Hasta los 17 años, Joel Bordones (25), no sabía nada de malabares. En su Caracas natal, este hijo de argentinos, comenzó en la facultad de Ingeniería Electrónica "y en las materias optativas figuraba 'circo', algo que siempre me había gustado. Iba los sábados". Entonces se enganchó: "a mis padres no les gustaba; ellos querían que estudiara algo serio. Poco a poco me puse más con estudiar el diábolo y prontamente cambié Electrónica por Comunicación Social; pero lo que nunca abandonaba eran clases de circo".
Por aquella años el chico venezolano recuerda que cada vez que llegaba a su casa de Caracas, "me ponía en mi habitación con el diábolo hasta al tres de la mañana. Buscaba nuevos trucos. Mis padres seguían enojados y más cuando abandoné Comunicación Social".
Joel se metió de lleno en las clases de circo. "Me di cuenta de que la única manera en que podía seguir con esto era con un trabajo que a su vez me permitiera estudiar lo mismo: hacer el diábolo".
Con 19 años, Joel se fue a los semáforos del centro de Caracas y comenzó con sus malabares con conductores de carros como único público. "Iba todas las tardes y hacía lo que hacen todos en las esquinas. Tenía amigos y en unas vacaciones nos hicimos una girita por Venezuela por distintas ciudades, siempre con los semáforos como lugar de trabajo. Para mí era trabajo y perfeccionamiento porque no abandonaba mis clases en el Nuevo Circo de Caracas, una escuela curricular de mi país a la que concurría".
Decidido
Cuando Joel advirtió que pasaba más de 7 horas diarias de entrenamiento, se dio cuenta de que el diábolo y él eran el uno para el otro. "Ya comenzaba a hacer mis propios trucos, no me dedicaba a copiar los que conocía y quería incorporarle el componente artístico".
Los que saben, como el productor del circo Rodas, Marcelo López, sostienen que Joel logró en tres años los que a uno bueno le lleva diez.
Como el joven venezolano tiene tíos argentinos "me vine a Buenos Aires a tomar más clases"; entonces Joel conoció los semáforos de Capital Federal en los que hacía sus números: "otra vez volví a ser un artista callejero".
"A los tres meses me devolví a Venezuela. Y allí, en la calle, me llamaron a trabajar en un circo mediano llamado 'Magic'. Me di cuenta de que iba a vivir de esto, hacerlo a tiempo completo. Estuve unos meses y volví a Argentina"; cuenta el joven que por esa época era un experto de 22 años.
Al Rodas
De regreso en Buenos Aires, Joel participó de una convención internacional de circo.
"Esa fue una gran oportunidad para aprender y compartir con otros artistas, para darse a conocer y hacer contactos".
En esa convención y por medio de un amigo que conoció, Joel fue presentado en un circo en La Falda, Córdoba. Al dueño de ese circo le llamaba la atención el hecho de que el chico se quedara ensayando después de las funciones. "Él me dijo: tu ya estás para ir al Rodas, y me recomendó. Enviamos el video y me tomaron: llegué al Rodas al final de la temporada en Mar del Plata y cuando pensé que tenía todo aprendido me di cuenta de que no: me enseñaron posiciones del cuerpo, a usar la vestimenta adecuada y dije: esto es lo que quiero".
Joel comenzó a brillar en el Rodas con su espectáculo de 7 minutos. El público entiende que lo que algunos llaman habilidad o destreza en él se puede considerar arte. "Este chico lanza el yo-yo a más de 25 metros", interviene López.
Destino Montreal
Hace un año, en medio del receso de los circos que siempre es en diciembre, Joel fue llamado de un circo de Corea de Sur para que hiciera lo suyo. "Fui ese mes para no perder ritmo con las vacaciones. Envié un video y me mandaron a llamar".
La buena impresión que había dejado en el Rodas, hizo que Joel retornara al circo argentino a principio del año pasado.
"En la búsqueda de llegar siempre más lejos, me enteré de una edición por Internet para el Cirque du Soleil, algo con lo que cualquier artista de circo sueña, es como llegar a la cima". El Soleil tiene varias formas de audicionar: en vivo, con los caza-talentos u on line; Joel, fiel a su estilo, envió uno de sus mejores videos con el diábolo.
Hace días, el venezolano recibió la noticia: "a fines de este año me tengo que presentar en Montreal; allí, después de perfeccionamiento me dirán a cuál espectáculo deberé ir porque el circo trabaja con perfiles", dice fascinado.
En el mundo circense no se puede llegar más lejos que el Cirque du Soleil.
De modo que queda poco tiempo para disfrutar de este chico que antes de llegar al mayor circo del mundo, tuvo que arreglárselas para correr de los autos, aferrado a su diábolo, cuando el semáforo cambiaba de color.
“En la calle está el pulso de la ciudad”
En cualquier ciudad que esté, cada vez que ve a algún artista callejero en un semáforo, Joel se ve a si mismo: "Siempre converso con ellos. La gente de los semáforos es muy buena gente. Trato de ayudarlos en lo que pueda. A veces los invito a ensayar si estamos cerca de una plaza".
Acerca del trato que recibía de parte de los automovilistas, el joven dice que "siempre era bueno; uno en un millón son los que se enojan cuando vas por la moneda; también hay esos que te miran con cara de 'no me robes'", dice y se ríe.
"Siempre digo: trabajar en la calle es trabajar donde está todo: lo bueno y lo malo, es el pulso de las ciudades".
Rutina de Circo: generacional y apasionada
Dominique Monasterio (contorsionista, 17 años)
Tercera generación de circo. "Mi padre, que también es contorsionista, me inició a los tres años. Vengo de la técnica de estiramiento de la escuela rusa". Llegó al Rodas hace año y medio pero "estuve en varios circos antes". Para no tener desgarros o contracturas, Dominique calienta media hora antes de su número. "No queda otra porque nuestro trabajo depende del cuerpo”.
Chuchoca (payaso musical chileno, 56 años)
"Soy sexta generación de los payasos Valdés de Chile. Nunca trabajé de otra cosa. Con mi hijo, Cachipuchi, somos payasos musicales: tocamos todos los instrumentos". "Nacido y criado en circos no conozco otro modo de ganarme la vida. Es difícil pensar en el retiro, porque le debo mucho a mi personaje. Con la cibernética se ha perdido el sentido del payaso; llegar al público con simpleza y sin acudir, por ejemplo, al doble sentido".
Nadia Rutkus (bailarina y asistente de dirección artística, 37 años)
Si bien es quinta generación de bailarines, sus dos hijos (nena de 12 y nene de 15) parece que van a dejar la tradición. "La nena le gusta bailar pero no lo hace conmigo; al varón, casi que no le interesa, pero no lo vamos a obligar" (risas). "La vida en el circo es la vida cotidiana pero más comprimida: todo es un poco más chico que en una casa pero las obligaciones son las mismas; cuando llega la hora de la función es cuando me voy a trabajar".
Luciano Segura (malabarista, 12 años)
Hijo de argentinos nacido en México y mezcla de Gardel y de El Chavo a la hora de hablar, este niño se dedica a hacer icarios con su hermano mayor. "Mi hermano se acuesta con las piernas para arriba y yo me subo para hacer malabares". Hijo de artistas y debutante a los 7 años dice que lo que más le gusta de la actuación: "son los aplausos”.