Viejo Vélez el padre de los derechos civiles - Por Luciana Sabina

Aquí, una semblanza íntima y personal sobre uno de los hombres que puso el acento de la modernidad en la trama social, política y cultural.

Viejo Vélez el padre de los derechos civiles - Por Luciana Sabina
Viejo Vélez el padre de los derechos civiles - Por Luciana Sabina

Dalmacio Vélez Sársfield nació en Córdoba, el 18 de febrero de 1801, en una Argentina inexistente aún. Su historia transcurre al ritmo de las conquistas y detrimentos que nos deparó el siglo XX, aunque lo trasciende. Siendo autor del Código Civil, como señala Alberto González Arzac, Vélez Sársfield fue arquitecto de un ethos social que aún no ha sido totalmente sustituido en la Argentina. El suyo es uno de los nombres que suenan a Patria.

Tras recibirse como abogado en su ciudad natal, Dalmacio se trasladó a Buenos Aires. Allí vivió en casa de un pariente y desposó a su prima. Con el tiempo se convirtió en uno de los abogados más importantes de la ciudad, tomando casos relevantes.

Su accionar político comienza en el Buenos Aires de experiencia rivadaviana. En 1824 se llamó al Congreso General Constituyente, al que asistieron diputados de varias provincias. Este inició sesiones el 6 de diciembre y fue presidido por el más anciano de sus diputados: el Deán Gregorio Funes.

Dalmacio Vélez Sársfield, el más joven de todos, actuó como secretario.

Bernardino Rivadavia tenía en sus manos un país en guerra que debía reunificar y una oposición saboteadora que solo velaba por sus intereses, del mismo modo que los caudillos. A pesar de tantas dificultades, el presidente buscó dar solución a un grave problema: no teníamos Constitución.

Logró aprobar una en 1826 pero fue rechazada desde un principio por las provincias por “unitaria”. Es un poco ingenuo creer que los caudillos la rechazaron por este motivo, cuando lo que en realidad sucedía era que limitaba sus poderes regionales. Juan Facundo Quiroga ni siquiera aceptó leerla.

Precisamente Vélez fue designado por el Congreso para viajar a Cuyo y presentar este documento a Facundo. El Tigre de los Llanos se negó a recibirlo. Pero años más tarde lo haría en muchas oportunidades: Dalmacio fue el último abogado de Quiroga y tramitó su testamento.

Con Rosas la relación pasó de la confianza al exilio, del que pudo regresar gracias a la intermediación de Manuelita. Fue acusado de instigar el fusilamiento de Camila O’Gorman y su amante, el padre Ladislao, algo que negó siempre. El Restaurador decía en 1839 que Vélez “no pertenece al

Partido Federal, no es de los unitarios exaltados (...). Conmigo corre bien y puede ser que con el tiempo se enrole entre nuestros federales”. Pero el destino tenía deparado otro refugio político para Dalmacio, al lado de Mitre y Sarmiento.

Precisamente fue durante dichas presidencias cuando Dalmacio escribió el Código Civil Argentino. Suele criticarse la forma “a libro cerrado” en la que resultó aprobado pero dar a entender que se sancionó de manera arbitraria es desconocer la realidad.

Teniendo en cuenta todos los antecedentes de nuestro personaje, no debe extrañarnos que Mitre le confiara la redacción del Código Civil. El viejo jurista aceptó tamaño desafío con confianza y realizó un impecable trabajo sin colaboradores, solo contó con la ayuda de algunos secretarios que pasaban en limpio los borradores (entre ellos su hija Aurelia y el futuro presidente Victorino de la Plaza).

Le tomó casi cinco años completar la obra monumental y la entregó ya entrada la presidencia de Sarmiento.

Durante todo este período envió al Poder Ejecutivo cada adelanto, distribuyendo copias entre los legisladores, magistrados, abogados “y personas competentes, a fin de que estudiando desde ahora váyase formando a su respecto la opinión para cuando llegue la oportunidad de ser sancionado”, como se estableció por decreto en 1865.

Año tras año entregó parte del Código para su lectura general. Además, para que el texto fuese sancionado a “libro cerrado” (es decir sin discusión en el Poder Legislativo), hizo falta una aprobación previa del Congreso. La oposición -encabezada por Mitre- estuvo de acuerdo.

Entre los aspectos más llamativos para ojos contemporáneos, encontramos las normas del Código Civil que daban a la mujer un espacio secundario. Espacio que de hecho ya ocupaba en la sociedad de entonces.

Se estipulaba la obligación de seguir al marido ofreciéndole respeto y obediencia. Esto implicaba, por ejemplo, que tampoco podían trabajar sin permiso marital.

Una de las posibles víctimas de este tipo de artículos se encontraba con él ayudándolo a escribirlos: su hija Aurelia Vélez. La joven se encontraba separada y en muy malos términos. Si bien hacía años que no sabía nada de su marido, legalmente quedaba a su merced.

“Sin embargo -señala Araceli Bellota-, su padre no la dejó desamparada y codificó especialmente para ella.

Por Aurelia incluyó la novedosa figura de la ‘pérdida de la vocación hereditaria por separación de hecho sin voluntad de unirse’, y en la nota argumenta que cuando después de mucho tiempo las partes no manifiestan el deseo de volver a unirse, es mejor no analizar la culpabilidad. Se trata de una cuestión objetiva: se separaron y no quieren volver. Para qué, entonces, abrir viejas heridas sobre las causas que produjeron el alejamiento.

De esta manera, Dalmacio liberó a Aurelia de la tutela de su marido”. Nada podría hacer en caso de reaparecer. Continúa Bellota: “En 1881, Aurelia acudió a los Tribunales amparada en esta figura legal, y le solicitó al juez una venia para administrar sus bienes porque ‘mi esposo se encuentra ausente del país hace veinte y tantos años, como así lo aseveran los testigos que suscriben’”.

Uno de esos testigos fue Domingo Faustino Sarmiento, su amor desde hacía años.

Otro presidente, Nicolás Avellaneda, dejó testimonio sobre el Dalmacio anciano: “Llevaba sobre sí, física y moralmente, este doble sello: en su porte, que era doctoral y un poco ‘criollesco’; en sus modales, que eran tal vez inferiores a su cultura intelectual; y en su elocuencia misma, que era el producto de altos estudios mezclados con formas, acentos y hasta frases que el refinamiento social había suprimido. De ese conjunto salió su fisonomía, tan curiosa como característica”.

Su vida se apagó el 30 de marzo de 1875. El primero en saberlo fue Sarmiento. Un sirviente de la casa de los Vélez llevó el mensaje de Aurelia: “Tatita ha muerto”.

Al día siguiente las figuras políticas más relevantes (Avellaneda, Roca y Alsina, entre otros) se dieron cita en el cementerio.

“Que descansen en paz las cenizas de mi amigo -dijo Domingo Faustino-, y del gran servidor de su país. Con ellas desaparece todo lo que a la fragilidad humana pertenece. Quedan con nosotros, y las sentirán las generaciones futuras, las fuertes emanaciones de su alma, hechas carne en el desarrollo comercial, en el bienestar que difunde el crédito, en la justicia que extirpa el mal por la aplicación práctica de las leyes (...) ¡Adiós, viejo Vélez!”.

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