Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times - © 2016
¿Entonces, qué es lo que realmente está en juego en las elecciones de este año? Bueno, entre otras cosas, el destino del planeta.
El año pasado fue el más caliente del que haya registro, por un amplio margen, lo cual debería -pero no será así- ponerle fin a lo que dicen quienes niegan el calentamiento mundial en cuanto a que ya se detuvo. La verdad es que el cambio climático solo se pone cada vez más aterrador; es, con mucho, el problema normativo más importante que encaran Estados Unidos y el mundo. No obstante, estas elecciones no tendrían mucha pertinencia en el tema, si no hubiera ninguna posibilidad de acción efectiva en contra de la catástrofe que se avecina.
Sin embargo, la situación en el frente ha cambiado drásticamente para mejorar en los últimos años porque ahora estamos terriblemente cerca de lograr una revolución en la energía renovable. Lo que es más, conseguir esa revolución energética no requeriría de un revolución política. Todo lo que se necesitaría serían unos cambios políticos bastante modestos, algunos de los cuales ya han sucedido y otros están en curso. Sin embargo, esos cambios no sucederán si la gente equivocada termina en el poder.
Para ver de qué estoy hablando, es necesario saber algo sobre el actual estado de la economía del clima, la cual ha cambiado muchísimo más en los últimos años de lo que parecen darse cuenta la mayoría de las personas.
Es probable que mucha gente que piensa en el problema, se imagine que lograr una reducción drástica en las emisiones de gases invernadero implicaría, necesariamente, grandes sacrificios económicos.
Por ejemplo, en un debate republicano, Marco Rubio -la última y mejor esperanza de la élite del Partido Republicano- insistió, como lo ha hecho antes, en que un programa de tope y trueque sería “devastador para nuestras economía”.
Para encontrar cualquier cosa equivalente en la izquierda habría que alejarse muchísimo de la corriente principal, acercarse a los activistas que insisten en que el cambio climático no se puede combatir sin echar abajo el capitalismo. Con todo, mi opinión es que muchos demócratas creen que la política común y corriente no está a la altura de la tarea, que necesitamos un terremoto político para hacer posible la acción verdadera.
En particular, sigo oyendo que los esfuerzos ambientalistas del gobierno de Obama se han quedado cortos, hasta ahora, de lo que se necesita para que apenas valga la pena mencionarlos.
Sin embargo, las cosas, de hecho, son más prometedoras que eso gracias al asombroso avance tecnológico en la energía renovable.
Las cifras son realmente impresionantes. Según un informe reciente de la empresa de inversiones Lazard, el costo de la generación de electricidad por medio de energía eólica cayó 61 por ciento de 2009 a 2015, en tanto que el de la energía solar cayó 82 por ciento. Estas cantidades -que coinciden con otras estimaciones- muestran el progreso en índices que, normalmente, solo esperamos ver en la tecnología de la información. Y colocan el costo de la energía renovable en el rango donde es competitiva con los combustibles fósiles.
Ahora, todavía existen algunos problemas especiales de las renovables, en particular, el de la inestabilidad: es posible que los consumidores quieran energía cuando no sopla el viento y no brilla el sol. Sin embargo, este problema parece tener una importancia cada vez menor, en parte, gracias a las mejoras constantes en la tecnología de almacenamiento; en parte, gracias a que se han dado cuenta de que “la respuesta de demanda” -los consumidores que pagan para reducir el uso de energía durante los periodos máximos- puede reducir enormemente el problema.
¿Entonces, qué se requerirá para conseguir el cambio a gran escala de los combustibles fósiles a las energías renovables, un cambio al sol y el viento en lugar de al fuego?: los incentivos financieros, y no tienen que ser tan grandes. Los créditos fiscales para las renovables que eran parte del plan de estímulos de Obama y se extendieron con el acuerdo presupuestario reciente, han hecho mucho para acelerar la revolución energética.
De implementarse, se hará mucho más con el Plan de Energía Limpia del Departamento de Protección del Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés), con el que se crearán fuertes incentivos para alejarse del carbón. Y nada de esto requerirá de legislación nueva; podemos tener una revolución energética aun si los locos conservan el control de la Cámara de Representantes.
Bien, los escépticos podrán indicar que aun si pasan todas estas cosas buenas, no serán suficientes por sí mismas para salvar al planeta. Para empezar, solo estamos hablando de la generación de electricidad, que es una gran parte del problema del cambio climático, pero nos todo. En segundo lugar, estamos hablando de un solo país cuando es un problema mundial.
Sin embargo, yo argumentaría que el tipo de progreso hoy al alcance podría producir un momento crítico en la dirección correcta. Una vez que la energía renovable se vuelva un éxito tan evidente, sí, un poderoso grupo de interés, antiambientalista empezará a perder su influencia política. Y una revolución energética en Estados Unidos nos permitiría tomar la delantera en la acción mundial.
La salvación de la catástrofe climática es, en resumen, algo que, realistamente, podemos esperar ver que pase, sin que sea necesario ningún milagro político. Sin embargo, el fracaso también es una posibilidad muy real. Todo pende de la balanza.