Era la década del 50, Horace Lannes era un adolescente y sus tardes las pasaba en el cine de su barrio, en Flores, fascinado con las divas que Hollywood le mostraba en la pantalla. Cuando volvía a casa, se sentaba junto a su madre y recreaba de memoria el vestuario que acababa de ver, aunque eso tenía sus limitaciones: en los Estados Unidos de aquella época regía el restrictivo Código Hays y los escotes y cualquier ropa que exaltara las curvas estaban prohibidos.
Así que Lannes, en su cabeza, fue adaptando esos dibujos a las curvas pronunciadas de las actrices del cine argentino y, a los 21 años, logró lo imposible: vestir a Zully Moreno -y a sus 44 centímetros de cintura- en “La mujer de las camelias”. Después, diseñó para todos los mitos: desde Susana Giménez y Mirtha Legrand, hasta Sandro, Isabel Sarli y Tita Merello. Hoy, Horace Lannes tiene 82 años y acaba de desempolvar sus mejores diseños para revivir 60 años de cine argentino a bordo de sus trajes y sus vestidos.
Prohibido tocar
Son las tres de la tarde del sábado y el Museo de Arte Decorativo acaba de abrir sus puertas: debía abrir más temprano -las señoras de peinados altos y tapados de piel esperan- pero el fútbol es el fútbol. Adentro, el maniquí que posa el vestido enteramente dorado que Susana Giménez usó en “La inhundible Molly Brown” (1991) hace de anfitrión estático. Al lado, en el majestuoso Salón de Madame, está el vestido de brocato de seda natural que Libertad Lamarque usó en “La sonrisa de mamá” (1972), el camisón de gasa bordada que Lannes hizo para que Lolita Torres usara en “Joven, viuda y estanciera” (1970) y otro que usó Tita Merello en “Viva la vida” con una regia boa de plumas de avestruz.
La muestra se llama “Elegancia y glamour en el cine argentino”, tiene el apoyo del ministerio de Cultura de la Nación, y el espacio es perfecto para ese título: el museo está en lo que alguna vez fue una mansión y los vestidos en varios salones decorados en estilo Regencia, Luis XIV y Luis XVI. Están esos y hay algunos más jugados: como los bodies de encaje blanco y negro que Susana Giménez usó en “Donde duermen dos, duermen tres” y en “Yo también tengo fiaca” (1978).
“Horace admiraba mucho a Sabina Olmos, tanto que cuando montamos este vestido él le agarró el puño y se inclinó, como si le besara la mano”, contó María Inés De Viana, la guía de la muestra, desde lo que alguna vez fue un salón de baile. El vestido es el que le hizo para “Los muchachos de antes no usaban gomina” (1969).
Están, en el jardín de invierno, los últimos: los que creó en 2004, usando telas de época, para la película “Ay Juancito”, sobre la vida del hermano de Evita. Están, además, los que hizo para “La diosa trigueña”, Isabel Sarli, con plumas de gallo que viran del negro al azul, y los que hizo para “La diosa blanca”, Libertad Leblanc, para el Festival de Cannes en los 70.
En el salón comedor están los de “Los dioses”: el saco que usó Sandro en “Tú me enloqueces” (1982) y un traje que usó el Negro Olmedo unos años después.
En un podio, al final, está el vestido de novia que Mirtha Legrand usó en “Sábado a la noche, cine” (1960). Es celeste porque el blanco destellaba demasiado con las luces del set. Abajo, uno que Graciela Borges usó para ir a Cannes en el ‘59 y otro, de “pelo de mono”, que Tita Merello usó para ir al programa “Sábados circulares”. Todos se pueden ver, incluso bien de cerca, pero está prohibido tocar: una metáfora, de tela, de lo que sucede con los mitos del cine.