Viaje al fin del mundo

El periodista y escritor Federico Bianchini viajó al continente de hielo para escribir una nota acerca del trabajo que realiza allí un grupo de científicos, pero un temporal hizo que debiera quedarse durante casi un mes. Así nació “Antártida: 25 días ence

Viaje al fin del mundo

aisajes etéreos de hielos azulados, focas leopardo de quinientos kilos, una bióloga que cuenta mil y un ojos de krill en los restos de comida de un pingüino, militares que ordenan su escritorio hacia un lado y el otro para no enloquecer y un temporal que no permite a nadie salir de allí: “Antártida”, el nuevo libro de Federico Bianchini, es un atrapante recorrido por la vida cotidiana de una de las trece bases militares argentinas ubicadas en el continente helado, una crónica detallada donde ciencia y aventura se mezclan con animales salvajes y condiciones climáticas extremas, todo en una experiencia que originalmente duraría menos de una semana y a causa de un temporal terminó durando más de un mes.

“La idea inicial era hacer una nota de divulgación acerca de la ciencia en la Antártida, pero en un punto todo eso era casi una excusa para ir hasta allá, un sueño que tenía desde chico”, cuenta Bianchini durante la charla que mantuvimos con él en un bar de Buenos Aires. “El temporal me obligó a quedarme más tiempo y eso me permitió ir viviendo y conociendo más historias: así fue como nació la posibilidad de este libro”.

Periodista y escritor, Bianchini (34) es editor de la revista Anfibia y colabora con medios nacionales e internacionales como Gatopardo o el New York Times, entre muchos otros. En 2013 ganó el Don Quijote de Periodismo de la agencia EFE –que premia la calidad lingüística y el buen uso del idioma español– por su perfil acerca del entonces juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, y el año pasado obtuvo, entre 97 proyectos presentados por escritores de 19 países, la beca Michael Jacobs de Crónica Viajera que otorga la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, lo que le permitió abocarse de lleno a Antártida, este libro que acaba de publicar la editorial internacional Tusquets en su colección Mirada Crónica.

“¿Cómo describir un paisaje que me emociona y me da ganas de llorar? ¿Cómo transmitir esta combinación de azul, montaña, blanco y viento?”, escribe Bianchini en el libro al referirse a ese fantástico contexto que inspiró a más de un escritor de ciencia ficción. Pero no todo es belleza en aquel paraje al sur de todo: uno de los aspectos más logrados del libro es la precisa tensión con que el autor retrata las relaciones entre aquellos que viven en la base.

“Hay que pensar que son diecisiete personas que no se conocen y de pronto pasan un año de su vida en un lugar muy chico, alejados de su familia y en una condición de aislamiento por momentos agobiante”, cuenta Bianchini, y agrega: “Algunas veces se genera un clima de desconfianza que puede transformarse en paranoia. En ese sentido, el psicólogo de la base contaba la manera en que se vuelven complicadas hasta las cosas más sencillas, cosas del tipo: ‘¿Por qué éste se sentó en esa silla en la que ayer me senté yo? ¿Lo estará haciendo a propósito?’. Hay pequeñas rutinas que muchos se inventan para no entrar en eso, para no estar todo el tiempo dando vueltas a una idea que no te lleva a nada. Por ejemplo, un militar me contó que ordenaba su escritorio primero hacia un lado y a los pocos días hacia el otro. El desafío de la convivencia en ese lugar está en encontrar el equilibrio de no convertirte en una máquina de rutinas absurdas y a la vez no entrar en un loop de preocupaciones que no podés resolver”.

Antártida está dividido en tres partes que interactúan entre sí: el aspecto de divulgación científica de las tareas en la base, las historias de los científicos y militares que la habitan y la experiencia personal del autor en ese contexto.

“Generalmente trato de evitar la primera persona, creo que en las crónicas sólo sirve si está en función de lo que vas a narrar, y en este caso era imprescindible para narrar la sensación de opresión y frustración del personaje cuyo regreso se posterga una y otra vez. Por otro lado, si bien la primera persona tiene más impacto, creo que restringe mucho el punto de vista, por eso traté de incluir historias contadas por otros, donde existiera otra mirada”.

De esa manera, las vivencias del autor se entremezclan en el libro con otras como las de la científica coreana Moon Hye Soon o el médico mendocino Rafael López Dale, historias que dan cuenta de momentos de heroísmo, sacrificio y una tensión por momentos exasperante.

Por otra parte, lejos de limitarse a una explicación enciclopédica, los datos duros de las tareas de los científicos del lugar fueron abordados desde un lugar de extrañeza que permite al lector acercarse a la complejidad desde una posición que, sin subestimarlo, le facilita comprender qué es lo que sucede allí: “Al hablar con los científicos me ponía en la posición de alguien que no entiende, que era al fin y al cabo la posición que verdaderamente tenía frente a tareas tan específicas. Me parece fundamental no tener miedo al ridículo, vencer esa cosa de tener que mostrar que uno sabe todo. Desde el principio les aclaraba: ‘No entiendo absolutamente nada de lo que vamos a estar hablando así que por ahí les pregunte tres veces lo mismo’ (risas). Creo que uno entiende algo cuando puede explicárselo a otro, y a la vez me sentía en la responsabilidad de manejar bien datos que mal puestos en la boca de un científico pueden poner en juego el trabajo que hizo en los últimos quince años”.

En ese sentido, de tan directo el lenguaje científico roza en algún momento del libro lo surreal, como sucede por ejemplo en el pasaje que cita textualmente un código alfanumérico de más de 120 cifras para luego, una vez traducido, enterarnos de que indicaba el paso de una nube.

“Me pasó puntualmente con un meteorólogo”, recuerda Bianchini. “Era muy parco, no soltaba una palabra, y de golpe me empieza a decir esta serie de números y letras que indicaban con una precisión impecable que una nube se estaba acercando. La idea, en una estructura de crónica tan larga, fue ver qué hilos iban a mantenerse a lo largo de todo el texto y cómo hacer para cambiar el registro y sorprender al lector, para que no fuera algo monótono”.

Bianchini es uno de los referentes de la crónica en nuestro país. ¿Cómo ve el futuro del periodismo y qué rol cree que cumplirá la crónica en ese sentido? “Veo al futuro del periodismo de una manera bastante oscura”, responde.

Y concluye: “Creo que cada vez importa menos el contenido y más la velocidad con que se publica, hay un descuido de las formas que es muy negativo. Y no veo que haya un resurgimiento de la crónica. Si bien hay reductos donde interesa, creo que desde hace años, con algunas excepciones, vienen siendo los mismos. Me parece que la crónica tiene una potencia que está asociada a la literatura, para hacer una buena crónica necesitás tiempo, y eso no es algo que a los medios les interese, les interesan los clics. No lo veo bien, y no veo una intención de que vaya a mejorar. Claro que hay excepciones, personas a las que les interesa contar buenas historias, pero en general no es algo que se vea seguido en los grandes medios”.

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