Villa Atuel es dejar que narre el corazón. Si hay algo que nos caracteriza a los que tenemos alguna especie de vínculo con este pueblo, son las emociones.

Es que al que nació en este pedacito sagrado de tierra a 60 kilómetros al sudeste de la ciudad de San Rafael, parido entre surcos, amamantado con la sangre de las guapas mujeres atuelinas, al que le tocó vivir circunstancialmente, al que pasó y se quedó para siempre, al que llegó un día con acento extranjero y sintió el cobijo en el calorcito abrazador de los médanos... y se hizo carne, al que un día de esos grises en el que la crisis hizo llorar hasta las viñas, que en tiempos dorados supieron ser parte del paño de viñas cultivado más grande del mundo…. tuvo que partir en busca de nuevos horizontes; a todos nos une un sentimiento que va más allá de las fronteras; los tiempos, las épocas... ese sentimiento se llama Villa Atuel.

La infancia en esta villa tiene la frescura del agüita del canal Izuel, el color diáfano de las siestas de verano con la gomera y la bici, el aroma de ese estofado único de mamá y de los sauces llorones o las arabias anunciando la primavera. El sonido de las chicharras en coro y de la sirena de la bodega anunciando el principio o el fin de la jornada.

La infancia tiene el sabor puro de la inocencia de quien creció en familia, porque eso es Villa Atuel ... una gran familia, con sus problemas, sus tiempos malos, sus desventuras; pero siempre solidarios, con ese culto tan especial a la amistad que nos hace trascender y encontrar un amigo en cada rincón del planeta; una familia con valores heredados de nuestros antepasados que no sólo sembraron este suelo fecundo, sino también sembraron virtudes y enseñanzas.

Hojeando como un libro en la historia puedo ver a don Bernardino, vasco tenaz pala en mano, cavando el canal en el desierto a pesar de que una ráfaga de arena tapara su trabajo... y volver a empezar, hasta que corrió agua... principio de todo. ¿Será a él nuestro carácter firme de no resignarnos ante la adversidad?

Puedo ver a los Arizu, Goyenechea, Bilbao y Rentería, haciendo bodegas y escuelas, inmigrantes en busca del pan diario y un lugar para criar a sus hijos; los conventillos del Alto y del Bajo donde se compartía el mate, el vino y el dolor del desarraigo; los paisanos poniendo sus negocios, el tren... En un página oscura y ajeada veo el terremoto y un pueblo hecho escombros, una lluvia de cenizas y una mano ayudando a la otra a levantarse una vez más.

Otras páginas me muestran al CAVA glorioso y sus hazañas futbolísticas. Veo al Rulo Dal Dosso volando por el aire y gargantas gastadas gritando los goles del Flaco Giménez.

Por ahí andan el Juarito en su bicicleta mágica tocando bocina y contando mentiras historiadas de la guerra; el Ernesto Mancilla pidiendo azúcar y asustando a los niños. Si te portabas mal venía el Disculpe... tiernos personajes disfrazados de malos para alimentar la fantasía popular.

Y si en el silencio de la noche asoman acordes de guitarra, son los Troperos del Atuel, el Chivato Fuentes, Panconi, Coco Fernández, los hermanos Maroa, el negro Bilurón y tantos otros serenateando, mientras el Quito Ruiz recita sus poesías en el bar del Petiso.

Acá se vive en paz, no hay lugar adonde la bici, un caballo y tus propios sueños no te puedan llevar. Nos conocemos todos. No sabemos con certeza el nombre de las calles. Muy a menudo entre las diagonales anda algún visitante perdido y, al tratar de guiarlo, se le pregunta: ‘Usted ¿a quién quiere visitar?’. Pues las referencias son en frente de... al lado de... a la vuelta de...

Ojalá sigamos conservando la idiosincrasia de los pueblos, eso que nos hace tan cercanos al otro, tan comprometidos con lo que le pasa al vecino, ayudándonos, superándonos.

Villa Atuel late rojo corazón, rojo pasión, como los colores del amado club y la topadora bodeguera; sueña en verde esperanza, verdes vides, verde olivo.

Pueblito de tonada nostalgiosa que invita a habitarlo y a regresar... porque como dice la canción: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó a la vida”.

Profesora de teatro, oficial público del Registro Civil, nieta de inmigrantes e hija de comerciantes.

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