Veredas rotas, mal de nunca acabar

Baldosas sueltas, rotas, obstáculos, raíces de árboles que elevan las aceras y dificultan la circulación, son algunos de los problemas.

Veredas rotas, mal de nunca acabar
Veredas rotas, mal de nunca acabar

La ciudad realiza mejoras en distintos espacios y calles, algunas más acertadas que otras, pero hay una coincidencia unánime en el mal estado en general de las veredas, un espacio clave para el desplazamiento de miles de personas.

Es una mora de años muy grande que sufre la capital y los centros urbanos de los departamentos. Hace unos días la lectora Eva Onofri destacaba precisamente varios arreglos en la capital, pero planteaba que hay uno que debería considerarse como prioritario: nuevas veredas en la calle Juan B. Justo.

"La remodelación (de esa arteria) -decía la vecina- incluyó acequias, cordones, puentes peatonales y vehiculares, pero llamativamente olvidaron las aceras. Ahora las aceras están en estado lamentable".

Podemos extender la queja al resto del radio urbano y resaltar la cantidad de trampas a las que se expone el transeúnte al caminar: baches de todo tipo, roturas de baldosas, falta de tapas y rejillas en algunos sectores, desniveles o restos de material sobresaliendo en puntos donde hay obras en construcción, raíces de forestales que han levantado la superficie del piso y varias dificultades más.

De esto tendrán (triste) memoria personas que cayeron al suelo y sufrieron lesiones de distinta gravedad, especialmente aquellas que sufren algún tipo de discapacidad motriz.

Aunque falta bastante por hacer en esta materia, no se puede negar que se han encarado muchos metros nuevos de veredas. Pero no son suficientes.

Asimismo, ha sido un progreso la incorporación de baldosas guías para que las aceras sean inclusivas, facilitando el desplazamiento de las personas que tienen discapacidad visual. Y se ha avanzado bastante en materia de rampas en el inicio y final de cada cuadra.

Es verdad que la responsabilidad de mantener estos espacios es de los frentistas, salvo que el problema se derive de raíces de un árbol o de la intervención de alguna empresa, en cuyo caso el arreglo corresponde a la comuna.

El municipio de calle 9 de Julio al 500 debe, sin embargo, avanzar de manera más enérgica sobre los particulares o reparticiones remisas a efectuar los arreglos y emplazarlos, y al mismo tiempo revisar sus propios incumplimientos en la materia.

El número de veredas dañadas sigue siendo muy elevado, y la comuna central y las de los municipios tienen la obligación de hacerse cargo del problema, obligando a los arreglos o haciendo lo que les corresponde.

Entonces, qué oportuno sería que toda la sociedad se uniera en favor de los peatones, como usuario principal de los espacios públicos de la ciudad.

Los proyectos deberían abarcar áreas peatonalizadas en las que se mejoran y amplían las veredas, se bajan las velocidades de los vehículos y se busca el fácil acceso a plazas y espacios verdes aledaños.

Sería positivo que los municipios y centros académicos mendocinos evalúen las experiencias de peatonalización de otros centros urbanos que privilegian al hombre o mujer a pie, aplicando estos conceptos a áreas en torno a plazas, parques, colegios, sedes universitarias y lugares históricos.

El movimiento en favor de los peatones trasciende el solo mejoramiento de las veredas de la ciudad -que por cierto es de máxima prioridad-, apunta a que los vecinos de toda condición física y social disfruten de sus ciudades sin riesgos derivados de una incontrolada promiscuidad con el tránsito automotor y por avanzar en sendas con obstáculos.

En fin, de una u otra manera la ciudad turística, recorrida en todas direcciones por sus propios habitantes y los visitantes, espera que se cumplan los designios del Premio Nobel de Literatura José Saramago, que en su libro "Las pequeñas memorias", señalaba: "(… ) una calle, sea estrecha, sea ancha, siempre será una calle, mientras que una vereda nunca será nada más que un atajo, un desvío para llegar más de deprisa a donde se pretende (… )".

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