“Me considero un afortunado porque con excelentes compañeros, leales adversarios y muy buenos amigos, compartí la mejor época de las bochas mendocinas, aquella de los ‘50, los ‘60 y los ‘70, según mi modesta opinión. Pese a la rivalidad, había una leal competencia y un gran compañerismo entre todos nosotros. Además de instituciones que eran muy importantes y conocidas por la práctica del fútbol o del básquetbol, existían también otros clubes, más modestos y de barrio, que organizaban sus propios torneos y competían con sus tríos o tercetos. Aunque las comodidades eran mínimas, el público se ubicaba al costado de las canchas en sillas de totora o bancos de madera y seguía con atención el desarrollo del juego. Siempre fue un deporte muy caballeresco, sin roces ni agresiones, por lo que después de cada partido los integrantes del equipo perdedor debían felicitar al ganador y el que hacía de local debía agasajar al que era visitante, lo que fortalecía la camaradería y la buena relación".
“Normalmente se jugaba el sábado a la tarde o el domingo a la mañana y era habitual compartir un asado, una picada o una mesa de fiambres con algún refresco o una cerveza bien helada. Con el paso del tiempo se fue perdiendo toda esa mística y en la actualidad son muy pocas las instituciones que han mantenido el juego de las bochas. Me duele decirlo pero en algunos clubes de barrio donde aún se juega se lo hace por plata, algo impensado en nuestra época. Había un amateurismo pleno y solo se premiaba al ganador con grandes copas, llamativos trofeos, juegos de medallas y hasta banderines recordatorios”, reflexiona este singular personaje con su excelente buena memoria en su hogar de la calle Corrientes al 2265 del barrio Santa Ana, en Villa Nueva, Guaymallén, mientras muestra orgulloso cientos de copas que avalan su excelente trayectoria y que son parte de su historia.
Se casó con María Fernández, con quien tuvo 4 hijos: Mirta Cristina, María del Carmen, Margarita Antonia y Víctor Hugo.
Nacido en Sastre, un pueblo de Santa Fe, a unos 40 km de Rafaela y a la misma distancia de la ciudad cordobesa de San Francisco, Ulla se crio junto a sus siete hermanos (eran 4 varones y 4 mujeres) en el campo, donde desde muy chico se relacionó con tareas ganaderas, por lo que trabajó en un tambo y en una quesería. Según cuenta, con la melancolía propia de quien regresa a su infancia y juventud, aprendió a jugar a las bochas a campo abierto en esa inmensa pampa húmeda que alimenta a los pueblos y ciudades del centro y sur de Santa Fe, como San Jorge, María Juana, Carlos Pellegrini, Margarita, San Vicente, Cañada de Rasquin, Las Parejas, El Trébol, Rafaela y su Sastre natal.
“Cada tardecita, cuando despaciosamente caía el sol, después de ordeñar las vacas, cargar los tarros de leche en un viejo sulky de reparto, preparar los quesos o ayudar al viejo en otras tareas del campo, me reunía con mis hermanos varones y otros gauchos vecinos a jugar a las bochas. Como no había canchas ni nada que se le pareciera, jugábamos en superficies de tierra donde acomodábamos piedras que nos servían de referencia o para marcar los bochazos. Era la única diversión que teníamos, además de las jineteadas, las guitarreadas y los desafíos a la taba. Hasta que a los 23 años me vine a Mendoza por razones laborales, en busca de otros horizontes, con la idea de encontrar un trabajo y empezar a forjar un futuro. Mi primer empleo fue en la bodega Tres Leones y más tarde en la fábrica San Roque de mosaicos venecianos, donde aprendí un oficio y me quedé 37 años hasta que me jubilé. Acá formé mi familia, de la que me siento muy orgulloso, y pude hacer lo que deseaba, que era jugar a las bochas”.
