En la mañana del 11 de agosto de 1956, Jackson Pollock murió en un accidente de tránsito. Manejaba borracho y se estrelló contra un árbol. Uno de sus acompañantes corrió la misma suerte que él. La otra, su amante, sobrevivió. La historia de quien es uno de los artistas estadounidenses más destacados del siglo XX contiene todos los elementos de un tanque hollywoodense: excesos, fama, conspiraciones, amantes y una muerte prematura.
Apodado “Jack the Dripper” (Jack el salpicador) definió detalladamente la modalidad de trabajo que le valió ese mote: “Mi pintura no procede del caballete. Por lo general, apenas tenso la tela antes de empezar, y, en su lugar, prefiero colocarla directamente en la pared o encima del suelo. Necesito la resistencia de una superficie dura. En el suelo es donde me siento más cómodo, más cercano a la pintura, y con mayor capacidad para participar en ella, ya que puedo caminar alrededor de la tela, trabajar desde cualquiera de sus cuatro lados e introducirme literalmente dentro del cuadro. Se trata de un método similar al de los pintores de arena de los pueblos indios del Oeste.
Por eso, intento mantenerme al margen de los instrumentos tradicionales, como el caballete, la paleta y los pinceles. Prefiero los palos, las espátulas y la pintura fluida que gotea y se escurre, e incluso un empaste espeso a base de arena, vidrio molido u otros materiales inusuales adicionados. Cuando estoy en la pintura no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo, después de una especie de período de acostumbramiento, ver en lo que he estado. No tengo miedo de hacer cambios, destruir la imagen, etc., pues la pintura tiene una vida en sí misma. Trato de que ésta surja.
Sólo cuando pierdo el contacto con la pintura, el resultado es una confusión. Si no, es pura armonía, un fácil dar y tomar y la pintura sale muy bien”. En otra ocasión, ofreció una épica imagen de sí mismo al momento de encarar una obra: “Permanezco sin hacer nada ante la superficie vacía hasta que noto un exceso de energía dentro de mí y luego salto al cuadro. Entonces todo el infierno se desata y yo me enfurezco (…). Destrozo la superficie, su gloriosa blancura, y en el mismo movimiento destrozo el viejo orden, el mundo, lo conduzco hacia su ruina, aunque también se podría decir que hacia su perfección.”
La biografía que se truncó por un accidente de auto con visos suicidas, se había iniciado 44 años antes, el 28 de enero de 1912, en Watkins Ranch, una localidad de Wyoming. Al cumplir los cinco años, Jackson perdió la punta de su índice derecho mientras jugaba cortando madera con otro chico, hecho que no jugó un papel negativo al momento de dedicarse a la pintura y tanto su infancia como su adolescencia fueron signadas por cambios permanentes de residencia.
Durante los primeros años de la década de 1930, Pollock estudió dibujo, pintura y composición, y varias formas de escultura y asistió al Art Students League de Nueva York En esa ciudad conoció a Siquieros, el famoso muralista mexicano de quien se dice que Pollock aprendió el action painting y el dripping, estilos por los que se distinguió. El action painting desarrollado por Pollock a principios de los años 40 se sustentaba en la acción: en el tacto, el movimiento, la velocidad y el ritmo. También experimentó el all-over, que consiste en no dejar espacio sin cubrir.
En 1943, la célebre coleccionista de arte, Peggy Guggenheim, estaba buscando nuevos talentos para la exposición del Salón de Primavera que sería exhibida en su nueva galería, y para ello puso un anuncio en la revista Art Digest, dirigido a personas de menos de 35 años. Pollock fue seleccionado y la exhibición recibió muy buenas críticas de la prensa estadounidense.
Peggy solía hacer fiestas salvajes con invitados del medio artístico. Pollock rara vez era invitado a estas fiestas ya que, según la anfitriona, “tomaba demasiado y, cuando lo hacía, podía llegar a ser incómodo por no decir diabólico.”. Se dice que en una ocasión, Pollock, tras dejar en su casa una gran pintura que le habían encargado (Mural, 1944), fue directo al mini-bar de Peggy, se emborrachó y orinó en la chimenea. Años más tarde, Peggy Guggenheim diría: “El descubrimiento de Pollock fue, por mucho, mi más notable logro individual.”
A mitad de la década del 40, el estilo de Pollock se afianzó en el expresionismo abstracto, explotando la técnica de la action-painting o dripping. Mediante este método Pollock realizó sus famosos esquemas de formas entrelazadas como se observa en los ejemplos Full fathom five y Lucifer, ambas de 1947, hoy exhibidas en el Museo de Arte Moderno, Nueva York. También pertenece a esta época Marrón y plata I (1951, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid). A partir de 1950 su estilo retomó en parte la figuración en blanco y negro. Entre las pinturas de su último período: Ocean grayness, de 1953, una de las últimas y más conocidas.
Algunos críticos señalan que Pollock cumple con todos los clichés del genio loco, pues sólo fue realmente productivo y bueno durante cinco años: entre 1946 y 1951. De esa época destaca 1949, cuando tuvo bajo control su alcoholismo. Se dice que pasaba varios períodos de tiempo ebrio o bloqueado y que su fuerza creativa se descargaba a empellones. Cuando estaba sobrio era un hombre reservado y silencioso; pero si tomaba, era capaz de destruir muebles, cuadros de otros pintores, instalaciones de lugares públicos y no omitía, en una lógica de imparable acumulación de errores, las peleas con enemigos ocasionales.
A lo largo de estos años, Pollock presentó algunas de sus obras más conocidas como la celebradísima Number one, de 1948. Su alcoholismo, sus peleas y el compromiso físico de su trabajo, facilitaron a la prensa la tarea de posicionarlo en el panteón de ídolos. Pollock tuvo una mujer que soportó pacientemente sus excesos hasta poco antes de su muerte. Lee Krasner (1908-1984) también era artista, pero dejó su trabajo en un segundo plano para buscar galerías para su marido, aunque hacia 1950 comenzó a emerger con su obra propia, en tanto a Pollock se le hacía cada vez más difícil levantar un pincel. En 1952 prácticamente abandonó la pintura, consagrado como un artista de moda.
El crítico norteamericano Stonor Saunders arriesgó una teoría sobre la percepción del atormentado autor sobre su éxito final y su masivo rango de influencia “No debió sentarle bien a su autor que sus pinturas, ejecutadas con la vehemencia propia de quien llega al límite físico y mental en cada una de ellas, acapararan imaginarios visuales más cercanos al dominio de la baja cultura -o directamente del kitsch-.
En 1951 y en las páginas de la revista Vogue, se fotografiaba a sofisticadas modelos ante los enormes cuadros de Pollock pero no cualquiera de ellos, sino los que presentaban tonalidades en armonía con los exclusivos vestidos de temporada. Por desgracia para el artista, estos no serían los únicos deslizamientos kitsch de su estilo, especialmente teniendo en cuenta que algo más tarde el popcorn ceiling se ponía de moda, que aún después aparecerían los primeros patterns inspirados en sus obras en las prendas de vestir y que finalmente los chefs más reputados han tomado la costumbre de jugar al dripping con el sirope de chocolate o el vinagre balsámico sobre blancos platos de diseño”.