Las dos estructuras políticas que signaron la historia argentina del siglo pasado han entrado en un clima de excitación. Peronistas y radicales son cultores de tradiciones distintas y resuelven sus procesos internos de manera diferente.
Pero se conectan en todos los niveles de sus organizaciones, con la convicción de pertenecer a una corporación resiliente, que siempre navegó por las crisis encontrando algún modo de supervivencia.
El rebrote inflacionario, la nueva devaluación, el aumento en los índices oficiales de desempleo y pobreza han dejado en pie sólo dos bloques políticos con liderazgo nítido. El presidente Mauricio Macri encabeza un sector de la sociedad que lo respalda, menos por los resultados que por el rumbo de su gestión. La ex presidenta Cristina Fernández conduce otra franja, de magnitud similar y por los mismos motivos.
La crisis ha sincerado dos narrativas opuestas. Macri le ha dado un giro a su discurso público. Ya no es aquella enunciación de laboratorio con vocación de atrapar todo por la vía de la indefinición. Ahora exhibe con énfasis su identidad liberal. Cristina ya había hecho una opción opuesta al dejar el gobierno. Prometió no revisar sus contenidos políticos. Y sólo desliza -como la insinuación de un error- no haber ido más a fondo con su estrategia populista.
La máxima concesión que le hace al disenso es callar por un tiempo para no espantar. Esta tensión hacia los polos ha provocado un vacío en el que peronistas y radicales creen ver la oportunidad para abandonar su condición de satélites. En el peronismo federal, esa agitación es intensa. Cree tener servida en bandeja la chance del regreso.
Dos factores se han conjugado para que despierte el músculo. El primero es el cronograma de elecciones distritales. Los fallos de la Corte Suprema de Justicia que abortaron los intentos reeleccionistas en Río Negro y La Rioja pusieron en evidencia que las alternativas sobrevivientes no son oportunidades de festejo para la Casa Rosada, sino versiones atenuadas de la interna opositora.
En siete días, Río Negro será una puja abierta entre el candidato kirchnerista Martín Soria, que lleva como vice a Magdalena Odarda, una puntera de Fernando “Pino” Solanas, y la estructura del gobernador Alberto Weretilneck, del peronismo federal. El gobernador reaccionó con reflejos: mantuvo la fecha de la elección, encumbró como candidata a una funcionaria suya, Arabela Carreras, y anunció que será jefe de gabinete si su sector retiene el gobierno.
Aplicó la variante Weretilneck de la defensa eslava: así resolvieron sus problemas de sucesión en Rusia los incombustibles Vladimir Putin y Dimitri Medvedev. El segundo factor que excita al peronismo que navega entre Macri y Cristina es la candidatura de Roberto Lavagna.
Por el momento, su instalación es más potente en el círculo rojo de políticos, empresarios y comunicadores, cuyas intuiciones políticas Jaime Durán Barba suele desmerecer con ironía. En los sondeos de opinión aparece en niveles parecidos a los de Sergio Massa o Juan Urtubey, pero su ritmo de crecimiento ha sido más intenso.
El más débil de los precandidatos, el senador Miguel Pichetto, se apresuró a anotarse como vice, y el conductor televisivo Marcelo Tinelli decidió ofrecerse como candidato bonaerense. Tinelli viene de la quiebra sucesiva de sus emprendimientos privados y de un balotaje en la AFA pletórico de contabilidad creativa.
Es el único que imagina subirse al volcán bonaerense como una solución. Al peronismo no le disgusta usarlo para azuzar una definición de Sergio Massa. La nominación de Tinelli para el reality de candidatos no deja de ser, además, un divertimento ligeramente vengativo de la corporación política, que cada año electoral rezaba para salir indemne de la lapidación en el prime time televisivo, hoy en franca decadencia
La excitación peronista no se resolverá hasta la elección de Córdoba, así como la agitación radical tendrá que esperar hasta la elección de Mendoza.
En el aeropuerto cordobés, a la espera del rey de España, el cordobés Juan Schiaretti le susurró a un interlocutor un dato ineludible: con los resultados del 12 de mayo, el justicialismo cordobés asumirá un rol decisivo para estructurar la oferta de la tercera vía.
Un peronismo a distancia de Cristina y sin admitirle a Lavagna todas sus condiciones.
Mirando esa aceleración voraz de su histórico oponente, el radicalismo entró en una crisis de identidad de proporciones definitivas. El gobernador mendocino y presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, espera exhibir en los primeros días de junio el único resultado favorable para el oficialismo, en la fase de grupos.
La prudencia aconsejaría no convocar a la convención nacional del radicalismo hasta entonces. Que el vuelo de sillas no se convierta en acto de cierre de campaña. Pero la controversia interna en la UCR se ha tornado caótica. Las promesas de fuga ya son hostiles con Macri. Casi sin el pudor mínimo esperable de un socio. Como aquel Frepaso que abandonó al ex presidente radical Fernando de la Rúa en el vado de la última gran crisis, y reapareció transfigurado como vocería del kirchnerismo, el radicalismo ha quedado entrampado en dos opciones, ninguna muy alentadora: continuar como aliado del Gobierno azotado por la economía.
O sacar turno en el peronismo para proponerle a Roberto Lavagna, otra vez, cortesanía.