Mientras su hija Mirta disfruta del relato, don Víctor continúa con el repaso de su rica y ejemplar trayectoria: “Mi debut oficial coincidió con mi primer título de campeón en tercera división, allá por 1955, en un terceto de Leonardo Murialdo junto a Agustín Pérez y Arduino Bianchi, que se convirtió en mi primer maestro por sus correcciones técnicas, sus permanentes consejos y palabras de aliento y estímulo. Si rápido fue mi ascenso a reserva con Aurelio Zainaro y Angel Montenegro, más rápido aún fue mi salto a primera con Eloy Silva y Angel Signeretti, por quien sentía una admiración especial y que también me dejó muchas enseñanzas. En los Canarios de Villa Nueva tuve como compañero al gran Alfredo Rubiolo y recuerdo que ganamos el Challenger que se adjudicaba el terceto que alcanzaba el título de campeón tres veces seguidas o cinco alternadas. Participé además en varios cuyanos, primero con Baleri y Lentieri y luego con Moreno y Brú. Este era el rival a vencer, al que pude quebrar en 1967, cuando gané el título de campeón individual que Brú había logrado nueve años seguidos. Entre Murialdo y Guaymallén completé 20 años en primera división. Me incorporé más tarde a Corralitos y finalmente a Regatas, con Ricardo Verri, Carmelo Correnti, Juan Trifiró y Andrés José Salinas. Me quedé 12 años en el club del lago hasta el instante de mi despedida, en una época que Juan Garay se había convertido en la gran figura, además de Montefusque y Ponce. Otro título que recuerdo con gran cariño es el que logré en un mixto con mi hija Mirta representando al Deportivo Guaymallén en 1969”.
Buena vista
Comenta finalmente: “Casi siempre fui bochador, salvo la época cuando jugué con Rubiolo, quien pasaba al medio porque era muy certero y había que aprovechar al máximo sus condiciones de lanzador. Para destacarse como bochador había que tener buena vista, buen pulso y presentar un adecuado estado físico. Para ello había que cuidarse en las comidas, suprimir el alcohol y el tabaco y caminar mucho. Si se jugaba por diversión era otra cosa, porque ahí no era fundamental llevar una vida tan ordenada; yo hablo del nivel competitivo, cuando se defendía el prestigio propio y el de la institución”.
Un poco de historia
Víctor Ulla resultó protagonista de una época de oro de las bochas mendocinas. El muy elevado número de jugadores que practicaban ese deporte, con alrededor de 120 equipos y 360 jugadores cuando se competía en tríos o tercetos, el muy buen nivel de juego que existía y la intensa actividad que se desarrollaba cada fin de semana, caracterizaron a la época.
Sus comienzos fueron bajo el impulso del dirigente Jesús Izpura, que nunca había sido jugador de bochas y sin embargo ocupó el cargo de presidente de la Asociación durante 48 años con el beneplácito general, por lo que siempre resultaba reelecto. Posteriormente influyó en él la dedicación, esfuerzo personal y espíritu creativo e innovador que le impuso a su gestión otro recordado dirigente, Andrés José Salinas, titular además de la Federación Mendocina y responsable del exitoso Campeonato Argentino que por primera vez se disputó en nuestra provincia en 1992.
Entre aquellas entidades pioneras que hacían un culto del arrime y del bochazo se puede mencionar a clubes como Independiente Rivadavia, Cervecería Andes, Leonardo Murialdo, Deportivo Guaymallén, Corcemar, Agustín Alvarez, Cieneguita, Agua y Energía, Godoy Cruz, Andes Talleres, Pedro Molina, San Lorenzo de Russell, Deportivo Maipú, Corralitos, Giol , Escorihuela, Sociedad Española, Arizu, Luján de Cuyo, Chacras de Coria, Mendoza de Regatas, Vélez Sársfield y muchos más. Los nombres de Alfredo Rubiolo, Julio Brú, Arduino Bianchi, Ángel Signoretti, Carmelo Correnti, Juan Trifiró, Andrés José Salinas y Juan Garay, al igual que Víctor Ulla, son algunos de los referentes de esos tiempos.
Aquel histórico argentino
En 1992, Mendoza albergó por primera vez al torneo Nacional, y fue con todas las luces. Un desfile por calle San Martín de las delegaciones quedó en la memoria de todos. Los Andes le dio una amplia cobertura a ese torneo que ganó un hombre de Capital Federal.