La verdulera que habla cuatro idiomas

La verdulera que habla cuatro idiomas

Su puesto de verdulería contrasta con el que le sigue. Mucho más humilde y casi escondido, el lugar de trabajo de Ana Julia Pizarro (75) se pierde entre los grandes comercios del mercado central, en el corazón de la ciudad mendocina. Pero lo que también contrasta es una sonrisa incansable que ha estado presente detrás del mostrador del puesto 94 durante 65 años, de lunes a domingo. “Empecé a los siete años acompañando a mi mamá”, dice Ana que viste un prolijo delantal de tela de jean. Según dicen quienes trabajan en el mercado, es la representante femenina más antigua del lugar y como tal ha visto cómo su espacio laboral ha mutado a lo largo del tiempo. “Nada es como antes. La gente no compra, se ha perdido la comida casera. Recuerdo que en el pasado me hacía un té y se me enfriaba porque no tenía tiempo para tomarlo”, sentencia. Y continúa: “Y el mercado tampoco. Antes la gente era amorosa, solidaria. Le importaba lo que le pasaba al otro. Si había un problema todos íbamos a ver cómo podíamos ayudar. Dolorosamente, nada de esto va a cambiar”. Escuchando las palabras de Ana, Luis Díaz, el carnicero del puesto Los Hermanos, ubicado frente al de ella, se aproxima y sin mediar preguntas dice: “Ana es lo mejor que hay por acá. Es consejera, amiga y maestra”. Ana tiene muchas sorpresas guardadas que van surgiendo a medida que se pone cómoda con el relato de su historia. Por ejemplo, habla cuatro idiomas, tiene un vocabulario excelente y ella sola, a su edad, traslada los cajones de frutas y verduras a diario desde el camión que los trae. Cosas del destino A los siete años y paralelamente a sus estudios, al comienzo en la primaria, luego en la secundaria y posteriormente en la universidad, Ana acompañaba a su mamá en la verdulería, colaborando en lo que ella necesitase. Lamentablemente, su madre sufrió una grave enfermedad que la obligó a cerrar, imprevistamente, sus aspiraciones de obtener un título de grado. Ana se instala detrás de un viejo mostrador que tiene una balanza de medio centenar de vida en ese lugar. “Tuve que dejar la facultad de Filosofía y Letras para hacerme cargo del puesto. Durante diez años, cuidé a mi mamá y venía al Mercado Central. Fue tremendo”, dice. Igual agrega con un vocabulario preciso y sabio, digno de admiración: “Los estudios pueden no haberme dado dinero, pero me dieron conocimiento. Que son cosas bonitas que te dan felicidad”. Durante su permanencia en la facultad tuvo que aprender idiomas lo que le significó grandes dificultades, ya que luego, tras alejarse de la casa de altos estudios, siguió estudiando y perfeccionándose por su propia cuenta. Ella piensa que educarse es algo a lo que nadie debe renunciar, por ello afirma que aunque dejó sus estudios cuando ya era grande, nunca dejó de leer. “Vienen los extranjeros y yo de repente, les hablo en su idioma. La verdad es que se extrañan de que alguien sepa hablar alemán, por ejemplo, y se quedan charlando conmigo un rato más. Es más, algunos me terminan dejando regalitos. En general son muy educados conmigo”, dice explicando que también habla inglés, italiano (que se hablaba en la casa materna) y francés. Ana no se casó y admite que solo tuvo un novio en toda su vida que, según sus palabras, era muy especial después no le interesó nadie más en materia romántica. “Uno debe estar con las personas por sus valores, no por su dinero. Necesitás estar al lado de alguien que te haga descubrir cosas para ser feliz”, señala. Profundas creencias Charlar con Ana es arrimarse a un fogón porque transmite una calidez inmediata que hace a cualquiera sentirse en su propia casa, frente a un fuego en el invierno. Tiene las manos gastadas a fuerza de toda una vida de sacrificio innegable. “Un cristiano está contento porque sabe que Dios después lo va a premiar. Te pueden pasar cosas horribles, pero todo vale la pena, porque el final siempre es feliz”, dice revelando sus fuertes creencias religiosas. Con 75 años y sólo con dos tías de 80 y 90 años y un sobrino (Federico, compañero, dulce y excelente persona) como familia, admite que trabajar es complicado. Por ejemplo, traslada los cajones del reparto de verdura hasta su puesto aunque “no con la misma ligereza que en otros tiempos”, bromea. De todas formas, dejar el puesto no está en sus planes inmediatos. “Nunca me he planteado abandonar. Me cuesta mucho venir, pero me aburriría mucho en mi casa”. Encuentro especiales Muchas personas pasan a diario por el Mercado Central. Claro que no todas ellas son conocidas. Cierto día, Ana estaba ocupada tras su mostrador cuando un hombre de mediana edad le pidió un pedazo de zapallo. El mismo estaba entero, por lo que había que cortarlo con un cuchillo que la verdulera siempre tiene a mano. “Me acuerdo que estaba muy duro y no lo podía cortar por lo que él se ofreció a hacerlo por mí. En ese momento yo le dije: ‘espere m’hijo o lo corto yo o no lo corta nadie’ y se lo terminé cortando. Después me enteré que era el gobernador Francisco Pérez”, cuenta risueña, pero aclarando que la situación no la hizo poner colorada. Otros famosos que Ana vio pasar por los corredores del Mercado Central fueron Horacio Guaraní, Luis Sandrini y su hermano, el ex gobernador Celso Jaque y Mario Moreno, más conocido como Cantinflas. De él rememoró: “Se llenó de jovencitos que querían verlo. Todos le hablaban de sus películas. Pero él estaba muy tranquilo, se pidió un chocolate y regaló tortitas raspadas para todos”.

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